Las direcciones nacionales del PP y Vox deben poner fin al espectáculo de las discrepancias en las comunidades autónomas donde la suma de ambas formaciones les permite formar gobiernos. No están solamente en juego las estrategias de los dirigentes territoriales y sus aspiraciones partidistas, sino el cumplimiento del designio de las urnas que arrojan mayorías de derecha. Tras lo visto y acontecido en los últimos días, urge un golpe de timón por parte de Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal y la creación de un marco que otorgue a las negociaciones claridad, limpieza y estabilidad.
Los electores de ambos partidos esperan que sus votos sirvan para desalojar los gobiernos de izquierda y ultraizquierda, no que se usen como arma arrojadiza entre unos cabecillas regionales incapaces de estar a la altura de las circunstancias, de unos resultados electorales que no se pueden tirar por la borda en manifiesto e intolerable desprecio por la mayoría de los votantes. Es obvio que los dirigentes autonómicos y locales de PP y Vox deben tener voz y peso en la confección de los pactos, pero en ningún caso deben torpedear unos acuerdos imprescindibles para acometer con garantías el próximo y definitivo reto, el triunfo de una alternativa que impida la consolidación del sanchismo tras las generales del 23 de julio.
No sólo se trata de los gobiernos de Extremadura, Aragón o Murcia, por citar algunos de los territorios donde las negociaciones postelectorales deberían dar paso a alianzas estables de los dos partidos, sino del propio futuro de España. Los exabruptos de unos y otros, la falta de temple y mando en las direcciones nacionales y unas ambiciones que resultan ilegítimas dado lo que está en juego ponen en serio peligro la posibilidad de una victoria clara y suficiente el próximo 23 de julio.
Tampoco se trata de buscar culpables y de señalar a quienes han puesto palos en las ruedas. Quienes se están significando en unas discrepancias que resucitan a la izquierda deberían dar un paso al lado, ya sea por una generosidad política que de momento no han sabido demostrar o por una acción ejecutiva sin contemplaciones de las cúpulas de sus partidos. Lo que no se puede permitir ni un minuto más es que el egoísmo, los celos y la falta de patriotismo erosionen las posibilidades de un vuelco en las generales que permita a España dejar atrás una de las etapas más siniestras y peligrosas de nuestra historia democrática.
Las diferencias entre PP y Vox son obvias, pero no de tanto calado como para impedir que se establezcan los pactos autonómicos imprescindibles para afrontar con garantías la campaña de las generales. Resulta imperdonable que ante un reto de tanta importancia, los dirigentes de PP y Vox sigan alimentado a una izquierda que salió del 28-M noqueada pero que se recupera a ojos vista por el lamentable espectáculo dado por la derecha en Extremadura, ejemplo de lo que PP y Vox no deberían hacer en ningún caso. Los votantes de ambos partidos, tanto allí como en resto de España, no merecen que sus votos se tiren a la basura.
Ni el PP debe acomplejarse por pactar con Vox porque lo digan en el PSOE y en sus medios afines ni Vox debe poner condiciones imposibles y que no guarden relación con su peso en el reparto electoral. Las críticas de la izquierda deberían ser un acicate para que PP y Vox establezcan una alianza robusta y que no esté a expensas de los arrebatos de acomplejados por un lado y sectarios por el otro.

