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EDITORIAL

El polvorín de Putin y sus mafiosos

El resultado de este episodio es la exhibición a ojos de todo el mundo de la extrema debilidad del Estado ruso.

El levantamiento armado del grupo Wagner contra el Kremlin ha hecho saltar todas las alarmas en el entorno de Vladimir Putin, que ha visto socavada duramente su autoridad en plena campaña militar exterior tras la invasión de Ucrania. La entrada en Rusia de las tropas de Evgeny Prigozhin y su avance hacia Moscú hicieron pensar que Rusia podría encaminarse a una Guerra Civil. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Lo que el exconvicto Prigozhin pretendía no era la destitución de Putin, en realidad su más firme valedor y cliente, sino acabar con el ministro de defensa, Sergei Shoigu, y el jefe de Estado Mayor, Valery Gerasimov, para poner en su lugar a otros dos títeres más acordes con sus intereses y los de su ejército privado.

En una acción relámpago, las tropas de Prigozhin se hicieron con los enclaves estratégicos de la ciudad rusa de Rostov, un nodo militar de importancia decisiva para coordinar adecuadamente las operaciones de la guerra en Ucrania. Pocas horas después, las imágenes de los convoyes de Wagner avanzando hacia Moscú debieron traer a la memoria de los oligarcas rusos el recuerdo del fallido Golpe de Estado de 1991, cuando los compañeros de Putin en la línea dura del KGB trataron de hacerse con el poder para mantener las estructuras comunistas soviéticas, aunque la intentona se saldó con un rotundo fracaso.

La osadía del otrora amigo de Putin obligó al tirano ruso a salir a la palestra para condenar la rebelión de las tropas mercenarias, acusando a Prigozhin de alta traición, chantaje y terrorismo, y amenazando a los protagonistas de la asonada con la imposición "un castigo ineludible". Sin embargo, pocas horas después y tras la mediación de Alexandr Lukashenko, el títere de Moscú en Bielorrusia, el Kremlin anunció que el líder del grupo Wagner se instalará tranquilamente en suelo bielorruso y sus hombres, muchos de los cuales son expresidiarios reclutados en las cárceles rusas para luchar en Ucrania, quedarán exonerados de cualquier acusación.

El resultado de este episodio es la exhibición a ojos de todo el mundo de la extrema debilidad del Estado ruso, puesto ante las cuerdas por un grupo de mercenarios que se hizo con Rostov, la décima ciudad de Rusia, sin disparar un solo tiro y detuvo voluntariamente su avance a 200 km. de Moscú tras llegar a un acuerdo ventajoso con el Kremlin, a pesar de las amenazas contra los insurrectos lanzadas el día anterior.

El putsch se ha saldado con un empate, pero la opacidad de las mafias que dirigen el Estado ruso impide conocer en profundidad las implicaciones de lo ocurrido. Nadie sabe si Prigozhin actuaba solo, con lo que la rebelión habría quedado sofocada tal vez de manera definitiva, o su decisión responde a un movimiento coordinado con otras fuerzas contrarias a Putin. En este último caso, el tirano prosoviético podría tener los días contados.

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