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Los cebollos se ríen

Lo que afrenta es que humoristas surgidos del ecosistema nacionalista catalán crean ser la vanguardia intelectual de un país "atrasado" como España.

Lo que afrenta es que humoristas surgidos del ecosistema nacionalista catalán crean ser la vanguardia intelectual de un país "atrasado" como España.
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Los humoristas de TV3 no van sobrados de talento a tenor del nivel artístico de sus parodias, basadas fundamentalmente en tratar de ridiculizar al resto de españoles con especial atención a los que viven en Cataluña. En ese reducidísimo ámbito conceptual se trabajan los gags que la cadena pública catalana ofrece a sus espectadores más fieles, para contribuir al esparcimiento del sector separatista de la audiencia y, sobre todo, alimentar el sentimiento identitario de la tribu, que es, en última instancia, el objetivo central de la cadena propiedad de la Generalidad. La última ocurrencia ha consistido en disfrazarse de Virgen del Rocío y quejarse de que lleva 200 años sin echar un polvo como Dios manda, una broma construida con la sutileza imprescindible para que pueda ser entendida y apreciada por el público al que va dirigida.

El presidente andaluz se ha quejado de la bromita de TV3 y ha pedido una rectificación a sus autores porque han herido los sentimientos de los andaluces. Vano intento, claro, porque su protesta confirma que los bufones nacionalistas han dado en el clavo aplicando la línea editorial de TV3. En realidad, el gag no es más que otra consecuencia del permanente odio a España que destila la programación de la cadena pública catalana, pero eso no nos ofende. Lo que nos afrenta es que los humoristas surgidos del ecosistema nacionalista catalán crean que son la vanguardia intelectual de un país atrasado como España, sentimiento absurdo que, incomprensiblemente, ha calado en las élites del resto del país. No de otra forma puede entenderse que aplaudan espectáculos tan zafios como el del matrimonio que presentó la gala anual de los premios nacionales de cine enseñando el trasero, como si la escena fuera una delicatessen destinada a los paladares más selectos y no una cuchufleta guarra típica de Benny Hill. A otros los hubieran despedido a gorrazos; Buenafuente y su señora, en cambio, salieron del escenario mostrando las nalgas en medio de una gran ovación.

La vulgaridad del humor nacionalista que promueve TV3 es fiel reflejo del nivel intelectual de un movimiento que tiene por héroes a personajes como Puigdemont, que se escabulló en el maletero de un coche para no ser detenido por la policía, como si en vez del presidente del Gobierno regional catalán fuera El Vaquilla huyendo de un atraco. Una sociedad que tiene en su seno al clan de los Pujol no debería buscar motivos de risa fuera de las fronteras del terruño, porque ahí mismo tiene material para hacer hasta series de televisión. Pero los cebollos de TV3 hacen risa como pueden, por ejemplo haciendo sonar el himno de España a base de ventosidades.

Este último caso define mejor aún al humor oficial catalán, que encuentra en lo escatológico uno de sus motivos esenciales. El himno nacional, en efecto, soltaba unos cuescos enormes que eran celebrados por los espectadores nacionalistas de la cadena oficial del separatismo. Los pobres no se han parado a pensar en el significado real del gag y siguen convencidos de que son ellos los que denigraron a España. Algún día lo entenderán. Pero mientras tanto, nuestro único lamento es compartir nacionalidad con esta tropa de inútiles destalentados que nos desprestigia ante el resto del mundo. A ver si los independizamos de una vez y nos dejan por fin en paz.

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