
El fallecimiento de Benedicto XVI (1927-2022) deja un vacío en la cultura occidental cuando más necesarias eran voces como la suya, que brotaba de una extraordinaria formación intelectual y del encuentro con Cristo resucitado. Sin perjuicio de su admirable actividad académica y pastoral, el teólogo bávaro se había convertido en una de las instancias de lucidez y claridad moral más autorizadas de nuestro tiempo.
En efecto, todos los grandes temas de su reflexión intelectual –la Cristología, la Eclesiología, el diálogo entre Fe y Razón, por citar sólo algunos– se enriquecían de las grandes corrientes del pensamiento contemporáneo. No hubo momento de la historia universal que eludiese ni sombra de nuestro tiempo que no afrontase con lucidez y coraje. Por ejemplo, durante su viaje apostólico a Polonia, en 2006, Benedicto XVI tuvo sentidas palabras de dolor como Papa y como alemán:
Yo estoy hoy aquí como hijo del pueblo alemán, y precisamente por esto debo y puedo decir como él: No podía por menos de venir aquí. Debía venir. Era y es un deber ante la verdad y ante el derecho de todos los que han sufrido, un deber ante Dios, estar aquí como sucesor de Juan Pablo II y como hijo del pueblo alemán, como hijo del pueblo sobre el cual un grupo de criminales alcanzó el poder mediante promesas mentirosas, en nombre de perspectivas de grandeza, de recuperación del honor de la nación y de su importancia, con previsiones de bienestar, y también con la fuerza del terror y de la intimidación; así, usaron y abusaron de nuestro pueblo como instrumento de su frenesí de destrucción y dominio.
Es inevitable recordar aquí el viaje que, en 1979, hizo Juan Pablo II a aquel mismo lugar de destrucción y muerte. El magisterio de los dos Papas en relación con los totalitarismos es una referencia obligada para cualquiera que quiera comprender las décadas más sombrías de Europa.
Pocos años después, en Israel, a su llegada al aeropuerto Ben Gurión, Benedicto XVI tendría duras palabras de condena hacia el antisemitismo:
Por desgracia, el antisemitismo sigue levantando su repugnante cabeza en muchas partes del mundo. Esto es totalmente inaceptable. Es preciso hacer todo lo posible para combatir el antisemitismo donde se encuentre, y para promover el respeto y la estima hacia los miembros de todo pueblo, raza, lengua y nación en todo el mundo.
Esa valentía intelectual le granjeó, a lo largo de los años, el respeto y la admiración de muchos que, sin compartir su fe, sí veían la claridad moral de sus palabras. Él identificó la raíz radicalmente perversa de los totalitarismos. En Erfurt, en 2011, describió el sufrimiento de aquellos que, después de la tiranía nazi, padecieron la comunista:
Queridos hermanos y hermanas, aquí en Turingia, y en la entonces República Democrática Alemana, tuvisteis que soportar una dictadura "parda" [nazi] y una roja [comunista], que para la fe cristiana fueron como una lluvia ácida.
No debe sorprendernos, pues, que Alemania sea uno de los países de Europa en que ha calado con mayor profundidad el marxismo cultural, una de cuyas fuentes fue precisamente la Escuela de Frankfurt.
Desde una perspectiva más filosófica, nuestro Papa advirtió del peligro de convertir a Marx en el filósofo de la teología. En efecto, señala en su profundísima Introducción al cristianismo (Sígueme, 2016), esa conversión implicaba admitir "la primacía de lo político y de la economía" de modo que aquello de lo que había que ocuparse era "exclusivamente la realidad material de los hechos históricos" a la cual había que "analizar y transformar hacia las metas correctas con los medios adecuados para ello, entre los que ineludiblemente estaba la violencia".
La denuncia del nazismo y el comunismo fue unida a la reivindicación de las raíces culturales de Europa, que habían alumbrado una civilización nacida del encuentro de la tradición clásica de Grecia y Roma con el cristianismo. "El encuentro creativo de la tradición clásica con el Evangelio dio vida a una visión del hombre y de la sociedad sensible a la presencia de Dios entre nosotros", dijo en 2009 a los políticos y diplomáticos reunidos en el Castillo de Praga, sede de la presidencia de la República Checa.
El Papa ahora fallecido no se dejó obnubilar por la retórica poscolonial que justifica el terrorismo. Con ocasión del décimo aniversario de los atentados del 11 de septiembre de 2001, Benedicto XVI mandó una carta a Timothy M. Dolan, arzobispo de Nueva York:
"La tragedia de aquel día se agravó aún más por la reivindicación de sus autores de actuar en nombre de Dios. Una vez más, se debe afirmar inequívocamente que ninguna circunstancia jamás puede justificar actos de terrorismo".
Benedicto XVI también sufrió el escándalo y los intentos de "cancelación" del progresismo mundial. Su discurso en la universidad de Ratisbona en 2006, que giró entre las relaciones entre fe, razón y universidad, escandalizó a la progresía bienpensante. No le perdonaron que incluyese en él una cita del emperador bizantino Miguel II Paleólogo extraída de un diálogo que mantuvo, durante su cautiverio en Ankara, con un embajador persa:
Muéstrame también lo que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malas e inhumanas, como su disposición de difundir por medio de la espada la fe que predicaba.
De nada sirvió que el Papa explicase que, en un contexto académico, se había limitado a introducir una cita. Fue inútil que el propio texto del discurso dijese que "esta frase no expresa mi valoración personal con respecto al Corán, hacia el cual siento el respeto que se debe al libro sagrado de una gran religión. Al citar el texto del emperador Manuel II sólo quería poner de relieve la relación esencial que existe entre la fe y la razón. En este punto estoy de acuerdo con Manuel II, pero sin hacer mía su polémica". Afortunadamente, no resulta tan fácil "cancelar" a un Papa.
Así, en la vida y obra de Benedicto XVI, encontramos, iluminados por la fe en Cristo, los grandes temas de nuestro tiempo: la historia, la identidad, la libertad, la dignidad del ser humano. Su voz sigue resonando en las conciencias de todos aquellos que, con fe o sin ella, reflexionan sobre la época que nos ha tocado vivir.