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Itxu Díaz

Una militancia asfixiante

El progresismo contemporáneo es constrictor, agobiante, y pesadísimo. Tiene, en realidad, todas las características de una secta.

El progresismo contemporáneo es constrictor, agobiante, y pesadísimo. Tiene, en realidad, todas las características de una secta.
Montero presentando los presupuestos con caramelos. | LD

Como decía William F. Bluckey, a la izquierda no le importa lo que hagas, siempre que sea obligatorio. Están tan enloquecidos buscando víctimas, identidades, colectivos, a los que rociar con dinero público y misericordia estatal, que cuando alguien se revuelve, lo masacran por su bien. Eso están haciendo con las mujeres que critican sus leyes de desigualdad: o les niegan ser mujeres, o les obligan a sentirse víctimas. El progresismo contemporáneo es constrictor, agobiante, y pesadísimo; tanto que, antes de ser socialista hoy, prefería hacerme del Atlético de Madrid. Tiene, en realidad, todas las características de una secta.

Al igual que la izquierda, la secta es infalible, nunca se equivoca. Posee la verdad absoluta y actúa con una autonomía tal que le permite estar al margen, no ya de la sociedad, sino de la realidad. El progresismo contemporáneo niega la biología, desoye a la ciencia y camina siempre hacia el abismo económico prometiendo a sus adeptos que allí al fondo se encuentra la salvación.

Por supuesto, como toda secta, la izquierda promete una cierta salvación, la utopía de un mundo feliz, si bien el progresismo posmoderno está tan fraccionado en identidades y tan atrapado en rencores que más que caminar hacia una salvación retrocede constantemente en busca de venganza. A Sánchez ya solo le falta exhumar a Fraga.

Lo esencial, en todo caso, es la obediencia. Aquello de Guerra, "el que se mueva no sale en la foto", parece un juego de niños al lado de lo que es la izquierda hoy. No se trata de no salir en la foto, sino de que los adeptos fieles se ocuparán personalmente de arruinar la existencia a cualquiera que ose poner en duda los preceptos del Catecismo del Buen Progre. Desde las leyes trans hasta el disparate presupuestario, pasando por el ambientalismo de los mil molinillos jodiendo bosques: quien tenga la osadía de sembrar la más mínima duda en el debate inexistente, será perseguido, capturado, desacreditado, e insultado hasta el infinito, y portará en sus cuernos de por vida el cartel de "fascista".

El miedo es otro elemento fundamental para mantener unida a la secta progresista. La lapidación civil del discrepante es una forma de infundirlo, porque desalienta a otros que pudieran seguir su camino. Pero, en general, el miedo es el engranaje que facilita la articulación de las políticas de izquierdas: se siembra el miedo con el apocalipsis climático, con la amenaza de un nuevo amanecer fascista, con la violencia contra las mujeres, con la desaparición de la sanidad y la educación públicas, o con el ejercicio de la libertad de cátedra en las universidades.

Este ambiente irrespirable lleva años ahuyentando a los intelectuales, si es que queda materia gris en el progresismo del año 2022; quienes tienen aún cierto talento, o se venden por dinero a través de alguno de los millones de chiringuitos creados para sangrar el erario público, o se marchan, sabiendo que abandonar la secta conlleva vivir bajo el odio eterno de todos los miembros. Así se explica que sus referentes sean hoy como espantapájaros: Biden, que pasa por la vida como yo cuando intento encontrar la salida de un centro comercial, o la niña Greta Thunberg, que es un poco como los osos submarinistas de Al Gore.

Al final, si Greta es su científica de cabecera, si Krugman es su experto en economía, si Baltasar Garzón es su juez de confianza, si Biden es su cerebro político, y si Judith Butler es su referente moral, no hay nada que pueda salir bien. De modo que lo único que podría salvar al progresismo de su desaparición es que incluso la militancia fuera obligatoria, y en realidad lo es, porque no eres mujer si no eres de izquierdas, no eres homosexual si no eres de izquierdas, y no eres artista si no eres de izquierdas. Y, por supuesto, si no eres progresista, eres el mal, el fascismo, y representas todo aquello contra lo que la izquierda debe canalizar su odio; que, por otra parte, es el último de los ingredientes de la tarta progresista.

Supongo que es esa superioridad que siente el animal en medio de la manada, la secta, la que permite a la ministra de Hacienda presentar sus bochornosos presupuestos, obviando que arruinarán el país por muchos años, entre risas, juanolas y ricolas, y dar cien mil explicaciones incomprensibles, cuando todo lo que necesitábamos escuchar era una escueta disculpa.

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