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Cristina Losada

Romper o no romper

Ahora es gobernar sin Podemos lo que le quitaría el sueño a Sánchez: el sueño de volver a ser presidente.

Ahora es gobernar sin Podemos lo que le quitaría el sueño a Sánchez: el sueño de volver a ser presidente.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se abrazan durante el acto de presentación del programa de Gobierno del PSOE y Podemos. | Eduardo Parra (Europa Press)

Esa es la cuestión. Y es una cuestión, ésta de la ruptura de la coalición de Gobierno, que ya va teniendo un historial, que habría que representar en gráficos de fiebre, con sus picos y sus valles, y que se origina antes de que se diera la precondición de la ruptura, que es la existencia misma de la coalición. Porque hay que tomar como una ruptura avant la lettre aquello que en modo aparentemente confesional dijo Sánchez cuando afirmó que gobernar con Podemos le iba a quitar el sueño. "No dormiría por la noche", "ni yo ni el 95,5 por ciento de los españoles dormiría tranquilo", decía hace cuatro años para labrarse una respetabilidad exhibiendo el peligro de aceptar las condiciones que ponía su actual socio para hacerlo presidente. Y es que la cuestión de juntarse o no juntarse anticipó la de romper o no romper que hoy vuelve a ocuparnos.

Digamos de antemano que la cuestión sólo es cuestión para los socialistas y que los morados están felices de seguir utilizando la gran plataforma de poder que es el Gobierno para publicitar sus diferencias con ellos. Hacerlo así es su seguro electoral y basta imaginar, sensu contrario, que estuvieran fuera, a la intemperie, provistos sólo de un megáfono, sin la tibieza del sillón y el abrigo del presupuesto. En este matrimonio de conveniencia sólo uno está interesado en explorar el camino del divorcio. Pese a que un Gobierno dividido y enzarzado en mil rencillas pasa factura electoral a todos sus componentes, para Podemos la peor alternativa es abandonar el santuario del poder.

Sobre el papel, echar del Gobierno a Montero y Belarra, cabecillas del sabotaje permanente, parece que pinta bien para el PSOE. Pero sólo si se cree que le conviene a Sánchez adulterar la gasolina con unas gotas de moderación y que, con tal malabarismo de última hora, puede mantener a ese grupo de votantes suyos que está virando hacia el PP. Demasiada suposición para la navaja de Ockham. Y nada de lo que ha hecho y dicho el presidente del Gobierno en este pico de la tensión con sus socios permite deducir que va a soltar el lastre. Véase, como ejemplo gráfico, lo que hizo el día que se votaba en el Congreso el apaño, propuesto por su partido, para el estropicio del "sí es sí": ni acudió ni votó. Dejar solas a las sororas, sí; hacerlas aparecer como únicas culpables del desastre, también. Pero votar junto al PP y Vox, de ninguna manera. Deliberadamente se ausentó. Ya es costumbre: hizo lo mismo cuando su partido, en 2016, se abstuvo para que pudiera formar Gobierno Mariano Rajoy.

Para el perfecto oportunista no hay giro imposible, pero para que Sánchez expulse del Gobierno a los podemitas, para que eyecte a Montero y Belarra del Falcon, van a tener que alinearse varios astros. Y tendrá que tomar cuerpo el astro de Yolanda Díaz, que sigue sin poder desvincular su destino del de sus compis y rivales. Ahora es gobernar sin Podemos lo que le quitaría el sueño a Sánchez: el sueño de volver a ser presidente.

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