
La acusación de "negacionista" hábilmente manejada por los políticos de izquierda, se ha convertido en herramienta de descalificación para adversarios y en estrategia de bloqueo de alianzas. ¿Qué es lo que muchos negamos?
Nuestro titular no quiere ser desafiante como las actitudes retadoras del chotis al estilo de Madrid, sino constituirse en llamada a la reflexión: ¿Es malo ser "negacionista", y debe quedar descalificado quien se manifieste como tal?
¿Qué es lo que se niega? Sencillamente los postulados sobre el llamado cambio climático proclamados por el gran consumidor Al Gore, asumidos de manera inmediata por el Panel Intergubernamental de la ONU y reiterados hasta la extenuación por el ecologismo militante de la ultraizquierda y la izquierda del mundo mundial.
¡Qué diablos va a haber consenso!
El supuesto consenso de la ciencia mundial, dejando relegados a la disidencia ultraderechista a quienes discrepamos de las "verdades oficiales" sobre el clima mundial es, sencillamente, una falsedad.
La teoría sobre el cambio climático de origen antropogénico y las supuestas recetas económicas para corregirlo, tienen en contra una pléyade de científicos a los que a la hora de publicar se les niega el pan y la sal, al tiempo que cualquier investigación o declaración y no digamos publicación, que abone los principios políticamente correctos, goza de financiación, de promoción y de toda clase de premios y galardones. No es fácil ser negacionista.
Las consecuencias económicas y sociales de la tiranía del cambio climático son lo suficientemente ciclópeas como para cambiar el orden mundial, y estamos hablando simplemente de una teoría no probada científicamente, ya que se basa en modelos de ordenador cuyas variables se introducen de manera interesada y ni siquiera así están consiguiendo confirmación, sino más bien todo lo contrario.
Ni siquiera hace falta ser científico para intuir que las cartas están trucadas. Se habla fundamentalmente de "descarbonización", pero ni siquiera se ponen en valor magnitudes como el vapor de agua, uno de los principales gases de efecto invernadero. Ni se descuentan de la terrorífica predicción de inundaciones catastróficas capaces de anegar islas y continentes los valores de disminución de volumen al convertirse el hielo en agua. Nos están engañando miserablemente.
El ídolo climático y sus consecuencias
Han pasado los suficientes años desde la publicación de Una verdad incómoda, el panfleto catastrofista de Al Gore que anunciaba toda clase de desastres en nuestro planeta a causa del desarrollo industrial. Ni una sola de sus predicciones se ha cumplido, pero la economía del mundo está cambiando y el desarrollo de los países menos afortunados se encuentra seriamente comprometido. Esto si es una verdad, no incómoda sino inaceptable.
La descarbonización general y el desarrollo salvaje de las llamadas "energías renovables" son la principal receta de los crédulos de Al Gore. Se apuesta por un utópico y verdísimo "mundo VAR" basado en la obtención de energía supuestamente limpia por medio de enormes molinos eólicos, no sólo instalados en tierra sino hasta en la plataforma marina, en inmensas "huertas solares" donde los espejos sustituyen a la agricultura y hasta se sataniza la ganadería por razones alimentarias propias de mimados que no tienen en cuenta el verdadero problema del hambre en el mundo.
España adora de manera especial el ídolo climático
Desgraciadamente, el virus sembrado por Al Gore ha cuajado de manera alarmante en una Europa supuestamente verde, pero en dicho panorama europeo España está particularmente afectada.
A comienzos de 2020, al tiempo que las imaginarias comisiones sanitarias del presidente Sánchez negaban el naciente problema de la covid, ¡eso sí que fue negacionismo!, el propio mandatario español declaraba la "emergencia climática". Tras un verano de gigantescos incendios en un monte descuidado y sin trabajar, Sánchez se dirigía a las cámaras de televisión ante un paisaje desolado por un incendio con víctimas humanas declarando sin el menor escrúpulo que "el cambio climático mata".
El ecologismo militante español ha llegado al máximo cuando una ministra de "transición ecológica", más ecologista que el Papa, dicho sea en sentido literal, se atreve a derogar la legislación que obligaba a realizar estudios de impacto ambiental para la creación de diferentes infraestructuras, siempre que las mismas se dediquen a la lucha contra el cambio climático. ¿Hay quien dé más ecologismo?
Sí, lo hay, los manipuladores de la niña sueca cuya adolescencia se distorsionó sin el menor escrúpulo para poner en ridículo a los infelices científicos que tuvieron que sufrir la humillación de escuchar sus lecciones. Algún día habrá que poner en valor tanto disparate como hemos tenido que soportar.
Volviendo a la derogación de la obligatoriedad de los estudios de impacto ambiental por la ministra española, está claro que no se considera necesario valorar los gastos energéticos de la construcción de megaestructuras como las hileras de molinillos ecológicos ni de los parques solares que luchan metro a metro con las huertas. Tampoco es necesario valorar los gastos energéticos que derivarán de su desmonte cuando su obsolescencia así obligue a hacerlo. ¡Todo es utópicamente limpio cuando se trata de adorar al ídolo climático!
Europa no hace las cuentas correctamente
Al pretender "restaurar" sus ecosistemas arrebatados al paraíso verde una Europa que quiere cerrar nucleares para volver a quemar carbón, pone en peligro buena parte de sus ecosistemas agrícolas y ganaderos. Disponemos de la mejor y más escrupulosa legislación para cultivar la tierra y criar ganado en las mejores condiciones, pero si en la práctica renunciamos a estas prácticas por escrúpulos ultra verdes, tendremos que importar de países que obtienen sus productos de primera generación contaminando y esclavizando; ¡menudo negocio conservacionista!
Ante una situación tan compleja y con nula base científica en cuanto a demostración de las teorías oficiales sobre el "terror climático", ¿cómo puede nadie atreverse a estigmatizar a los que dudan y reclaman más pruebas y menos política?
Ante la falta de demostración de que unas décadas de elevación de las temperaturas medias del planeta se deban, al menos exclusivamente, a la llamada "era industrial", es decir a la actividad humana durante los dos últimos siglos, y ante la supuesta capacidad de nuestra especie para predecir a nivel de uno o dos grados lo que sucederá dentro de unas décadas, la duda razonable parece la postura más inteligente, con perdón de los "beatos del catastrofismo".
Así que, sin miedo ni pudor alguno, soy negacionista ante la prepotencia, la ceguera ante la carencia de pruebas científicas y la credibilidad ante los agoreros interesados. ¿Pasa algo?
Miguel del Pino, catedrático de Ciencias Naturales.
