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Enrique Navarro

Yo también soy israelí - גם אני ישראלי

Cuando Hamás sea eliminado y los palestinos acepten la convivencia con Israel, entonces habrá una opción para la paz.

Cuando Hamás sea eliminado y los palestinos acepten la convivencia con Israel, entonces habrá una opción para la paz.
Nice (France), 09/10/2023.- A woman holds a sign reading 'Strength, Courage' during a rally in support of Israel in Nice, France, 09 October 2023. More than 700 Israelis were killed and over 2,000 were injured since the Islamist movement Hamas carried out an unprecedented attack on southern Israel on 07 October 2023, the Israeli army said on 09 October 2023. According to Palestinian officials, more than 500 people were killed and nearly 3,000 were injured as a result of Israel's retaliatory raids and air strikes in the Palestinian enclave. (Francia, Niza) EFE/EPA/SEBASTIEN NOGIER | EFE

En estos días tristes y deprimentes que nos han vuelto a retrotraer al horror de los pogromos, al Holocausto, al racismo más exacerbado, a la intolerancia que creció en la antigüedad y que nunca abandonamos, lo único que debíamos haber escuchado de todos los líderes europeos es esta frase que expresa nuestro sentimiento hoy: "Yo también soy israelí", dicho en los dos idiomas oficiales de Israel: hebreo y árabe.

Hubo un tiempo no muy lejano en el que la intelectualidad de la izquierda europea, es decir, mundial, viajaba de vacaciones a Israel, a los kibutz, ese ejemplo de socialismo comunitario para cultivar el marxismo. Franco nos recordaba una y otra vez que el mal se llamaba conspiración judeo-masónica, mientras establecía lazos indisolubles con el mundo autocrático árabe con el que se sentía tan identificado. Todavía hoy, la inmensa mayoría de los judíos del mundo votan a la izquierda, especialmente en Estados Unidos, porque mantienen ese espíritu colectivista que les ha hecho tan fuertes. Pero ¿qué ha pasado en Europa para que ultraizquierda y ultraderecha se hayan confabulado para revivir el odio al judío y justificar, amparar u ofrecer su comprensión a las acciones terroristas del islamismo radical? Quizás es que nunca lo abandonaron. Quizás es que en el fondo son los mismos ignorantes con diferentes collares.

No ha pasado mucho tiempo, apenas cuatro días desde el nuevo día de la infamia, pero ya se comienza a poner en duda la verdad. Una vez más, como pasó en 1945. Nos decía la propaganda franquista que el Holocausto no existió, que era un invento de la propaganda judía; luego nos dijeron que nos vimos obligados por nuestra conciencia moral a crear el Estado de Israel, aunque los judíos fueran una parte sustancial del territorio bajo mandato británico veinte años antes. También se ponen ya en duda los asesinatos, las violaciones y la violencia extrema sobre niños y ancianos. Y se empieza a hablar otra vez de la gran mentira judía. Si no hubiéramos vistos los videos de Mauthausen o Dachau, nunca hubiéramos aceptado que esta tragedia ocurrió.

La historia se repite, todo lo que les pasa a los judíos es culpa de los judíos. Por usureros, por ricos, por intelectuales. Por, siendo apenas unos pocos millones, haber ganado la cuarta parte de los premios Nobel, de los que muchos dirán que fueron comprados por su lobby. Por egoístas, narcisistas, explotadores, como si todos estuviéramos libres de pecado.

Nosotros hicimos al pueblo judío tan fuerte. Ningún pueblo es elegido por nadie. Los aislamos mientras que los utilizábamos cuando nuestras finanzas languidecían. Vivían aislados, en comunidades tan cerradas que no podían salir a hacer travesuras con los otros niños, o ir a la guerra a perder la juventud. Solo podían cultivar su intelecto y así lo han seguido haciendo durante siglos. Si la iglesia no se hubiera empeñado en aislarlos de la sociedad, solo por cuestión de número habrían desaparecido, así que todos nosotros somos responsables de que los judíos sean hoy lo que son. Les hicimos tan fuertes para sobrevivir, tan resilientes que, cuando triunfan, inventamos oscuras leyendas o historias para justificar nuestro antisemitismo.

