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Autoritarismo sanchista

Sánchez pretende ocupar todo el espacio político. Todos estamos esperando la nueva anormalidad, la original fechoría que maquine este sujeto.

Sánchez pretende ocupar todo el espacio político. Todos estamos esperando la nueva anormalidad, la original fechoría que maquine este sujeto.
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. | EFE

En Europa entera nadie con criterio democrático pone en duda que Sánchez ha instalado un régimen autoritario (sic) en España. Digo, sí, régimen y no una forma más o menos coyuntural y evanescente de hacer política, porque no me refiero sólo a los rasgos autoritarios de Sánchez y su gobierno. Tampoco me fijo en las mil decisiones de Sánchez contrarias a las formas más elementales de la vida democrática, incluso condenadas por los más altos Tribunales de Justicia. La personalidad autoritaria de Sánchez, por otro lado muy bien estudiada por grandes periodistas y psicólogos sociales, no es ahora lo relevante, sino los usos sociales, o mejor dicho, los perversos usos y costumbres impuestos por sus gobiernos electos, o en funciones, para hacer desaparecer los rasgos básicos del sistema democrático hasta el punto de convertido en un régimen político autoritario.

Uno de esos usos, asumido por la población, como algo propio de Sánchez es su incapacidad para autolimitarse en el ejercicio de sus funciones. Montó una moción de censura basada en una falsa sentencia judicial. Y fue adelante. Mintió a todo el país sobre la convocatoria inmediata de elecciones. Y siguió. Volvió a mentir a su electorado al decir que el PSOE nunca pactaría con los comunistas de Podemos y los exterroristas de Bildu. Y prosiguió mintiendo con los Estados de alarma y otras tantas fechorías que convierte a España en una "democracia de opereta". ¿O cómo llamar a un Gobierno que convoca, a sabiendas, unas elecciones generales el día más caluroso del año? Y así de excepcionales, irregulares y anormales han sido todas las acciones de Sánchez. Es, casi desde que llegara al poder, un personaje odioso para la mayoría. Apenas puede salir a la calle porque la gente lo desprecia con gritos de déspota. Ha perdido las elecciones, pero persiste en quedarse con el poder a cualquier precio, incluso al de la desaparición de la nación y la Constitución. Otro rasgo, dicho sea de paso, de un régimen autoritario…

Pero quizá la más terrorífica pauta, casi convertida en una obsesión, descubierta por Sánchez y su gobierno para acabar con nuestra endeble democracia, o sea, convertirla en un régimen autoritario, haya sido la persecución implacable de la Oposición. Tal persecución de los partidos de la Oposición hasta llegar su criminalización no ha sido de un día para otro, o por un tiempo determinado, sino constante y creciente. El caso del Gobierno con VOX será estudiado por los futuros historiadores de nuestra tambaleante democracia. La persecución del contrario sin otro argumento que la patrimonialización del poder público es la última definición del régimen autoritario. Son tantas y variadas las malas artes utilizadas por Sánchez para alcanzar el poder y mantenerse en él que la población, y esto es lo grave, las asume como si se tratara de algo normal. Eso es, exactamente, un régimen autoritario. Eso es la "normalidad sanchista". Cuando lo anormal, lo extraordinario por extravagante, lo que raya con el delito y cuestiona la legitimidad democrática, se hace ordinario y normal, estamos ante un régimen de vida político que sólo puede calificarse de autoritario. Eso no es inverosímil. Es una realidad.

En este contexto autoritario, defendido por comunistas, separatistas y exterroristas, parece absolutamente normal la reacción de la ministra portavoz del Gobierno en funciones contra un ciudadano, Aznar, que defiende las instituciones democráticas. La reacción de esta señora es ajustada a los protocolos utilizados por los analistas de la psicopatología de la vida política: culpa de su perversión agresiva al agredido. Responsabiliza de su desviada conducta democrática a quien es capaz de ponerla ante su espejo: la autoritaria "normalidad sanchista". Sánchez pretende ocupar todo el espacio político. Sí, todos estamos esperando la nueva anormalidad, la original fechoría que maquina este sujeto, para imponérsela al resto del país. Sí, todos empezamos a estar muertos de miedo sobre cuál será la próxima fechoría que nos tiene preparada este sujeto… Miedo, sí, generar permanentemente miedo es lo propio de los regímenes autoritarios.

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