
No sorprenderá que el Gobierno haya sido cicatero en este último paquete del año que el presidente anunció feliz y satisfecho de su propia generosidad. No podrá sorprender, porque tacaño lo ha sido todo el tiempo. Siempre ha dispensado su racanería como si fuera dadivoso y siempre lo ha hecho con cuentagotas: en dosis homeopáticas con fechas de caducidad muy cortas. Este peculiar procedimiento sólo aumenta la sensación de incertidumbre, igual que la costumbre de alargar hasta el último minuto el suspense sobre si los paliativos van a mantenerse o no. Pero así se puede abrir y cerrar el grifo a conveniencia.
Más sorprendente es que un Gobierno tan reacio a las rebajas precisamente de ese impuesto haya aprobado una más. Allá en 2021, dijeron durante meses que era imposible bajar el IVA de la luz, porque Europa, la estricta y mandona Europa, no lo permitía. Hasta que resultó que sí se podía. Claro que se podía. Por fin lo hicieron, pero nada se dijo, ni una palabra, de hacer más llevaderas las facturas del gas. No fuera a ser que la gente se hiciera más "derrochólica", como dice la campaña del Ministerio para la Transición a la Edad de Piedra. Tuvo que ir Sánchez a Alemania a ver a Scholz este verano para darse cuenta de que ese IVA también se podía bajar. Claro que se podía. Y se bajó. Pero el de los alimentos era imposible.
Figuras señeras de la izquierda, algunas de ellas miembros del Gobierno, advirtieron expresamente contra esa rebaja. Bajar el IVA de los alimentos era lo peor que se podía hacer. Era tan malo que sólo iba a beneficiar a los grandes y despiadados. Se insinuaron trucos, trampas y conjuras en la oscuridad. Se preferían las cestas, los cheques, cualquier cosa. Pero he ahí que el presidente salió el otro día a anunciar la rebaja hasta entonces reprobada como si todo este tiempo hubiera tenido en mente hacerla. Habló de los alimentos básicos con emoción. Parecía que iba a repartirlos él mismo entre los necesitados. No descendió a la letra pequeña ni se detuvo en el detalle de que la carne y el pescado quedaban fuera de la magnánima reducción, pero era evidente que la sentía y vivía como otra prueba nítida de la generosidad del Gobierno.
Todo lo cual nos sume en la perplejidad. Si lo que decían contra la rebaja del IVA de los alimentos era cierto, no se entiende que el Gobierno lo haya bajado. Y aún es más incomprensible que el Gobierno no lo haya subido. Porque si era tan malo bajarlo, será bueno subirlo. Siempre que todo aquello fuera cierto, claro está. Aunque quizá lo único cierto y probado es que entramos en año electoral. Un año electoral exige adaptar el cuentagotas a las necesidades del momento. En un año así, las dádivas gubernamentales pueden decidirse, por ejemplo, echando una ojeada a las encuestas: que baja el PSOE, pues baja el IVA; que sube el PSOE, pues no baja el IVA. Es la ciencia política de la generosidad.
