Menú
Santiago Navajas

La cacería política contra Donald Trump

Maduro debe estar partiéndose de risa y tomando notas para la próxima vez que desde Estados Unidos le acusen de interferir las elecciones en su país.

Maduro debe estar partiéndose de risa y tomando notas para la próxima vez que desde Estados Unidos le acusen de interferir las elecciones en su país.
Donald Trump, en una imagen reciente. | Cordon Press

Contra Donald Trump se han empleado las trampas más arteras nunca usadas en una democracia supuestamente avanzada contra un candidato presidencial. Su victoria, considerada como prácticamente imposible la misma noche electoral, donde se le concedía apenas un 5% de probabilidad de ganar, desató en su contra una campaña de difamación sin precedentes. Psiquiatras, a iniciativa de congresistas del Partido Demócrata y faltando al más mínimo estándar ético de su profesión, diagnosticaron que era un psicópata tras ver un par de discursos en la CNN. No me consta que los mismos congresistas hayan pedido ahora ningún informe psiquiátrico sobre una posible demencia senil de Biden tras verlo hablar con las cortinas y saludando a personas inexistentes. Medios considerados el no va más del rigor y la seriedad, al estilo del New York Times y el Washington Post, propagaron bulos como que era poco menos que un agente de Putin y que Rusia había manipulado las elecciones. El Russiagate finalmente acabó siendo un bluf, pero sirvió para que desde distintos medios se lanzaran acusaciones y amenazas contra Trump, incluso con su cabeza en una diana de tiro o siendo ¡decapitado! en la televisión.

Durante la segunda campaña electoral el acoso llevó a que una red social tan determinante como Twitter cancelara la cuenta de un periódico, algo jamás imaginado salvo en regímenes como Venezuela, porque estaba sacando a la luz los trapos sucios de drogas y orgías del hijo de Joe Biden, una información que el resto de medios silenciaba piadosamente. New York Post sufrió esta censura, con la complicidad de los demás medios y los habituales intelectuales y artistas de izquierda, en una colusión demostrada entre diversas agencias del Estado y las redes sociales. Todo esto lo destapó Elon Musk después de comprar Twitter, fundamentalmente porque el empresario de Tesla estaba viendo el cariz que tomaba la represión en las redes sociales por parte del establishment "progre", que no solo sufrió Donald Trump sino también Joe Rogan, el célebre conductor de un podcast de entrevistas que hace a personas "políticamente incorrectas". En una de dichas entrevistas, Zuckerberg reveló que: "El trasfondo aquí es que el FBI vino a nosotros y nos dijo, 'Oye, solo para que sepas, deberías estar en alerta máxima'. Simplemente pensamos: Oye, mira, si el FBI, que todavía veo como una institución legítima en este país, viene a nosotros y nos dicen que tenemos que estar en guardia sobre algo, entonces hay tomar eso en serio".

El último envite de la cacería política contra Donald Trump está sucediendo ahora tras presentarse a ser candidato de nuevo y estar empatado en las encuestas con Joe Biden. Desde entonces, el Fiscal General de Joe Biden está tratando de apartarlo de la carrera presidencial, para lo que fichó para la persecución judicial a Jack Smith, un enemigo resentido de Trump y que si tuviese un poco de vergüenza, y el sistema norteamericano fuese mínimamente funcional, habría tenido que recusarse. Lo mismo que la juez encargada del caso, también comprometida en su neutralidad por su afinidad hacia los demócratas, habiendo sido propuesta por Obama y, a la vez, habiendo donado dinero a las campañas del mismo.

Sin duda, Trump se sobrepasó cuestionando los resultados electorales. También tuvo dichos problemas, por cierto, Al Gore, pero ya sabemos el doble rasero de la izquierda, para la que nunca importa qué se hace, sino quién lo hace. Pero que traspasase líneas rojas éticas no quiere decir en absoluto que fuese culpable judicialmente de nada, ya que lo protegía tanto el derecho a la libertad de expresión como las prerrogativas inherentes al cargo, sea demócrata o republicano. También ha sido acusado Trump de llevarse material clasificado como secreto, lo que es cierto. Como también es cierto que llevó material clasificado Hillary Clinton o, vaya por Dios, el propio Joe Biden. ¿Va el actual presidente a ordenar a su Fiscal General que también lo persiga a él? Dado el estado de sus facultades mentales no sería extraño.

Que un presidente en ejercicio ponga toda la maquinaria legal del Estado contra un expresidente que se vuelve a presentar acerca todavía más a los Estados Unidos a lo que es una república bananera. Recordemos que fue con Obama cuando EE.UU. perdió su estatus de "democracia plena" en el Índice de Democracia de The Economist. Con el sectarismo de Biden usando el aparato del Estado para sus intereses espurios se hunde todavía más en la clasificación. Por no hablar de la pérdida en la ciudadanía norteamericana de los estándares de convivencia que forman la cultura cívica que fundamentan a las democracias liberales. Fue un filósofo y científico "progresista", Sam Harris, el que reconoció, con esa audacia e ingenuidad típica de los filósofos, que no solo se lanzó una campaña ilegítima gubernamental y mediática de bulos contra Donald Trump, sino que estuvo bien hacerla dado lo peligroso del personaje. Tras tratar de convertirlo en agente ruso, violador y fantasear con asesinarlo, ahora la izquierda en pleno, con los tibios socialdemócratas reconvertidos para la ocasión en fieros bolcheviques armados de piolets, pretenden meterlo en la cárcel. Como decía, Maduro debe estar partiéndose de risa y tomando notas para la próxima vez que desde Estados Unidos le acusen de interferir las elecciones en su país.

Temas

En Internacional

    0
    comentarios