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Nos quieren reeducar a Jordan Peterson

¿Qué ha hecho Jordan Peterson para merecer este castigo? Pues considerar que Elliot Page es una mujer, no un "hombre trans".

¿Qué ha hecho Jordan Peterson para merecer este castigo? Pues considerar que Elliot Page es una mujer, no un "hombre trans".
Jordan Peterson | Cordon Press

El Colegio de Psicólogos de Ontario, la organización profesional que regula el acceso a la profesión en la provincia canadiense, le ha abierto expediente a Jordan Peterson, con diferencia su miembro más famoso, y muy posiblemente el más reputado a nivel científico, con más de 100 artículos publicados y uno de los más citados, especialmente en lo referido al estudio de la personalidad.

La causa no está en su desempeño profesional. Al fin y al cabo, aunque tuvo una consulta durante muchos años, hace más de un lustro que no ejerce, desde que su actividad pública empezó a fagocitar todo su tiempo. Pero ¿cómo es posible que le abran expediente si no atiende pacientes? Pues porque dice cosas en medios y redes sociales que a los insignes dirigentes del Colegio consideran inaceptable, así que emplean unas denuncias de personas a las que jamás ha atendido Peterson para ordenarle un curso de reeducación en el uso de redes sociales que deberá pagar él, y cuyos profesores –designados por el Colegio– serán además los encargados de decidir si ya está convenientemente reeducado. Una estructura de inventivos, como pueden observar, construida con extraordinaria pericia para evitar posibles conflictos de interés…

¿Y qué ha hecho Jordan Peterson para merecer este castigo? Pues considerar que Elliot Page es una mujer, no un "hombre trans", que una persona obesa no es bella y los medios no deberían incentivar a la gente a estar gorda o incluso retuitear al líder de la oposición a Justin Trudeau. Es decir, por opinar libremente en un país supuestamente libre, bajo la excusa de que eso "daña" a la gente a la que no le gusta oírlo; una excusa cada vez más frecuente para justificar la censura a los que no estamos a la izquierda en todo el mundo occidental. Como es lógico y normal, Peterson ha decidido recurrir el expediente tanto por la vía del Colegio como por la justicia ordinaria.

Naturalmente, el Colegio de Psicólogos de Ontario no tiene ningún poder real sobre Jordan Peterson; hace mucho que dejó de necesitar de una licencia para ejercer. Pero sí que tiene la capacidad de dejar sin pan a miles de psicólogos, así que lo emplean para asegurarse de que nadie se sale de una línea marcada por motivos estrictamente ideológicos, y que nada tiene que ver con la psicología. También podrían tener como objetivo que cada vez que un medio progresista haga una referencia a Peterson, añadiera que se le retiró la licencia para así quitarle credibilidad. Porque obviamente no son tan ingenuos como para pensar que se iba a someter a su reeducación.

Todo lo cual es muy lógico y muy normal si asumimos que el Colegio de Psicólogos de Ontario es una organización ideológica sectaria y que está para eso. Pero no es así. Es un colegio oficial, con capacidad legal de denegar a alguien el derecho a trabajar como psicólogo. Esa misión le obligaría, idealmente, a estar por encima de las disputas políticas. Pero no, ha bajado al barro con estrépito y se ha colocado a sí mismo en un lado de la batalla, blandiendo sus armas con especial inquina. Si fuera una excepción, no tendría mayor importancia. Pero en los últimos años hemos visto cómo desgraciadamente más y más instituciones que necesitan de la neutralidad política para mantener su función, que exige una reputación impecable, han decidido arruinar el trabajo de décadas, y a veces siglos, de construcción de su prestigio para convertirse en meras antenas de repetición de consignas.

Durante un tiempo, funciona. La izquierda se infiltra, destruye la institución desde dentro, y viste su piel reclamando el respeto que amasó en sus buenos tiempos. Pero a la larga los efectos son demasiado visibles para negar lo que ha pasado, y todo lo que produce queda manchado de estiércol, incluso lo que no lo merece. Hubo un tiempo en que leer sobre un estudio publicado en Science, Lancet o Scientific American producía reverencia al saber que estabas ante lo mejor que podía aportar la ciencia. Ahora incluso lo más valioso que publican se ve con el escepticismo propio de saber que ha pasado por un filtro ideológico y no estar tan seguro de si ha pasado por uno científico. Las denuncias de Amnistía Internacional se miran con atención sólo si sabemos que se hacen contra mascotas ideológicas de la Izquierda, porque muy gordo debe ser como para que lo denuncien. Cuando un profesor de Oxford, Harvard o Yale afirmaba algo, le dábamos cierta presunción de veracidad. Y si un Colegio oficial suspendía a alguien, asumíamos que algo grave habría hecho para merecerlo.

Existían instituciones comunes a la sociedad, suficientemente alejadas de la política –o al menos del partidismo de la política– como para funcionar como una roca a la que asirnos, un cimiento encima del cuál construir todo lo demás. Debido a asuntos concretos, como el cambio climático o lo woke, hemos pasado de disfrutar de instituciones que sí, cometían su porcentaje de errores ineludible, pero eran fundamentalmente sanas, a brazos armados de un frente amplio de movimientos sociales y políticos para quienes la verdad es secundaria. Así es imposible construir nada sólido como sociedad. Aunque el mundo cambiara repentina y mágicamente, no se pueden volver a juntar las piezas de una reputación rota. Hay que construirla de cero, darle un nuevo comienzo. Y eso no es trabajo de un día, sino de décadas, o siglos. Suponiendo que seamos capaces, claro.

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