
Hola, soy nazi. Me lo dice uno de esos representantes del periodismo pichafloja contemporáneo a los que Twitter les ha permitido ahorrarse el fatigoso trabajo de desarrollar ideas en un artículo y limitarse al mamporreo de prosa capada en 240 caracteres. Y es gracioso, porque soy nazi por firmar el manifiesto "Defender la democracia", que imagino que si hubiera firmado su manifiesto, "Defender el asalto al TC", sería demócrata y en vez de engrosar una lista para futuras prisiones, mi nombre acabaría en la lista de espera del pago de favores gubernamentales. ¡Quién me vería ahora cobrando al frente del Instituto del Unicornio o dirigiendo el Observatorio del Pincho de Tortilla y Caña Contra la Violencia Política!
Soy nazi y es extraño porque la semana pasada era fascista, y hace dos era reaccionario, y yo agradecería a los psicoanalistas de la extrema izquierda que se pusieran de acuerdo de una vez a la hora de diagnosticarnos, porque no te vistes igual para salir a cenar si eres admirador de Hitler, que si eres fan de Mussolini, o si estás a punto de partir hacia las Guerras Vandeanas. Que, mientras espero el juicio de Nuremberg junto a los otros 123 nazis que nos oponemos a que Sánchez acabe con el Estado de derecho, no pienso perder la ocasión de brindar, estallar cáscaras de mariscos gordos, y bailar al ritmo de Quijote de Julio Iglesias, si esto les parece lo bastante rancio y fascista a los pintores de dianas en el culo de la izquierda mediática.
Consuela pensar que al menos no soy, a esta hora, golpista con toga, que el experto en ver nazis en el ojo ajeno es más partidario de los golpistas con toga manchada de polvo del camino, hallazgo de Conde-Pumpido durante el proceso de rendición del Gobierno de Zapatero a la ETA. A propósito, el mismo Conde-Pumpido que vuelve a ser noticia por seguir poniendo en marcha su doctrina del 2006, a saber, que la Justicia no está para favorecer procesos políticos ni para obstaculizarnos, lo que se traduce en que la Justicia está para lo que se le ponga en la punta de la toga a mi paisano.
Por lo demás, en algo me parezco al menos a mi admirado Jaime Urrutia, que entre sus pecadillos de juventud ochentera incluía esa broma macabra pretendidamente provocadora al inicio de sus shows: "Hola, somos Gabinete Caligari y somos nazis". Lo cierto es que, tras leer la prensa de hoy, estoy cerca de concluir que la culpa de todo lo que estamos viendo es del chá-chá-chá con el que Iglesias invitó a bailar a Sánchez, aquel que le volvió "un caradura por la más pura casualidad"; aunque lo justo es admitir que la caradura ya la traía de casa y que no fue por casualidad sino por mezquindad, que también rima.
Nazi o no, es Félix Bolaños, convertido en picaflor del arrabal secesionista, y no yo, quien dice casi en catalán que "nadie puede parar una votación de diputados y diputadas elegidos democráticamente", y, para que puedan entender la controversia en La Moncloa, me pregunto qué opinaría el señor ministro si las diputadas y los diputados elegidos democráticamente votasen masivamente a favor de la extirpación forzosa y sin anestesia del testículo izquierdo de todos los varones del Consejo de Ministros, y si lo continuaría juzgando imparable, muy imparable, o absolutamente imparable. Que al final, hoy estás ahí pero mañana allá, y respetar la separación de poderes, mira tú por dónde, hasta te puede salvar los huevos.
