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Federico Jiménez Losantos

El súbito liderazgo nacional de Feijóo y los cambios en la Derecha

No se sabe qué tuvo más efecto, si la súbita alegría de la Derecha, al ver a uno de los suyos ridiculizar al chulángano de la Izquierda o cómo en los zurdos cundía la desolación.

No se sabe qué tuvo más efecto, si la súbita alegría de la Derecha, al ver a uno de los suyos ridiculizar al chulángano de la Izquierda o cómo en los zurdos cundía la desolación.
Sánchez y Feijóo durante el cara a cara. | Archivo

El lunes 10 de Julio de 2023, a las nueve de la noche, la Derecha aparecía dividida en tres tendencias: la de Abascal en Vox y, las de Ayuso y Moreno Bonilla en el PP, sin que nadie tuviera claro si el liderazgo acordado por el partido para que Feijóo superase la crisis de Casado suponía la continuidad de la política de Rajoy y Soraya, con Bendodo en Génova 13, o se acogía al PP de Ayuso, como acreditaba su lista por Madrid para las Generales.

En realidad, el PP tenía, hasta esa hora de esa noche, tres líderes regionales, con otras tantas mayorías absolutas: el de Galicia, el más veterano y con nada menos que cuatro consecutivas; el de Andalucía, con una, lograda hace un año, pero en un feudo clásico del PSOE; y la de Madrid, la de más tirón, que acababa de aplastar a la Izquierda en el escaparate de la capital. Lo que no tenía era un líder nacional. De partido, sí: Feijóo; de corazón, también: Ayuso; y de aparato, quizás. Moreno Bonilla. Nacional, ninguno.

100 minutos contra Sánchez que cambiaron la Derecha

Dos horas después, nadie dudaba que ese líder nacional, por fin, existía, y se llamaba Alberto Núñez Feijóo. No sólo por haber derrotado al monstruo, o sea, a Sánchez, sino por hacerlo en la encerrona de A3media, cuyos moderadores fueron moderados por el sudoroso déspota. Y por algo más importante: demostrar liderazgo y suscitar confianza.

El voto al PP y Vox, como no me canso de decir en la radio o la prensa y he explicado en mi último libro, se define por su oposición total a la Izquierda. Y como, desde Largo Caballero, no ha habido en España un líder más a la izquierda que Sánchez, la derecha le tiene odio y terror, a partes iguales: odio, porque representa la unión de todas las fuerzas que buscan destruir la nación española y los valores de la derecha; terror, por verlo capaz de todo para seguir en el poder y no saber quién, de entre los suyos, puede pararlo.

Eso, hasta ese lunes a las 11 de la noche. Por primera vez, frente a Sánchez, Feijóo dejó claro algo que la base social de la derecha, a diferencia de sus políticos, tiene clarísimo: que es mejor que la Izquierda. No mejor: muchísimo mejor. En parte, porque Sánchez demostró que es una persona sin control y un líder sin ideas ni respeto alguno por la realidad. En parte, porque la persona en la que confió el PP para sacarlo del hoyo en que lo habían metido Casado y Teodoro, demostró, en el momento más difícil, que merecía esa confianza. Que era ese líder nacional que buscaba la Derecha.

Apuestas perdidas y evidencias indiscutibles

Esa mañana, discutí con Girauta en la radio sobre quién ganaría el debate. Yo defendía que, en cuatro de cinco, con árbitros decentes, ganaría Feijóo. Lo había visto, aunque los debates en el Senado sólo los ven periodistas, ir tomándole la medida al matón ventajista, y, a la tercera, ganarle claramente. En los dos primeros tropezones, ya se encargó Ander Gil de que no fueran debates, Feijóo era como el torero que, tras triunfar en Pontevedra, debuta en Las Ventas: el toro es mucho más grande, la plaza parece enorme y el público es la verdadera fiera, "la única", decía Blasco Ibáñez. Contra eso, el remedio es torear, aunque sea morlacos que no tienen un pase. Si no te luces con el toro ni cortas orejas, te ganas el respeto del público. Al fin, tras algunos éxitos, entras en los carteles de San Isidro. Y ahí sí que te la juegas.