¿Pero por qué hemos llegado a esta violencia tan depravada? No es el odio, ni siquiera la reacción a una situación desesperada. A lo largo de la historia se han producido muchas situaciones semejantes y a nadie le daba por cometer estas atrocidades. Hamás no está defendiéndose de Israel. No es el sufrimiento lo que les conduce a estos actos, es el fanatismo. Manipulan los sentimientos de asfixia, de desesperación del pueblo para conducirlos al fanatismo que siempre ha existido y que hemos visto a lo largo de la historia.

Los líderes religiosos —y los países que se dejan gobernar por textos religiosos— hacen del extremismo su constitución política. Estos fanáticos han imbuido en los espíritus de los palestinos la obligación de matar a los judíos, de exterminarlos. Su principal labor en la Tierra es el genocidio, porque eso es lo que quiere Alá. Pero ¿cómo va a querer Alá, que es Yahvé, la muerte de su pueblo? No son las circunstancias de vida las que llevan a estos ataques a Israel, es la ignorancia aderezada de mensajes divinos desvirtuados los que conducen al terror. Si Palestina tuviera un estado soberano sobre las fronteras acordadas en 1947, habría cometido los mismos atentados, no tengamos ninguna duda.

El antisemitismo fue un invento cristiano. Ya que los romanos y los árabes durante mucho tiempo no tuvieron graves problemas en convivencia con los judíos. Los cristianos tenían en sus comienzos a un enemigo, el judío. Competían por el mismo target, es decir, personas que creían en un dios único creador y redentor. Durante dos mil años la iglesia cristiana ha abonado el antisemitismo y este ha enraizado tanto en la sociedad europea que justificó todas las persecuciones y matanzas durante ese tiempo. "Los judíos habían matado a Jesucristo", ¡como si hubieran podido matarlo otros! Pues sobre esto llevamos dos mil años a tortas.

San Pablo, antiguo judío convertido, habló de sus enemigos a los corintios: "¿Son hebreos? Yo también. ¿Son israelitas? Yo también. ¿Son descendientes de Abraham? Yo también". Nosotros somos judíos, compartimos textos sagrados, origen, valores occidentales, nuestra cultura se alimenta de la judía y viceversa. Así que el antisemitismo es un suicidio cultural, moral y político.

El otro gran competidor de los judíos es el islamismo. Siendo descendientes de Abraham, estaban obligados a desacreditar a su competidor, con quien comparten tantos preceptos que veneran a la Virgen María y a Jesús como un profeta. No olvidemos que fue nuestro arcángel Gabriel el que se apareció a Mahoma para revelarle el mandato de Alá.

Pero si el origen de todo fue la Última Cena para los cristianos, había que situar el Cenáculo sobre la tumba del rey David. O si fue la piedra en la que Abraham fue a sacrificar a Isaac, según los judíos, o a Ismael, según los árabes, no les quedaba más remedio a los musulmanes que apropiarse de los lugares sagrados judíos, de la misma manera que los castellanos construíamos catedrales sobre las antiguas mezquitas, para exterminarlo de raíz e impedir su regreso. De esos polvos vienen estos lodos. Y de este lío viene el problema del Monte del Templo o la Explanada de las Mezquitas, según la visión.

Sin embargo, la debilidad del judaísmo es que se hereda por vía familiar, la conversión no se contempla como opción, casi es una misión imposible. Nunca buscaron expandir su religión sino muy al contrario hacer de ella algo elitista, propia de cuando alguien se considera el Pueblo Elegido. Una actitud difícil de entender para monarquías que basaban su legitimidad en un mandato de Dios que les llamaba a la guerra santa.

Pero en el siglo XXI, cuando el mundo progresa a velocidades imaginables, cuando la ciencia está traspasando todas las fronteras de lo concebible, y la prosperidad crece cada año, no hemos sido capaces de sacudirnos de forma definitiva la semilla del odio irracional, sin sentido. Rusia se comporta como un estado medieval y Putin podría ser Iván el Terrible. A su vez, Hamás comete las mismas atrocidades que los jenízaros en el siglo XV. Existe un interés manifiesto en muchos lugares por mantener el terror para mantener la opresión, no hay otro argumento.

