
La guerra intestina de la izquierda radical ha concluido con un armisticio, después de una negociación en la que Podemos acabó rendido y humillado. Lo más señalado del proceso contrarreloj fue la distancia sideral entre la prepotencia con la que entraron los podemitas en la sala y la mansedumbre con la que se retiraron, pese a los fuegos fatuos verbales. Iban de matones, como de costumbre, y salieron con el rabo entre las piernas. No tuvieron coraje para rechazar el ultimátum, y aquellos feroces asaltantes de cielos simplemente mordieron el polvo. O tomaban las cuatro lentejas que se les ofrecían o las dejaban y no había nada. Prefirieron agacharse a recoger las migajas antes que aventurarse en solitario.
La alegre camaradería de otros tiempos, los buenos tiempos, ha terminado con el equivalente a una masacre, y ha terminado de este modo porque los buenos tiempos han mutado en malos y cuando el tiempo cambia así, las cañas se vuelven lanzas, como dice el clásico. La liquidación de la dirigencia podemita a manos de sus antiguos camaradas se ha personificado en la expulsión a las tinieblas exteriores de figuras como Irene Montero y Pablo Echenique, pero el destinatario real de esta purga no es otro que Pablo Iglesias. El gran purgador ha sido purgado. El que a hierro mata, ya se sabe. Y a lo largo de años de camaradería se acumulan grandes odios. Pero, junto a lo personal, está lo político y en lo político, cuando las cosas van mal, resulta imprescindible encontrar un chivo expiatorio.
La operación liquidacionista era políticamente necesaria, porque sin ella, lo viejo no podría nacer como nuevo. Acabar simbólicamente con Podemos resultaba imprescindible para dotar de un aura renovada a un aglomerado de partidos y chiringuitos que fueron satélites de Iglesias en la época dorada. No había otra fórmula para hacer visible un corte entre la líder de Sumar y las políticas podemitas de las que participó como cualquiera: hasta votó en contra de la reforma del estropicio del "sólo sí es sí". Sacrificar a Podemos era condición sine qua non para que Sumar levante el vuelo como un proyecto diferente, cuando sus pasajeros son prácticamente los mismos. Era forzoso hacerlo para mostrar que se rompe con el pasado y para algo más: al sacrificar a Podemos queda señalado como único culpable y quedan exonerados todos los demás.
Con la claudicación podemita no se ha llegado a un acuerdo de paz, sino a un armisticio. Pero no estamos ante un armisticio con las viejas reglas de La Haya de 1907. Aquí las hostilidades se pueden reanudar en cualquier momento y sin previo aviso. A pesar de los documentos firmados.
