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Javier Gómez de Liaño

En vísperas del 23-J

Digan lo que algunos digan, el engaño, en política, no se perdona. A veces se tarda en descubrir, pero el fraude siempre pasa factura.

Digan lo que algunos digan, el engaño, en política, no se perdona. A veces se tarda en descubrir, pero el fraude siempre pasa factura.
Pedro Sánchez. | Cordon Press

"Las elecciones, a veces, son la venganza del ciudadano. La papeleta es un puñal de papel" (David Lloyd George)

Por lo que uno lee, parece evidente que los expertos en sociología electoral cuentan ya con múltiples y variados cálculos en relación al resultado de las elecciones generales que se celebrarán el próximo domingo. A tenor de ellos y los datos del último sondeo ofrecido por la consultora GAD3, el PP sería la fuerza más votada con una estimación del 37% del voto y podría conseguir 151 escaños. El PSOE lograría ser segundo, con un total de 115 escaños y un porcentaje del 28,4% de votos. En el tercer puesto quedaría VOX y en el cuarto SUMAR, que alcanzarían, por su orden, 29 y 25. A estas cifras habría que añadir un resto de treinta escaños, distribuidos entre las fuerzas nacionalistas y regionalistas.

Ahora bien, no es en los números ofrecidos por los sesudos analistas donde quisiera detenerme y no porque mi opinión pudiera pesar en el ánimo de los lectores, pues la influencia que este comentario podría tener en ellos es más escasa que la de un leguleyo en un tribunal, sino en algunas de las cuestiones que me vengo planteando desde que el presidente del Gobierno Pedro Sánchez, el 29 de mayo, ante el fiasco de su partido en las elecciones autonómicas y locales celebradas el día anterior, en ejercicio de la prerrogativa que le atribuye el artículo 115.1 de la Constitución decidió, previa deliberación del Consejo de Ministros, proponer al Rey la disolución de las Cortes Generales y convocar elecciones. Veamos.

¿Cuál es la razón que explica el fuerte movimiento pendular que, al parecer, marca la tendencia del voto? ¿Castigarán los electores al poder, esto es, al partido que ha gobernado durante los últimos cinco años y, sobre todo, a su presidente? ¿Estamos ante un nuevo ocaso ideológico y, por contra, ante un entendimiento distinto de la política?

Para las dos últimas preguntas, una respuesta fácil sería la de hablar de desencanto o de decepción, de voto de castigo, de desgaste del poder, de deseos de renovación. Naturalmente, me estoy refiriendo a Pedro Sánchez por creer que basta con jugar con la palabra y sonreír al oyente, lo cual es muy peligroso porque no hay gente más difícil de atraer que la del desengañado, el escarmentado o el aburrido. La política no es el arte de embaucar al personal, como quería D´Alembert, sino de gobernar con prudencia, como predicaba Séneca y, digan lo que algunos digan, el engaño, en política, no se perdona. A veces se tarda en descubrir, pero el fraude siempre pasa factura.

La racionalidad política es tan respetable como obvia en no pocos de los ciudadanos que deciden su voto con los programas de los partidos en la mano. Sin embargo, es llamativo que nunca como en estas elecciones hubo una participación de los líderes políticos en programas de televisión, moviéndose bajo los focos como personajes del mundo de la farándula. Las apariciones en los medios han llevado esta situación hasta la paradoja de un Pedro Sánchez interviniendo en podcasts, con el claro propósito de orientar el voto hacia el simpático y hábil y no hacia el responsable y sereno.

Siempre estuve en contra de los líderes carismáticos. El carisma, entendido como el don de seducir con la presencia o la palabra, es primo hermano del "sex-appeal", ese atractivo que el señor Sánchez dice tener y del que presume y que, aparte de ser más que dudoso que lo sea, sin duda, a la larga es insuficiente. No es bueno ni rentable que el político se vista con envoltorio de colores tan frecuentemente falaces. Menos aún cuando el personaje se ha convertido en un ser hinchado de soberbia y busca fórmulas airosas no para los ideales o propuestas sino para la persona y su deteriorado perfil, llegando incluso, en ocasiones, al despropósito léxico y hasta indumentario.

Lo que sí es un seguro, casi a todo riesgo, o, al menos, parece serlo, es el centro como noción política y que reside en la elección de la opción que teóricamente deja menos votantes defraudados. En este sentido las preferencias de los votantes siguen una curva en forma de campana donde los votos se acumulan alrededor de los valores medios y los dispersa a medida que nos vamos alejando hacia los extremos límites. Quizá sea esa la única esperanza de quienes ven en el ejercicio de la política una actividad realmente constructiva.

Junto a estos pensamientos que acabo de exponer, tengo media docena de presentimientos que me permito revelar. A saber.

  1. Me da que el ciclo de Pedro Sánchez está a punto de cerrarse, cosa que veo natural. Es más, pienso que consciente de ello ha planteado estos comicios como un plebiscito.
  2. Doy por probado que a Pedro Sánchez no le ha favorecido nada, sino más bien todo lo contrario, presentarse en campaña con tono agresivo, e incluso, en algún mitin, con gesto fiero. ¿Por qué ha gritado tanto? A lo mejor el motivo ha sido la preocupación por el combate de las urnas, del que antemano se sabe perdedor. La política se compone de realidades tangibles que se palpan con los dedos de la mano y con los pies pegados a la tierra y es evidente que el candidato del PSOE, en algún lance, se ha ido de la lengua para mentir al personal, con olvido de que el pez muere por la boca.
  3. Tengo para mí que la política hay que hacerla con hombres nuevos y con una hoja de servicios sin notas desfavorables, circunstancias ambas que, salvo prueba en contrario, concurre en el nuevo líder y presidente del PP, al lograr representar lo que muchos españoles sienten.
  4. Presiento que el señor Feijóo debió de aprender de sus maestros que la política no es ni retórica ni tautología, sino pragmatismo y eficacia y de ahí su éxito en los cuatro gobiernos con mayoría absoluta que presidió en Galicia. ¡Mucho ojo! Hoy en España se admiten todas las ideas, incluidas las más avanzadas, pero como Ortega y Gasset apuntó en su artículo Un aldabonazo, publicado el 9 de septiembre de 1931, lo que España no tolera ni ha tolerado nunca es el radicalismo.
  5. Pronostico que si el PP resultara el partido más votado y, según parece, sin mayoría absoluta –de ser así, el mecanismo es bien sencillo– el Rey, previa llamada a consulta "a los representantes designados por los grupos políticos" (artículo 99 de la Constitución), propondría a Alberto Núñez Feijóo como candidato a la presidencia del Gobierno.
  6. Confieso, finalmente, que mi deseo en vísperas del 23-J, al igual que el de muchos españoles, es que al día siguiente de las elecciones generales se abra un tiempo nuevo en el que el presidente del Gobierno, con las alianzas que sean precisas, actúe con más pericia que prepotencia, con más humildad que intransigencia. La política es una disciplina compleja en la que no hay lugar para la magia.

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