Los reinos de Judá y de Israel existieron durante mil años, y sus fronteras eran mucho más grandes que las actuales. Fueron conquistados y en el año 137 expulsados de su tierra, aquella en la que se depositaron las Tablas de la Ley que Dios dio a los hombres. Negarles el derecho a retornar nos llevaría al absurdo de que Hispania debería haber abandonado la idea de la Reconquista después de la invasión musulmana.

Regresaron a su tierra cuando pudieron, a unas tierras que no eran una nación de nadie, sino un trozo del imperio otomano heredero del Romano de Oriente. No echaron a nadie porque nadie había constituido ningún ente territorial en Palestina. Ocuparon territorios sin dueño, más bien los compraron a los palestinos árabes y no quisieron echar a sus habitantes sino integrarlos. Discutir esto sería como poner en duda que Montana sea de los Estados Unidos o la Patagonia de los colonos llegados a Argentina.

En 1917, la Sociedad de Naciones, la ONU, para que nos entendamos, dio el siguiente mandato a la Gran Bretaña: establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío, entendiéndose claramente que no se debería hacer nada que pudiera perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, ni los derechos y el estatus político de los judíos en cualquier otro país.

Es entonces cuando comienza la inmigración. En aquella época los judíos alemanes se sentían alemanes; y los polacos, polacos; y los franceses, franceses. Pero alguien o muchos vinieron a decirles que no eran alemanes ni polacos ni humanos, sino una raza que debía ser exterminada. ¿Dónde iban a ir aquellos que habían sido expulsados de sus casas y privados de su nacionalidad? ¿A Paraguay, como se le ocurrió a algunos? Pues a su Palestina.

Israel aceptó el Acuerdo de Partición de la ONU en 1947, que reducía a la cuarta parte el territorio aprobado por la Sociedad de Naciones y creó su estado, y los árabes no lo aceptaron y los atacaron, sin ni siquiera crear un estado palestino en el territorio asignado. Se acabó el acuerdo, e Israel se defendió. Necesitaba seguridad para su supervivencia, ya que el acuerdo les dio los ríos y las montañas que dominaban los valles a los árabes. Posiciones muy ventajosas de las que se aprovecharon durante años para matar de sed a Israel y bombardearla continuamente. Nadie hacía manifestaciones por estos crímenes tan brutales. Los judíos ya tenían lo que querían, un trozo de desierto, y a ver si con un poco de suerte se extinguían allí todos.

Cuando los ejércitos árabes convencidos de su victoria se abalanzaron sobre Palestina, los israelíes ocuparon Sinaí, Gaza y Cisjordania, junto con el sur de Líbano años más tarde, hasta conseguir restaurar la seguridad. Pero de todos estos sitios se fueron. Ya veremos cuándo se va Rusia de Crimea o de Ucrania voluntariamente. Israel solo quiere vivir en paz y con vecinos que no estén pensando en destruirlos, sino en prosperar juntos.

Pero más allá del ruido terrible de estos días, hay un problema que resolver. Una solución que no quieren los grupos terroristas palestinos: dos estados que se reconozcan y que se comprometan a no violar la soberanía de otro. Cuando Hamás sea eliminado y los palestinos acepten la convivencia con Israel, entonces habrá una opción para la paz. Igual que la que reclamaron los judíos en 1947, los palestinos necesitan continuidad territorial y la comunicación directa de Gaza con Cisjordania es crítica para su supervivencia. Pero, para que esto sea posible primero hace falta paz y luego un compromiso internacional con Israel y su estabilidad a través de un acuerdo de seguridad compartido. Israel necesita la paz porque su demografía va en contra de sus intereses; entre los árabes y los ultraortodoxos van a acabar con el país en dos o tres generaciones, si no hay un esquema válido de supervivencia compartido. Para esto, es hora de que los países árabes que hoy se acercan a Israel contribuyan de forma definitiva a la solución del problema.

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