
Hay, en este resultado electoral, un eco de lo sucedido en 2008, cuando Zapatero consiguió ganar, frente a un PP crecido, gracias a que congregó buena parte del voto de lo que algunos llamaron "izquierda volátil", que incluía a votantes de partidos nacionalistas. Entonces Vox no existía, pero bastaba el PP para componer el espantajo ultra contra el que instigar el voto militante. Y no deja de ser simbólico que el artífice de aquel triunfo de la tensión bipolar —luego responsable de una de las mayores derrotas del PSOE— haya sido la gran estrella invitada de la campaña de Sánchez.
Cuando el presidente convocó de forma sorpresiva para un domingo en plena canícula, dijo que los españoles debían definir el rumbo político del país y clarificar qué fuerzas iban a liderarlo. Ni definir ni rumbo ni clarificar son términos que se puedan asociar con el resultado obtenido, pero a quién le importa ya qué dijo Sánchez. Se felicita y le felicitan por el éxito de la gran jugada del adelantamiento electoral. Y por tener la suerte de que se pueda gobernar sin haber obtenido la porción mayoritaria de votos, aunque hasta ahora no haya ocurrido nunca. Curioso que la excepción se intentara una vez y fuera el propio Sánchez quien desafiara la norma, a través de un pacto con Ciudadanos que llevaba medidas liberales. Pero era otro Sánchez, eran otros tiempos y éramos novatos en la fragmentación.
Hoy no se puede hablar de fragmentación en el sentido de un multipartidismo que ofrece variedad, mestizaje y partidos que cruzan las líneas. Lo que tenemos son dos bloques y no se mueve nada entre uno y otro. Es peor que el denostado bipartidismo, donde había piezas que, por dudosas que fueran, podían estar a un lado o al otro. El éxito por el que felicitan a Sánchez no es haber logrado que su partido sea el primero, sino que puedan salirle las cuentas a su bloque. La vieja política, que Feijóo representa por edad, estilo y voluntad de apelar a la unión, se bate mal frente a la nueva política que utiliza como palancas la división en bloques y la polarización.
El bloque de Sánchez ha sacado mayor rédito de la polarización, porque ahí está más acentuada la tendencia. La identidad (¡soy de izquierdas!) tiene una preponderancia absoluta, y esto va de construcción y contraposición de identidades. Con un ¡no pasarán! se tapa, además, lo que haga falta, y muy señaladamente el precio a pagar para que el bloque salga adelante. Ya se ha elevado a Bildu a la mayor respetabilidad. Ahora, no habrá nadie más respetable en España que el prófugo que lideró un golpe separatista contra España, porque va a tener en su mano la llave de un nuevo Gobierno de Sánchez.
En este mecanismo, la norma es la del listón bajo y el precio alto. Y la norma ha sido pagarlo. Por nada del mundo querrá repetir Sánchez las elecciones. Esto le ha salido por los pelos y no va a correr ningún riesgo. Intentará la investidura por todos los medios, que es sinónimo, en su caso, de a cualquier precio.
