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Agapito Maestre

Adiós a Ratzinger

Ratzinger nos ha defendido con inteligencia y sensibilidad del totalitarismo de Estado, o sea, de quienes sólo admiten una religión, la del Estado.

Ratzinger nos ha defendido con inteligencia y sensibilidad del totalitarismo de Estado, o sea, de quienes sólo admiten una religión, la del Estado.
Benedicto XVI en la plaza de San Pedro el día que fue elegido Papa. | Cordon Press

Escribo esta nota el dos de Enero. Escucho la radio. Muchos periodistas opinan como pollos sin cabeza sobre Ratzinger. Predominan las opiniones ideológicas, o sea interesadas y malintencionadas, sobre el significado de la obra de Benedicto XVI. Las radios de Sánchez son analfabetas y pacatas en la hora de la despedida. Es "prensa" de partido. Mera arbitrariedad. Prosiguen la línea sectaria del más anacrónico y rancio anticlericalismo hispánico. Las radios críticas del Gobierno de España son más equilibradas y discretas, pero hay un tono apologético que me disgusta. Nada tengo contra la apología; al contrario, creo que un buen apologista es siempre necesario para alumbrar de razones el oscuro mundo que nos ha tocado en suerte, pero los problemas vienen de los malos y torpes defensores de causas que no son las suyas.

Sí, hay ciento de necios que desconocen por completo el poderío intelectual del cristianismo de Ratzinger y, sin embargo, tratan de defenderlo de las críticas de otros tan estultos como ellos. Un desastre. No me parece, pues, acertada la línea editorial de quienes hallan Perfecto al emérito Papa fallecido contra el imperfecto Francisco. Me gustaría alejarme de esa línea de enjuiciamiento, aunque sé que no es fácil el asunto. Solo quiero dar un sencillo Adiós a un gran Papa. Destaco la principal virtud de Ratzinger: mostrar en toda su obra y acción que la calidad de una civilización depende de su religión, o sea, de la naturaleza, jaez y nobleza de sus dioses. O sea del Dios del cristianismo en nuestro caso. La belleza, el bien y la verdad del Dios humanado del cristianismo, de Jesús, no tiene parangón en ninguna otra civilización.

He ahí una clave del pontificado de Benedicto XVI. La civilización que renuncia a ese Dios cae de inmediato en la decadencia. La barbarie nos amenaza por todas partes. Y no hay mejor manera de percatarse de ese peligro que ver el estado de decadencia espiritual de la Unión Europea. Es, precisamente, el Dios del cristianismo, Jesús, la gran figura que ha permitido a Ratzinger defenderse, en realidad, defendernos a todos los occidentales, del ataque idealista, racionalista, utópico, al fin, que elimina la religión de la vida pública. Ratzinger nos ha defendido con inteligencia y sensibilidad del totalitarismo de Estado, o sea, de quienes sólo admiten una religión, la del Estado. La lectura, en verdad, la teología de Jesús desarrollada en la obra de Ratzinger se enfrenta a la eliminación de la vida pública de la creencia y razón cristianas. Nadie mejor que Benedicto XVI ha visto los peligros totalitarios de la desaparición del cristianismo de la vida pública y, por tanto, pocos mejor que el Papa muerto han criticado con precisión y contundencia los males que trae la "religión" de Estado.

Ninguna de esas contribuciones tiene nada que ver con el "integrismo" cristiano del que ha sido acusado Benedicto XVI. Nunca rechazó a nadie por no ser cristiano. Nunca mantuvo que uno dejara o no de salvarse por estar fuera de la Iglesia. Nunca cuestionó la persona de nadie por comulgar o no con los Dogmas de la Iglesia. En fin, habló y discutió con todos, reconoció que la ley natural es compatible con la fe, etcétera, etcétera… Es una leyenda perversa y falsa la crítica de integrismo al Papa muerto. Y menos todavía puede acusarle de "totalitarismo" en su época de prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe; en este punto solo me queda argumentar, como hice en este periódico en abril del año 2005: "Pocos, quizá ninguno, de los procesos que abrió la Iglesia católica, durante el tiempo que el cardenal Ratzinger fue Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, terminó en "excomunión", o cómo quiera llamársele. Pero, suponiendo, que es mucho suponer, que la figura de Ratzinger hubiera tenido algo que ver con algunas de esas supuestas "excomuniones" de la Iglesia Católica, podríamos preguntar: ¿cuántos han sido excomulgados con la intervención del cardenal Ratzinger? En el peor de los casos, y atribuyendo a Ratzinger lo que es responsabilidad del Papa, sólo una persona fue apartada de la Iglesia católica en todo lo que duró su prefectura en esa sagrada Congregación.

A la luz de estos hechos, y teniendo en cuenta las infamias que se están vertiendo contra el Papa Benedicto XVI sobre su actitud inquisitorial e integrista durante su tiempo de cardenal, cabría otra pregunta: ¿por qué fue excomulgada esa persona? Pues, según reconocen católicos y ateos, tirios y troyanos, fue apartada por integrista, por intentar practicar, precisamente, "eso" de lo que acusan villanamente a Ratzinger. En efecto, el obispo Lefevre, de origen francés, fue excomulgado por ser, valga la expresión, más papista que el Papa.

He ahí la prueba más eficaz, quizá más contundente, para desmontar la patraña totalitaria de los desnortados progres hispanos contra Benedicto XVI, que acusan de su mal a quien lejos de pretender integrarlo (s) sólo aspira a que lo respeten. El cristiano no impone sino que manifiesta su verdad, la buena nueva. Por el contrario, el ateísmo en el poder, el ateísmo como religión oficial, no difunde nada nuevo, sino que persigue a las otras".

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