
Una vez más, siempre igual, regresamos adonde se regresa cuando el separatismo adquiere posición dominante. El lugar al que retornamos está a las puertas de la Constitución y el asunto que ahí se trata es cómo reventar esa fortaleza para satisfacer a los que tienen en su mano hacer o no hacer a Sánchez presidente. ¿Qué piden una amnistía? Pues, cómo no va a caber y si no, haremos que quepa. Ya anda el grupo de operaciones encubiertas con la cantinela de que si el texto constitucional no la prohíbe expresamente, es que se puede aprobar. Cuando las Cortes, como ha recordado el magistrado emérito del TC, Manuel Aragón, sólo pueden hacer, como legislador, aquello que les permite la Constitución.
Luego están los que, como la ministra Margarita Robles, jurista antaño, ven la Constitución como una carta de colores que posibilita gamas poco menos que infinitas, y acuden al tópico de la "realidad social" cambiante, asidero muy poco adecuado al caso, porque la amnistía está radicada en un instante histórico concreto y, en general, irrepetible: el tránsito de regímenes dictatoriales a regímenes democráticos. Pero, en fin, es bueno saber que ahora se llama "realidad social" a las demandas, muy reales, eso sí, de Junts y la Esquerra.
Para no perder comba frente al más descocado separatismo catalán, un PNV en peligro se suma a la fiesta del todo cabe con la idea de reinterpretar la Constitución para montar el circo plurinacional. Claro, claro, porque donde dice que "la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles", cabe interpretar claramente que admite una pluralidad de naciones, cuantas se quiera o convengan. Clarísimo. Hasta Bolaños lo ve. Cuán asombrosa la flexibilidad de nuestra Constitución. Es increíble. Las pastillas de plastilina que los niños moldean y estiran a gusto para darles cualquier forma que se les ocurra, son material duro y rígido al lado de la de 1978. Sólo es cuestión de querer y de poder. De poder, ante todo.
De la Constitución en la que cabíamos todos, quieren hacer una Constitución en la que cabe todo. Una Constitución en la que quepa todo, pero no quepan todos en los términos de igualdad que establece la propia Constitución. Su desnaturalización vuelve a ser el objetivo, como lo fue con aquel Estatuto catalán. Y estas obras se hacen de forma soterrada, con disimulo, a escondidas. Si actuaran con franqueza, dirían abiertamente que la Constitución no les sirve, que les molesta e incordia, que hay que hacer una nueva y convocar Cortes constituyentes. Pero para una demolición con luz y taquígrafos no tienen mayoría suficiente ni tendrían apoyo popular. Hay que engañar a la gente, procedimiento habitual. Y hay que mantener una fachada virtual: una lona que tape el derribo.
