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¡A la calle contra la jindama de Sánchez!

Lo tiene difícil porque aún quedan energías para protestar y reivindicar la Nación, que es la base de la Constitución.

Lo tiene difícil porque aún quedan energías para protestar y reivindicar la Nación, que es la base de la Constitución.
Pedro Sánchez. | Europa Press

¿A quién engaña Sánchez? A nadie. Salvo algún estulto, Sánchez no enreda en su red de mentiras a persona alguna con criterio político. Eso es lo más patético de la vida pública española. El aspirante a dictador, ciertamente con un gran éxito entre los de su casta, los políticos profesionales, no tima a nadie. El pueblo, la sociedad civil más desarrollada, sabe muy bien quién es y a quién representa Pedro Sánchez. Sólo se representa a sí mismo y con graves dificultades. Eso no significa que sea un don Nadie. Al contrario, es alguien muy peligroso y con fuertes apoyos en las cloacas del poder. Su poder es inmenso. Ha logrado poner a su servicio personal instituciones decisivas del régimen democrático, es decir, ha destruido ciertas piezas clave de la democracia que ya no sabemos si alguna vez se reconstruirán.

Y, sin embargo, es menester reconocerlo y gritarlo: este hombre tiene una gran debilidad. Sí, un tipo, nacido para la mentira y el engaño, no consigue embaucar a nadie con su palabrería. Pronuncia la palabra generosidad y enseguida la asociamos a resentimiento, a su odio, a los millones de ciudadanos que le han retirado su apoyo; dice que actuará con compromiso cívico y el personal, incluso los más cercanos a su partido, le llaman egoísta; y nos habla de su liderazgo e inmediatamente comparamos sus actuaciones con la cualquier dictadorzuelo de tres al cuarto. Nadie cree a Sánchez. Ahí reside su gran debilidad. Su cobardía.

Basta prestar atención al tono de su mala prédica para saber que está con la jindama en el cuerpo. ¿Jindama? Sí, miedo a todo, empezando por el miedo cerval que le tiene a Núñez Feijóo. Debatió una vez con él y todavía no se ha recuperado del baño dialéctico que le propinó el del PP. No intervino tampoco en la sesión de investidura por cobardía. Le tiene miedo hasta a Abascal, sin duda alguna, porque es el primer líder político que defiende la Constitución, y él la detesta. ¿Cuánto daría Sánchez por quitarse de encima en estos momentos la Constitución? Pero lo tiene difícil, a pesar de controlar el devaluado Tribunal Constitucional, porque aún quedan energías para protestar y reivindicar la Nación que es la base de la Constitución.

Sí, ¿por qué no hablar de esperanza en medio de tanta sordidez sanchista? En medio de este lodazal, todavía la Oposición puede hacer mucho. Pero no hablo ahora de las acciones que pueden hacer los políticos profesionales, por ejemplo, la crítica que debe ejercer el partido que ha ganado las elecciones, sino de la sociedad organizada en asambleas, manifestaciones y lucha contra las mentiras de Sánchez. Pueblo maduro, o mejor, sociedad civil que vindica la fuerza de la ley para vivir en sociedad y, sobre todo, para proteger nuestro derecho a determinarnos como nos dé la real gana sin tener que someternos a una colectividad dirigida por gentes como Sánchez. Eso es exactamente la sociedad civil más desarrollada en una democracia. Tengo la sensación de que teatrillo ridículo montado por Sánchez empezará su fin el domingo, 8 de octubre, en Barcelona, cuando la gente salga a la calle a decirle al medroso socialista. No hay más justicia en España que la verdad. O sea, a los separatistas ni amnistía ni referéndum. El sagrado pueblo español saldrá por las calles de Barcelona a protestar para vivir con dignidad. La alternativa es evidente: o rebelión cívica o dictadura sanchista, o nos disponemos abrazar la primera o a sucumbir ante la segunda.

La voz popular ha dictado ya sentencia. Sánchez miente como un bellaco y no embauca a nadie con criterio democrático.

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