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Ley de Restauración: lo peor del delirio ecologista de Bruselas

Es una apuesta totalmente descabellada por el medio ambiente que se hace en contra de los que viven en ese medioambiente, lo trabajan y lo protegen.

Nadie mínimamente racional puede estar en contra de la preservación del medioambiente y el paisaje y hay múltiples razones para ello, entre ellas también algunas de carácter económico: la naturaleza, su contemplación y su disfrute son sin duda una de las formas de desarrollo posibles para un mundo rural que cada día lo tiene más difícil.

Pero como todo en esta vida, esa conservación y ese respeto deben atenerse a una lógica y una racionalidad y no han de servir para arruinar a las personas. Al contrario, el bienestar económico de los ciudadanos no puede ser ignorado sin más.

Eso es lo que hace, según denuncian los propios afectados, la ley de Restauración de la Naturaleza que puede aprobar en breve el Parlamento Europeo: una apuesta totalmente descabellada por el medio ambiente que se hace en contra de los que viven en ese medioambiente, lo trabajan y lo protegen.

Plantear en una ley de rango europeo la obligación de devolver a la naturaleza terrenos de cualquier lugar que tienen un aprovechamiento agrícola y, por tanto, un valor económico y como herramienta de creación de empleo es un disparate sólo al alcance de aquellos que viven encerrados en un despacho y completamente aislados de la realidad. Y es además una tontería: en un continente cuya población no crece y con un alto grado de tecnificación y desarrollo tecnológico, cada vez se necesita una superficie menor para el cultivo y aquello que no se usa volverá a ser tomado por la naturaleza sin necesidad de que lo dicte la Eurocámara. Es más: cualquier observador atento del paisaje se dará cuenta de que eso ya ha ocurrido en muchos sitios de España.

Pero lo que ya es no un dislate sino directamente un insulto es que la protección del entorno se haga en contra del entorno, que es lo que hace esta ley: hay que ‘retornar’ a su estado primigenio un campo de cebollas pero no elementos por completo antinaturales y que destrozan el paisaje como una plantación solar o un campo de molinos de viento que en muchos lugares de España y Europa ya han convertido el entorno natural en un distopía aberrante.

Así, en pocas cosas como en esta ley es posible reconocer la inmensa hipocresía de un ecologismo que está dispuesto a lo que sea para cumplir unas consignas incoherentes que, eso sí, suponen grandes beneficios para algunos.

Es urgente e imprescindible forzar políticamente a las instituciones europeas a devolver las políticas ambientales a la racionalidad que nunca debimos abandonar y, sobre todo, a tener en cuenta de una vez que ninguna política en pro de la naturaleza puede hacerse en contra de aquellos que viven en ella.

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