
En los tiempos de la Unión Soviética, los sovietólogos sólo sabían que no sabían nada. Apenas deducían quien subía y quien bajaba según donde aparecían para asistir al desfile de la victoria todos los nueves de mayo. De mucho más no se enteraban, como demostró el que la URSS colapsara sin que nadie fuera capaz de predecirlo. Hoy pasa lo mismo y nadie en Occidente sabe muy bien qué ocurre allí. La destitución del general Surovikin como jefe supremo de las fuerzas rusas en Ucrania ha provocado una gran sorpresa. Como ocurre siempre, a toro pasado, ya hay multitud de explicaciones, pero el caso es que nadie sospechaba que Putin estuviera descontento con el general. Y mucho menos que estuviera pensando en sustituirlo por Valeri Gerasimov, jefe del Estado Mayor y responsable del fracaso del plan inicial de tomar Kiev en unos días y acabar con Ucrania en unas semanas.
Se especula con que la retirada de Jersón, alabada por los militares occidentales como operación modelo por la cantidad de tropas y medios implicados, la rapidez con la que se llevó a cabo y la obvia necesidad de fijar una línea defendible detrás del río Dnieper, no gustó a Putin. Las guerras no se ganan retirándose, debió de pensar el autócrata. También se cree que el exespía hace responsable a Surovikin de la escasez de munición que padece el ejército ruso tras haber despilfarrado 20.000 obuses al día para acabar con la red eléctrica del país invadido sin haber conseguido otra cosa que endurecer la voluntad de resistir del pueblo ucraniano. También se piensa que Surovikin se opone a la ofensiva que Putin exige por falta de efectivos suficientes para llevarla a cabo. No se desdeña la posibilidad de que Yevgeni Prigozhin, dueño del grupo Wagner, esté conspirando para ser nombrado ministro de Defensa, enojado como está por habérsele negado algunos contratos militares y que, siendo Surovikin "su" general, Putin haya preferido destituirlo. En estos días, Prigozhin alardea de que sus fuerzas han tomado por sí solas la ciudad de Soledar, que no tiene más interés estratégico que ser próxima a Bajmut, donde se combate ferozmente desde hace semanas porque es un importante nudo de comunicaciones. Soledar tiene sin embargo interés por sus minas de sal, que al parecer Prigozhin quiere incorporar a su ya muy extenso patrimonio.
Aunque no sepamos qué está pasando exactamente en el Kremlin, hay dos hechos obvios que revelan la debilidad creciente del dictador. Para empezar, mueve a sus hombres de unos puestos a otros, pero no tiene a más de quien fiarse. Poner al frente de la guerra a un general gris y fracasado cuyo único activo es su lealtad en sustitución de otro de tácticas brutales, pero mucho más capaz y que goza de amplia popularidad es una evidente prueba de debilidad. Como lo es que se le suba a las barbas un arribista, propietario de un ejército privado, que tiene su propia agenda bélica y conquista ciudades por su cuenta sin contar con los mandos del ejército regular. Si finalmente Putin lanza sin medios suficientes la ofensiva que se espera a uno y otro lado del frente, la debacle puede ser homérica.
