Era previsible que el debate electoral celebrado este miércoles entre Pedro Sánchez, Yolanda Diez y Santiago Abascal iba a brindar al líder de Vox una excelente oportunidad para lograr que su formación resulte, tras el próximo domingo, decisiva a la hora de conformar una alternativa al actual gobierno social-comunista. Y eso por varios motivos: el primero, porque la lamentable ausencia del líder de la oposición Alberto Núñez Feijóo a este debate —ya sea por "falta de objetividad de RTVE", ya sea por el "veto a ERC y a Bildu", ya sea por una "lumbalgia" sobrevenida—, iba a permitir al líder de Vox aparecer en escena como único oponente a la continuidad de este infame gobierno que Sánchez y Díaz representan. En segundo lugar, porque teniendo presente que Vox ha sido y probablemente seguirá siendo la formación política más calumniada en la historia de nuestra democracia, este debate brindaba la oportunidad a los españoles de escuchar, no ya lo que dicen que dice Santiago Abascal los medios de comunicación o sus adversarios políticos, sino directamente lo que defiende y critica el líder de Vox. Finalmente, este debate ha dado la oportunidad a Vox de ofrecer argumentos para incidir en que el cambio que tanto necesita España no se reduce en modo alguno a un mero cambio de siglas al frente del gobierno, sino que requiere un drástico cambio de políticas.
Y lo cierto es que, a pesar de lo anodino que en algunos momentos ha resultado el debate, Abascal no ha desaprovechado ninguna de estas oportunidades. Aun cuando ha tenido que lidiar estoicamente con las no menos previsibles y constantes descalificaciones de sus adversarios –Sánchez lo ha acusado de promover una crisis planetaria, mientras que Díaz lo ha llegado a acusar de provocar el asesinato de mujeres— lo cierto es que Abascal ha sido templado y convincente a la hora de refutarlas y de criticar la nefasta política de este gobierno, ya sea a la hora de denunciar su voraz política fiscal, su fracasada Ley contra la Violencia de Género, su delirante Ley Trans, su devastadora ley del sólo sí es sí o su irresponsable política inmigratoria.
Bien es cierto que Abascal se ha enfrentado a un Pedro Sánchez que parecía apagado y temeroso tras su cara a cara con Feijóo y que parecía dispuesto a ceder protagonismo a Yolanda Díaz en el común objetivo que los comunistas de Sumar desbanquen a Vox como tercera fuerza política del país. En este sentido, Yolanda Díaz, a pesar de su infantil pulsión por lograr que los españoles trabajemos menos y seamos más ricos por decreto, ha estado más desenvuelta que lo que cabria esperar de ella. Aun así, Abascal ha estado muy convincente y empático a la hora de apelar a la ciudadanía frente a las edulcoradas cifras económicas y de empleo que ofrecía Sánchez o a la hora de recordar a Díaz que el fracaso a la hora de proteger a las mujeres no es imputable al discurso de Vox sino de quienes ostentan responsabilidades de gobierno como son Sánchez y ella misma.
Finalmente, en el bloque dedicado a alianzas o acuerdos postelectorales, Sánchez y Díaz no han hecho otra cosa que reiterar la complicidad que ambos han mantenido a lo largo del debate, mientras que Abascal, al tiempo de pedir que no se interpelara o criticara a un Feijóo que no estaba presente, sólo ha podido incidir en que lo que pretende Vox es un auténtico cambio de rumbo en la política de este país.
Así las cosas, ya podrá el ausente Feijóo mantener aquello de que "el espacio que debe ocupar el Partido Popular es el de la socialdemocracia, el centro izquierda, el de los socialistas templados" tanto como depositar su "esperanza en que el PSOE evitará que pactemos con Vox". Pero a lo que no tendrá derecho es a quejarse ante el hecho que la intervención de Abascal sirva para que Vox siga recibiendo el apoyo de muchos ciudadanos que, situándose a la derecha de la socialdemocracia, del centro izquierda o del socialismo templado, no se resignan a ser convidados de piedra en las elecciones del próximo domingo.

