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Miguel del Pino

Las trampas del agua de Doñana

Los habitantes del entorno no pueden ser los únicos ciudadanos abocados a la ruina por culpa de su proximidad a un Parque Nacional.

Los habitantes del entorno no pueden ser los únicos ciudadanos abocados a la ruina por culpa de su proximidad a un Parque Nacional.
Los alcaldes socialistas de Moguer, Bonares y Rociana, en la manifestación del pasado 29 de marzo | LD

Sería demasiada casualidad. Sería demasiada casualidad que las noticias sobre los peligros que acechan a la marisma de Doñana se encadenen en forma de cascada con el PP como principal salpicado precisamente ahora, en la proximidad de decisivos comicios regionales.

También parece sospechoso que precisamente ahora salga a relucir el desastre de la balsa minera de Aznalcóllar que hace un cuarto de siglo estuvo a punto de envenenar el ecosistema marismeño.

Por otra parte, llega a lo esperpéntico que el presidente del Gobierno se refugiara en "su" Doñana para evadir su presencia en la sesión más dura contra sus socios ¿por cuánto tiempo? podemitas. ¿Qué es lo que tiene Doñana para que todos se acuerden ahora de ella?

Cuando se ha gobernado en Andalucía durante más de cuarenta años sin ser capaces de solucionar, ni siquiera parcialmente, los problemas del entorno de Doñana como es el caso del Partido Socialista, hace falta verdadera osadía para acudir a "Europa" como "primo de Zumosol" para acusar a sus sucesores de los problemas de Doñana como si de algo nuevo se tratara.

Doñana acabará por terminar su existencia como ecosistema acuático: los aluviones del Guadalquivir y las sucesivas sequías le auguran una supervivencia de pocos siglos, pero antes de que esto suceda disfrutemos de este paraíso al menos durante varias generaciones; después, la ingeniería del futuro tendrá la palabra.

Todas las lagunas costeras y también, por supuesto, las marismas son tan sólo accidentes temporales de la red hidráulica que terminan por colmatarse. Doñana en particular resulta extremadamente frágil porque las frecuentes sequías, que suelen producirse con duraciones mínimas de trienios, desecan temporalmente el ecosistema marismeño.

De manera que no es necesario que se esfuercen los devotos del cambio climático para sacar catastróficas imágenes de las tierras cuarteadas por la sequía en lo que durante el invierno son lagunas. Así ha pasado siempre y así seguirá pasando.

Pero ¿es el despilfarro de agua en el entorno lo que amenaza la supervivencia de Doñana? Así lo afirman los catastrofistas siempre y cuando gobierne la derecha; cuando el gobierno corresponde al llamado "progresismo", las cosas se ven de otra manera.

Nos encontramos ante un problema típico de competencia de intereses: Doñana, como patrimonio de la humanidad merece recibir la mayor cantidad de agua posible a cargo tanto de las lluvias estacionales como de los acuíferos subterráneos. Los habitantes del entorno no pueden ser los únicos ciudadanos abocados a la ruina por culpa de su proximidad a un Parque Nacional, al que acabarían odiando si los gobernantes no actúan con la máxima prudencia y aplican el llamado "menos común de los sentidos".

En realidad todos los Parques Nacionales están obligados a llevarse bien con el entorno humano circundante: si el Parque supone fuentes de recursos económicos de cualquier orden será admitido y casi siempre querido por las poblaciones colindantes; si, por el contrario, los vecinos lo perciben como una ruinosa fuente de prohibiciones, estaremos al borde de la ruina.

El centro de gravedad de la gobernación de un espacio protegido y su entorno debe situarse en sus bases científicas; en el caso de Doñana el reparto del agua es el principal problema, como en otros puede suponerlo la gestión de los recursos cinegéticos, agrícolas o de cualquier otro tipo. ¿Podría Doñana sobrevivir en medio de un entorno humano arruinado?

La desidia y el abandono de la economía del empobrecido entorno de Doñana ha sido habitual durante décadas y, hasta hace bien poco, las posibles soluciones que se planteaban, a veces por ocupación directa del agua por pozos ilegales, no daban resultado alguno: con acuíferos cada vez más castigados y sequías muy frecuentes y graves, la marisma del Guadalquivir parecía condenada al mismo destino que el sufrido por las del Tiber, el famoso Ponto Euxino romano que Mussolini convirtió en inútiles campos de arroz.

Las soluciones de las últimas décadas se han parecido bastante a aquello de "barrer bajo las alfombras": los cultivos no legalizados pero tampoco suficientemente inspeccionados constituían un verdadero peligro para las aguas marismeñas.

Pero de pronto llega alguien, el Gobierno del señor Moreno Bonilla, que se atreve a dar el primer paso: legalizar, para después poder gestionar si es posible que sobrevivan con aguas superficiales, los cultivos de fresas que han comenzado a insuflar dinero en las paupérrimas economías de unos ciudadanos al menos con los mismos derechos que los demás. ¡A Europa con las denuncias!, a una Europa donde cualquier denuncia con sello tamponado en tinta verde tiene visos de prosperar.

La iniciativa del Partido Popular merecía ser estudiada y sometida a pruebas. La marisma de Doñana podría salvarse con pequeños trasvases fluviales que el Ministerio de Transición Ecológica abomina, pero parece que el Gobierno andaluz empieza a dar señales de miedo ante los proyectos de denuncias socialistas a Europa.

De manera que en alguna parte de la izquierda, parece que una vez más la derecha se dejará "comer la merienda" por miedo. Han comenzado las declaraciones dubitativas y las ofertas de rectificación por parte del presidente autonómico y ya se sabe, sobre todo en Andalucía, que es tierra taurina, que "torero que duda, torero cogido".

Miguel del Pino Luengo, catedrático de Ciencias Naturales.

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