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EDITORIAL

El rotundo final del "consenso" alarmista sobre el clima

Acabar con las emisiones de CO2 en 2050 es un despropósito y una sociedad empobrecida no luchará mejor contra el cambio climático, sino mucho peor.

Hay dos argumentos igualmente falaces para acabar con cualquier conato de discusión sobre la realidad del cambio climático o su alcance: por un lado está el uso de episodios meteorológicos actuales, por lo general mucho menos extremos de lo que se quiere dar a entender, que son presentados como pruebas irrefutables de un cambio global que, de existir, no puede basarse en que haga calor en verano como lo ha hecho siempre.

Por el otro, encontramos una apelación a la Ciencia, pero hecha de una forma que tiene mucho más que ver con lo religioso que con lo científico, pues se presentan las hipótesis como hechos consumados y el análisis y las conclusiones como verdades inmutables. Nada es, por supuesto, más lejano de la verdadera ciencia que considerarla un corpus constante: las verdades científicas están sujetas a una revisión y una validación constantes y lo que hoy es comúnmente aceptado mañana puede ser totalmente rechazado como falso.

Esta apelación a la ciencia se completa, además, con la mención del sacrosanto "consenso científico": el cambio climático es una realidad porque todos los científicos están de acuerdo en que lo es. Enorme falacia: los hechos son ciertos o no, independientemente de lo que digan de ellos los investigadores o el resto de los mortales.

Pero es que además de falaz, esa apelación al consenso siempre ha sido falsa: quizá no sean aupados por los medios de comunicación como aquellos que pregonan el apocalipsis climático; seguramente no reciben la misma cantidad de subvenciones que los que prefabrican estudios que llegan a las conclusiones previamente buscadas por los políticos… pero había, hay y habrá científicos que no están de acuerdo, sobre todo, con ese alarmismo extremo y descerebrado que hoy en día ha sido elevado a la categoría de doctrina oficial e inapelable.

En cualquier caso, esa ficción ha terminado ya con la declaración que han firmado recientemente nada más y nada menos que 1.600 científicos, dos de ellos galardonados con el Nobel, que hacen una serie de advertencias que no pueden caer en saco roto: que el calentamiento existe, pero es mucho más lento de lo que los paneles del IPCC habían previsto; que los modelos climáticos son eso, modelos, y están hechos por hombres y no predicen el futuro sino que, como mucho, lo aventuran; que en contra de lo que se dice hasta ahora el calentamiento no ha aumentado los desastres naturales; que el CO2 no es un gas contaminante sino que sirve de alimento a las plantas y, por tanto, es esencial para la vida; y, finalmente, que las políticas deben basarse en la evidencia científica real y en la realidad económica: acabar con las emisiones de CO2 en 2050 es un despropósito y una sociedad empobrecida no luchará mejor contra el cambio climático, sino mucho peor.

Son 1.600 profesionales de la ciencia del más alto nivel que, pese al silencio con el que las instancias oficiales y los medios van a intentar tapar su valiente testimonio, han destrozado uno de los principales mitos —¡y coartadas!— del alarmismo climático: no, no todos los científicos defienden las barbaridades que pregonan esos personajes que ni siquiera han acabado el bachillerato y esgrimen como armas arrojadizas supuestas verdades de la ciencia que están muy lejos de serlo.

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