
Decían las malas lenguas que, cuando escribió el libro que le catapultó a la fama, Juan Manuel de Prada era virgen. El lector de Coños tiene la impresión de que el autor escribe de oídas más que de su propia experiencia. Algo similar ocurre cuando uno lee sus artículos sobre política internacional. Más que del resultado de un dilatado estudio del asunto en cuestión, De Prada transmite la sensación de hablar de prestado. Leerlo provoca en el especialista en Oriente Medio el mismo sonrojo que yo provocaría a un físico si me pusiera a sentar cátedra sobre los agujeros negros o el concepto de simetría.
El problema es que muchos de los lectores de De Prada no son conscientes de ello. Es por tanto necesario analizar algunos de los clichés con los que riega su último artículo sobre Israel. Para empezar, menciona, como es de rigor entre todos los diletantes del conflicto palestino-israelí, el supuesto "bloqueo" a Gaza. Olvida aquí que Gaza comparte 12 km. de frontera con Egipto, por lo que, aunque quisiera, Israel nunca podría bloquear completamente la Franja. Pero es que no sólo la frontera con Egipto permanece abierta, sino que, hasta la masacre del sábado, los habitantes de Gaza también podían cruzar la frontera con Israel. Para hacernos una idea: el día de los atentados había más de 7.000 habitantes de Gaza trabajando en Israel. Extraño bloqueo. Curioso también que quienes bloquean Gaza sean también quienes la provean de luz y agua.
De Prada también asegura que Israel priva a los palestinos "de los medios de subsistencia básicos". Al leer esto, uno asume que el autor no ha puesto nunca un pie en Cisjordania y, con respecto a Gaza, basta con echar un vistazo a las cuentas de Tiktok e Instagram para ver los restaurantes, concesionarios de coches, parques acuáticos y demás comercios al alcance de muchos habitantes de la Franja. Resulta igualmente curioso que, si como asegura De Prada, tienen vetados "los materiales de construcción", en la Franja se inauguren todos los años chalets y apartamentos de lujo para sus élites dirigentes. Por último, al contrario de lo que escribe, Israel tampoco les niega la posibilidad de pescar: a los marineros de Gaza se les permiten 15 millas náuticas para la pesca.
Otro aspecto a resaltar en los artículos e intervenciones del autor de Coños es su querencia por el concepto de "colonos". Es también la palabra fetiche de los tertulianos y políticos de izquierda y rojipardos. Una forma de decir que los 900 asesinados por Hamás, en el fondo, no eran civiles. "Se lo merecían". Como cuando en el País Vasco se resaltaba que la víctima era concejal del PP o Guardia Civil, y, por tanto, no era completamente inocente. "Formaba parte del juego". Esto merece varias apreciaciones: la primera, que nuestra izquierda de sofá y Twitter jamás perdonará haber nacido tras la desaparición de los imperios y las colonias occidentales. Añoran tanto la lucha anticolonialista de los años 50 y 60 que buscaron la forma de mantenerla viva artificialmente inventando el concepto de "poscolonialismo". Todo con tal de seguir jugando a la nueva batalla de Argel y creerse el nuevo Fanon. La segunda consideración es que, si pretenden deslegitimar a las víctimas israelíes con la idea de que en el fondo no eran de allí, deberían ser más cautelosos con su discurso. Si el hecho de ser nativos confiere a Hamás el derecho de masacrar y expulsar a los advenedizos extranjeros usurpadores de su tierra… ¿con qué argumentos se opondrán a futuros movimientos racistas en Europa que usen la violencia para buscar la expulsión de los inmigrantes? Porque están aceptando la idea de que los ancestros de uno le confieren autoridad sobre quienes carecen de ellos.
Nuestro escritor católico oficial ha pasado de abrazar a Putin como baluarte de los valores de la cristiandad europea a gritar ¡Allahu akbar! Algún día habrá que estudiar en serio cómo algunos defensores de la tradición occidental y el legado cristiano, movidos por su antiliberalismo y anglofobia, han acabado viendo la mafia rusa, el islamismo o el Partido Comunista chino como aliados en la lucha por la salvación de Occidente.
