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La cólera del feminismo y la abjuración de Pedro

No era muy difícil estudiar qué efectos tiene la agresiva persecución de la masculinidad —tóxica— que ha librado el Gobierno de coalición.

No era muy difícil estudiar qué efectos tiene la agresiva persecución de la masculinidad —tóxica— que ha librado el Gobierno de coalición.
Irene Montero y Ione Belarra escuchan a Pedro Sánchez en el Congreso. | EFE

Este diálogo entre Pedro Sánchez (P.S.) y su entrevistador (E.) está basado en hechos reales, excepto la pregunta, que es invención.

P.S.: Mis discrepancias con la ministra de Igualdad han sido públicas y notorias y tengo amigos, de entre 40 y 50 años, que se han sentido incómodos con los discursos de confrontación que se han podido hacer.

E.: ¿Y por qué no hemos sabido hasta hace muy poco de esas discrepancias y de esos amigos?

P.S.: Es que las pruebas del coste electoral acaban de llegar.

La respuesta no es invención, no del todo. El presidente del Gobierno nunca revelaría de forma tan franca, ni de ninguna otra forma, la razón de que se quiera distanciar ahora de las políticas "feministas" de "vanguardia" de las que ha presumido. Pero el motivo de que se las endose en exclusiva a Irene Montero, haciendo leña del árbol caído, es conocido y reside en que ha visto, al fin, su coste electoral.

El coste lo cifran los socialistas en la pérdida de votantes masculinos en la franja de edad en la que, casualmente, Sánchez coloca a los amigos que se habían sentido incómodos. No estamos ante una pérdida de última hora, reciente y fresca. Pero el presidente es de los que va a remolque y con retraso. Pasaron meses hasta que se bajó de una ley que reducía las penas de delincuentes sexuales y los ponía en libertad. A pocas semanas de la cita decisiva, tiene que bajarse de más caballos perdedores y en ese forzado movimiento ha abjurado de un feminismo de "confrontación" para inventarse uno "integrador", que dice que siempre ha sido el suyo.

No eran necesarios muchos estudios de opinión para saber qué efectos tiene la agresiva persecución de la masculinidad —tóxica— que ha librado sin cuartel el Gobierno de coalición bajo la batuta de Montero y el beneplácito de Sánchez. La pérdida de votos que sufran los que ejercen esta variante inquisitorial es la menor y más saludable de las consecuencias. El feminismo populista, si se me permite este otro invento, tiene indudablemente su público. La victimización y el revanchismo ofrecen recompensas. Como dice Finkielkraut, las feministas han resultado ser malas ganadoras. No han sabido ganar y mantienen una triple ambición que es "saborear las mieles de la victoria conservando al mismo tiempo la aureola de víctima y sin dejar nunca de reivindicar".

Hay consecuencias más perversas. El feminismo que enfrenta a una casta pura y perfecta de mujeres con los violentos soldaditos de la falocracia acaba (y empieza) por hacerse odioso. Sus sermones y correctivos terminan provocando rebelión, como el voto a partidos que se le oponen radicalmente. Y las perturbaciones que causa pueden ser aún más profundas. No debería extrañar que, bajo su látigo, las lacras que, se supone, desea erradicar, continúen como si nada o se agudicen. Aunque esto tampoco le inquieta. El feminismo populista no ha venido para eliminar las lacras. Claro que no. Ha venido para restregarnos las lacras. Para decirnos que somos malos y hacer que aceptemos, sumisos o resignados, su cólera y su castigo.

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