Pero tienes que jugártela con tu estilo, sin recurrir a trucos ventajistas, a esa forma de demagogia que es torear sin toro y hacerle aspavientos al público. Y Feijóo, en vez de salir a arrollar, como pedían algunos, o al contraataque, como preferían otros, se quedó en su sitio, tranquilo y seguro de sí mismo. Y como el bípedo sociata se lanzó de cabeza a estorbar, le bastó repetir, con los moderadores mudos, lo que estaba a la vista: que no le dejaba hablar. En un debate corto, eso pasa como truco venial. En 100 minutos es una trampa de "tahúr del Missisipi con chaleco floreado", que decía Guerra, y el tramposo es expulsado de la sala o abatido por el sheriff. Pero en la tele el público es sheriff, jurado, y hasta Tribunal Supremo. Y lo condenó sin apelación. La escolanía que iba a defender su victoria pasó a justificar su derrota. Y la derecha creyó que, por fin, le había tocado la lotería política.

El éxito de Feijóo no se basó sólo en los errores de Sánchez, aunque algunos, como lo de sacar a pasear el Falcon, los aprovechó muy bien, sino en algo más complejo y que no se esperaba en él, por esa "negra sombra" de Rajoy que le persigue. Sacar a Ley del sí es sí, era previsible, pero había que insistir; pero recordar el asesinato de Miguel Ángel Blanco frente al socio de Bildu y decir que la bandera nacional es más importante que la LGTBI eran argumentos propios de Abascal o de Ayuso, no de otro Rajoy.

Frente a Sánchez, Feijóo se distanciaba así del pasado reciente del PP. Y aunque el argumento de dejar gobernar a la lista más votada, si Sánchez hubiera estado cuerdo, es muy endeble, y como ni los moderadores ni Sánchez discutieran la inmersión lingüística que PP y Vox piensan derogar en la Comunidad Valenciana y Baleares, pudo ganar sin una gota de sudor.

El efecto del debate en el candidato, los medios y Vox

El efecto más importante del debate fue la sorpresa generalizada de que ganara Feijóo, y no de que lo hiciera de forma discutible, sino inapelable. Incluso los que creíamos en su victoria, no la esperábamos tan contundente. Y menos aún que la pésima actuación de Sánchez la hiciera evidentísima. No se sabe qué tuvo más efecto, si la súbita alegría de la Derecha, al ver a uno de los suyos ridiculizar al chulángano de la Izquierda o cómo en los zurdos cundía la desolación. La victoria, por inesperada, y la asunción de la derrota, por inédita, hicieron que en sólo dos horas Feijóo surgiera como el líder nacional que la Derecha esperaba en el PP, y que en Vox ya tenía; casi no tenía otra cosa. Pero Abascal ya era conocido; Feijóo acababa de darse a conocer y ganando a Sánchez, que es para lo que la derecha quiere líderes.

La audiencia del debate fue la mitad que los anteriores: apenas seis millones de media, con un pico de once millones. Pero a una gran parte de los votantes de derechas le supuso el descubrimiento de Feijóo. El PP, por el tirón popular de Ayuso, el asentamiento de Moreno en Andalucía y la tradición del voto en las generales -Vox lleva pocos años- iba escalando en las encuestas, pero la dependencia de Vox de un futuro gobierno Feijóo era indiscutible. Para los escarmentados con Rajoy, era además muy deseable.

Sin embargo, la aparición, como se dice de las de la Virgen, de Feijóo ante la derecha social como líder nacional, no sólo primus inter pares, cambia todas las expectativas de reparto de escaños, y no siempre para bien de la alternativa a Sánchez, que es lo que, en última instancia, deseamos. Si Vox queda en cuarto lugar, en beneficio de Sumar, puede perder ocho o diez escaños, que no irían al PP en los distritos pequeños. Y eso altera la relación de bloques. No es lo mismo que el voto de Abascal vaya a Feijóo, pero todo se quede en la derecha, que sólo lo haga una parte. Y tampoco sabemos, en el caso de que un PP al alza compense a un Vox a la baja, que ya lo estaba desde las elecciones andaluzas, qué puede hacer un Abascal que no se parece en nada, como su partido, al que creímos conocer.

Correos y el caos que Sánchez necesita

Ni el PP ni Vox respetan a sus bases sociales, que son hermanas y ante todo quieren acabar con Sánchez. Para ellas, el enemigo no es el PP, como para muchos políticos de Vox; ni Vox, como para muchos políticos del PP. Pero el súbito liderazgo nacional de Feijóo altera las tendencias habituales en los votantes de derechas. Así que la feliz sorpresa trae consigo también nuevas incertidumbres. Eso, si al final llegan todas las tarjetas de voto por correo. Si no, Sánchez tratará de reinar en el caos que deliberadamente ha buscado.

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