En el fondo uno tiene que ser comprensivo. Al aspirante a enfant terrible de la literatura católica española ya sólo le queda recurrir a boutades cada vez más histriónicas para llamar la atención. En uno de sus relatos, Chesterton contó la historia de un excéntrico inglés que terminó usando una col a modo de sombrero; en el caso de De Prada, ha acabado echando mano de un gorro de papel de aluminio. El problema es que olvida que su procacidad no llega al nivel de Léon Bloy y que sus agudezas palidecen en comparación a las de Chesterton. De todas formas, uno no puede perder la esperanza: De Prada ha renunciado a dos de las tres virtudes teologales (a la esperanza con sus visiones apocalípticas y a la caridad con sus loas a Putin y Hamás), pero todavía le queda la fe.
Guillermo Fesser, muy crítico con Netanyahu: "Ahora mismo en el Gobierno de Israel hay un judío nazi" https://t.co/XmOtX2AN7Q
— laSexta Xplica (@laSextaXplica) October 7, 2023
Guillermo Fesser saltó a la fama como bufón antes de volver a caer en el olvido. Lo rescató hace unos años otro bufón para su programa en La Sexta y, desde entonces, se ha convertido en una presencia habitual en dicha cadena. Acostumbrado a hacer el ridículo para salir en radio y televisión, no es de extrañar que haya decidido autoproclamarse como analista político. En su caso, la vergüenza es lo de menos. El tema es que, si antes hacía el ridículo para hacer reír a la gente, ahora lo hace para —pretensión de pretensiones— hacerles pensar. El problema es que no tiene nada que aportar. Carece de la formación académica y de la trayectoria profesional que le permitan acreditar mínimamente hablar con cierta autoridad sobre política estadounidense o el conflicto palestino-israelí. Uno no tiene más remedio que simpatizar con él al imaginárselo el otro día en televisión en una tertulia para hablarle la masacre de Hamás. "¿En dónde me he metido? ¿Cómo he llegado hasta aquí?", estaría preguntándose mientras escuchaba aburrido las aportaciones inanes de los otros tertulianos. Era consciente de que no tenía nada que decir: no sabe nada de la historia de Hamás y de su ideología, también desconoce las complejidades de la política israelí y la diplomacia de Oriente Medio. Sí sabe lo suficiente para darse cuenta de que lo que están diciendo sus compañeros no son más que lugares comunes. Pero él, henchido de orgullo, aspira a más: es entonces cuando, sabedor de que no puede aportar nada mínimamente profundo u original, decide destacar siendo el asno que rebuzne más alto. "Netanyahu es un nazi". La lógica del argumento es que, si el gobierno israelí es nazi, todo le está permitido a Hamás. Los tertulianos de la Sexta no levantaron una ceja al escucharlo, ya que allí ese tipo de cosas son un artículo de fe. En ese sentido, al decirlo, Fesser no daba ningún salto al vacío ni mostraba ninguna valentía: sabía muy bien que jugaba en casa y que nadie iba a pedirle que justificara semejante afirmación.
Puede que Fesser no tenga datos e ideas sobre la guerra en Israel, pero cuenta con una ideología a prueba de bombas. Una visión ideológica con unas categorías tan intrincadas y cerradas, que no hay realidad, acontecimiento, víctima o estadística que pueda hacerle mella. Porque para la gente como Fesser, la realidad de la experiencia o los hechos no es más que polvo y viento frente a los imponentes edificios que construyen con sus palabras y los fastuosos bulevares que levantan con sus discursos. ¿Qué es la realidad de los cientos de niños, ancianos y jóvenes indefensos ejecutados frente a su conceptualización como "colonos"? ¿Qué pueden esperar las víctimas israelíes frente a la categorización de su gobierno como nazi?
Youtubers y tiktokers se exponen al ridículo para llamar la atención. De Prada y Fesser no son muy diferentes, por mucho que el concepto que tengan de sí mismos sea más elevado (¡al fin y al cabo, nosotros hablamos de cosas importantes, como la última película de Mel Gibson o el racismo!), pero, en el fondo, son igual de banales. Si cabe, sus pretensiones los hacen incluso más ridículos.
Javier Gil Guerrero es Historiador y profesor de Relaciones Internacionales.
