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Federico Jiménez Losantos

Las incomprensibles y peligrosas abstenciones de Vox

Lo malo de las abstenciones incomprensibles es que acaban siendo peligrosas. En algunos casos, mortales.

Lo malo de las abstenciones incomprensibles es que acaban siendo peligrosas. En algunos casos, mortales.
El presidente de Vox, Santiago Abascal. | Europa Press

La abstención de Vox ante la ley de pensiones de Escrivá no es la primera que nos deja con la boca abierta. Hubo otra, más grave: la de los Fondos Europeos, que el Gobierno iba a aprobar como suele, sin control alguno. Y que sus aliados iban a tumbar. Entonces, súbitamente, bajó del cielo Supermán para salvar la situación. Sánchez no tuvo que negociar nada, ninguna cautela ante esa enorme cantidad de dinero, que pensaba repartir con su arbitrariedad de costumbre, madre de todas las corrupciones. Y como Vox se abstuvo, así lo ha hecho. Creo recordar que Iván aseguró que en el momento de las enmiendas aparecería ese control. Nadie lo ha visto.

Discurso en contra, voto a favor

El significado técnico de la abstención depende de si hay o no una mayoría capaz de sacar adelante lo que se vota. Pero, en general, denota indiferencia u hostilidad. Al menos, eso sostuvo Vox durante la moción de Tamames: la abstención equivalía a votar a Sánchez, porque debilitaba a la alternativa. No era exactamente así, pero casi. Y después del discurso de Tamames, yo sostuve en El Mundo que Feijóo debería haber dado orden de votar "sí", porque fue muy convincente su feroz crítica al guerracivilismo de Sánchez. Ni caso. El pulso parlamentario del PP, con Cuca al frente, nunca presenta síntomas que permitan atribuirle vida inteligente o, simplemente, vida.

Es tan decidida su apuesta vegetal, que renunció a los diez minutos que le correspondían contra Sánchez. Y lo peor es que esta renuncia a la política coloca este primer año de presidencia de Feijóo en una penumbra al estilo sorayesco, cuya cima fue la inhibición ante el golpe de Estado en Cataluña. Y esa política de encogerse de hombros, como la del Atlas de Ayn Rand, pero no por principios sino por comodidad, provocó la famosa frase de Abascal describiendo al vago y abúlico PP como "la derechita cobarde". Mucho les molestaba, en especial a Aznar ("eso no me lo dice Abascal a mí a la cara"), pero sobre todo porque sobraban motivos para denominarla así.

Frente a la "derechita cobarde", o la "ex-derecha", Vox se presentaba como la Derecha Patriótica o, simplemente, La Derecha, la única, según el lema mil veces repetido por sus bots en las redes: "sólo nos queda Vox". En todo lo referente a las leyes de violencia de género y memoria histórica, ha sido siempre así. Sin embargo, su programa económico ha ido desechando la defensa de capitalismo popular, de la propiedad y las clases medias en favor de un sindicalismo de derechas, un anticapitalismo falangista y una crítica a la explotación y a los ricos que apestan al "socialismo nacional" de Mussolini y José Antonio o al nacional-bolchevismo de Le Pen en Francia. No creo que haya derecha más cobarde que la que se rinde a la demagogia izquierdista de ricos y pobres. Y ahí, lo más parecido a Yolanda es Buxadé.

¿En qué ha quedado la defensa del mercado de Iván Espinosa de los Monteros? En poco, tirando a nada. En la "doctrina social de la Iglesia" del Abascal que "prefería la opinión de un obispo a la de Juan Ramón Rallo". Subyugado por Munilla, se olvidaba de Setién y del peronista Francisco. ¿Y para qué quedan Iván y el grupo parlamentario de Vox? ¿Para la nueva "derechita cobarde", para el astuto y fructífero "partido de las enmiendas"?

La sombra del "Partido de las Enmiendas"

El Partido de las Enmiendas no se presenta a las elecciones, no tiene grupo parlamentario, no aparece en los debates, no se sabe quién lo dirige ni quiénes forman su nebulosa infantería. Actúa emboscado todo el año, pero se manifiesta de forma inequívoca en las Leyes de Acompañamiento del fin de año, cuando en un atestado ómnibus de enmiendas de apariencia menor, apenas rectificaciones de un año o modificaciones de un permiso cautelar, un sector económico consigue, sin que se enteren los partidos y la prensa, una prórroga de dos o tres años en una Ley de Costas o de subvenciones a un sector agrario de interés ecológico, u otro de interés estratégico. Nada especialmente grave. Nada que no caduque pronto. Y, sobre todo, nada que valga la pena debatir, abocar o devolver al Pleno el Día de los Inocentes o la Víspera de Nochevieja. ¡Se aprueba! ¡Feliz salida y entrada de Año!

El Partido de las Enmiendas es transversal, se agrupa en torno a un asunto económico y reúne a diputados o partidos de segundo nivel pero que pueden conformar mayoría, en comisión o en algún trámite sin brillo. Las comisiones del sector están aseguradas. Tasadas y medidas, no cobradas. Y con representante, como los futbolistas, o como diputado "agente libre".

Antiguamente se agavillaba en torno al grupo catalán que, en defensa del sagrado interés de la tribu, atraca a la Metrópoli. En los últimos tiempos se presenta como Derecha de Alquiler, culiparlantes opacos que votan con la izquierda. Si se denuncia, cabe achacarlo a error –aunque clamorosos, se olvidan–, a concesión electoral regional o a la necesaria apertura del partido a conversaciones con otros. En todo caso, ya está votado. Y estará pagado pronto, ya se verá cómo y dónde. En fin, cuando alguien dice que "en la Oposición se vive muy bien", está hablando del Partido de las Enmiendas.

La estrategia de dejarlo correr, a la espera de heredar

Esta picaresca mediterránea, valenciana, murciana y muy catalana, tiene campo libre y libertad para actuar en cualquier terreno cuando la estrategia del partido es dejar que el rival se estrelle y heredar sus votos. Si la ruptura de Vox con el PP se consolida, y nada hace prever lo contrario, porque incluso si pacta con el PP ayuntamientos y autonomías, volverá en las generales a diferenciarse a toda costa del vecino ideológico, es más que probable el aumento de votaciones inexplicables como las de abstención o apoyo –si a efectos prácticos suponen lo mismo– en los dos casos citados.

La ruptura estratégica con Ayuso en Madrid permite suponer que Vox –o una parte, ahora hegemónica– prefiere esperar que el egoísmo gallináceo y moderado de Feijóo y sus sorayos se estrelle en un par de años con el violento izquierdismo callejero. Y que entonces habrá llegado su hora. En cierto modo, esa fue la apuesta de Albert Rivera con Ciudadanos: dejar que el PP se consumiera, esperando heredar sus votos. El PP se hundió, pero Ciudadanos, sencillamente, ha desaparecido. Si el hombre no fuera el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra, y el político no fuera el mejor modelo de esa animal tendencia al error entre los humanos, creeríamos escarmentado a Vox. Como siempre, todo apunta a lo contrario.

Así que, en los meses que faltan hasta las generales, podríamos ver más casos insólitos, abstenciones incomprensibles y votos negativos que deberían ser positivos o viceversa. Será una auténtica Edad de Oro para el Partido de las Enmiendas, en el que no faltarán los heroicos tercios de Vox. Lo malo de las abstenciones incomprensibles es que acaban siendo peligrosas. En algunos casos, mortales.

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