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Aires de derrota

Como en toda dictadura, nadie quiere ser el primero en reconocer el fracaso y todos prefieren esperar a que lo haga otro. Ya lo harán.

Como en toda dictadura, nadie quiere ser el primero en reconocer el fracaso y todos prefieren esperar a que lo haga otro. Ya lo harán.
El presidente ruso, Vladimir Putin | Cordon Press

A primeros de esta semana, Ucrania ha atacado tres aeródromos en territorio ruso. Ninguno de ellos está en Crimea. Tampoco el objetivo estaba junto a la frontera. Dos de las bases aéreas estaban a cientos de kilómetros de distancia. Algunas fuentes dicen que los ataques se han realizado con misiles crucero similares a los que utiliza el ejercito ruso y que se fabrican en Ucrania. Otras afirman que son drones de reconocimiento de la era soviética reconvertidos en misiles guiados. Sea como fuere, los bombardeos no se han realizado con armas norteamericanas. El Departamento de Estado en Washington ha declarado que no han animado ni facilitado los ataques, pero no han dicho, como con el atentado contra la hija del ideólogo nacionalista Alexander Dugin, que desaprueben las acciones. Al contrario, da la impresión de que, habiéndolas prohibido so pena de suspender el envío de armas, a la vista de los bombardeos rusos contra la red eléctrica ucraniana, han emitido una especie de nihil obstat siempre que se utilice armamento ucraniano y no norteamericano.

Con ser novedoso que los ucranianos tengan permiso de los norteamericanos para atacar con sus medios objetivos militares en territorio ruso, no es esto lo más sorprendente. Lo más raro es que las defensas antiaéreas rusas no hayan sido capaces de descubrir la incursión e inutilizar los misiles. Rusia, como hizo antes tras los ataques en Crimea y en la frontera, ha restado importancia a los daños sufridos sin aparentemente percatarse del enorme valor simbólico que tiene el que los ucranianos hayan demostrado tener armas y capacidad tecnológica para alcanzar zonas muy alejadas de la frontera, más de lo que lo está la propia Moscú. Que viejos misiles o drones ucranianos hayan sido capaces de penetrar las líneas de defensa rusas revela una incompetencia muy grave que añadir a las ya manifestadas en la torpe invasión de Ucrania.

Es lo que faltaba. La moral de las tropas es baja, como no puede ser de otra manera después de haberlas enviado a cumplir con el ideal, absurdo pero ideal, de desnazificar Ucrania. Ahora tan sólo se combate por el vil objetivo de conservar una franja de territorio arrebatada por la fuerza a los ucranianos. El intento de retomar la ofensiva en el Este, alrededor de la ciudad de Bakhmut, no arroja dividendos, tan sólo produce bajas. La alusión de Putin a que no habrá por el momento más movilizaciones sugiere, para horror de quienes podrían ser llamados, que ya se está pensando en la siguiente.

La mayoría de los rusos intuye que la guerra está perdida, aunque Putin lograra quedarse con una pequeña parte de territorio ucraniano que poder presentar como victoria. Lo que pasa es que, como en toda dictadura, nadie quiere ser el primero en reconocer el fracaso y todos prefieren esperar a que lo haga otro. Ya lo harán.

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