
Nos hay dos sin Ramsés. Formo parte de la generación que aprendió a leer la prensa política entre imágenes de Roldán en paños menores, el presidente del Gobierno declarando ante el Supremo fotografiado de escaqueo por Quintela, y los crímenes de los GAL, que rima con cal. Sin el desastre económico de las clases medias, González no habría caído por ninguna de las corruptelas y crímenes sus gobiernos. Y eso que entonces todavía era posible el derrumbe. Ahora no lo es. Podrías publicar un video de Sánchez empujando a viejecitas a las vías del metro que, apuesto lo que quieras, seguiría sin tener consecuencias relevantes en la intención de voto de la izquierda. De hecho, alguien en Ferraz encontraría la manera de echarle la culpa a Isabel Díaz Ayuso.
Esto lo inventó Guerra. Pero Zapatero lo perfeccionó. Y Sánchez lo multiplicó por mil. La satanización de la oposición de derechas, el cordón sanitario, el fantasma del franquismo, no se emplea como arma de ataque sino de defensa. La derecha no lo ha entendido aún, pero el día en que el presidente por accidente abrió el melón guerracivilista no estaba aislando al PP de Rajoy, sino aislándose él mismo para protegerse, eliminando toda opción de alternancia política.
La izquierda posmoderna, la que sufrimos, desconoce la autocrítica incluso de puertas para adentro. Es aquello de "el que se mueva no sale en la foto" de Guerra, pero llevado al extremo. El pack ideológico socialcomunista es completo, desde el sí es sí hasta la dictadura ambientalista, y el que ose levantar el dedo para objetar será enviado al cuarto oscuro de los fachas, donde habitan todos los otros, la legión proscrita, ahora se dice cancelada, más de media España.
Uno de los dobles de Biden lo utilizó también en su campaña electoral cuando dijo que votar es elegir, o democracia o republicanos. El PSOE aprieta los extremos del cordón sanitario por garantizarse la propia impunidad, porque han comprendido que el votante de izquierdas asume el argumento, que si tuvieran los túneles ferroviarios como las tragaderas, no habría tren que se les resistiera en altura ni en anchura. A lo sumo, el debate: es posible que los míos sean lo peor, pero cualquier cosa será mejor que la ultraderecha, la suspensión de la democracia, el fin de la sanidad pública y la reinstauración del franquismo. Y en ese saco meten hoy al PP de Feijóo y a Vox, como en su día metían al PP de Rajoy y al Ciudadanos de Albert Rivera. También en esto yerra el PP de Feijóo: no es Vox, que a fin de cuentas defiende algo muy parecido a lo que llevó a Aznar a la mayoría absoluta, es todo lo que no sea la izquierda.
Desde González, pero sobre todo desde Zapatero, el miedo a la derecha, la versión 3.0. del dóberman, solo les falla electoralmente cuando la ruina económica que suelen dejar a su paso alcanza al fin el bolsillo de los votantes. Y no hay mucho más. Así, se magnifican los casos de corrupción en la derecha mientras la lista eterna de corruptelas del PSOE pasa de puntillas por los periódicos y los debates, y siempre encuentra asalariados en las tertulias y editorialistas cooperantes dispuestos a decir que Tito Berni es morito converso y que las muchachas de la foto son todas sus mujeres. Y por lo demás, si miras con incredulidad, lo de Patxi: ¿a ti que más te da?
El único peligro de esta estrategia son los medios libres. Allá donde te puede salir un tipo de izquierdas diciendo que lo de las fotos de putas y cocaína es demasiado, o que la excarcelación de violadores es inadmisible, o que ya está bien de los delirios narcisistas del presidente. Pero no hay medios de comunicación libres. Aprovechando que estaban en oferta, Sánchez se encargó de comprar los pocos que quedaban durante la pandemia. Los que hoy tenemos son algo parecido a la disidencia controlada, junto a un escueto ramillete de medios de vocación suicida, como galos en una historia de Uderzo, a quienes también se han apresurado a colgarles el sambenito ultraderechista, pero que son, después de todo, el único altavoz en donde aún podemos patalear y escribir estas cosas en libertad; poco los apoyamos para lo importante que resultan.
Sánchez comenzó saltando charcos de barro y hoy vive a diez metros bajo el lodazal. Tanto ha forzado la cuerda de la incompetencia y de la maldad que en el PP todavía hay ingenuos que creen que debe haber alguien en el PSOE capaz de plantarse. Sin duda, los hay descontentos, como ya ocurrió con Zapatero. Pero, ¿sabes dónde han terminado todos los que se han atrevido a decir algo? En el saco oscuro de la ultraderecha. Sánchez no tiene amigos ni compañeros. Solo maquilladoras.
