
En la historia de las naciones, como en la vida de las personas, existen puntualmente momentos de colapso, de depresión, intentos de abandonar el rumbo marcado. También es recurrente la presencia en el poder de estúpidos, embaucadores, corruptos, malas influencias. Resulta inevitable, aunque la realidad muestra que siempre son minoritarios, pero hemos de reconocer que a veces han resultado tremendamente dañinos.
Soy consciente de que estos hechos o personas que aparecen de vez en cuando son como piedras en el zapato que producen llagas que tardan en curar. También que el alcohol nos escuece, por lo que tememos la cura. Pero no debemos desfallecer porque el camino no se termina aquí.
En estas semanas existe un profundo desasosiego en una gran parte de la sociedad española ante el intento desesperado de vender a precio de saldo el Estado de derecho, de cuestionar la igualdad de los españoles creando ciudadanos de primera y de segunda, únicamente para continuar en el gobierno. Se pretende gobernar sin generar un proyecto, buscando para cada decisión compañeros de viaje. Y si no se encuentran, no se gobernará, pero tampoco se cederá el poder para que los españoles hablen.
Se pretende convertir al número 176 en un legitimador de cualquier decisión política y sobre este objetivo se basará toda la acción de gobierno, pero es que los votos no dan patente de corso ni sustentan ninguna acción ilegítima.
Todo esto viene a colación de que asistimos a uno de esos momentos excepcionales que nos evocan todo lo bueno que reúne esta gran nación, y que a la vez nos alertan de cuál es el objetivo principal de la perversión a la que podría llevarnos la coalición de perdedores.
La Princesa de Asturias jurará la Constitución el próximo 31 de octubre al alcanzar la mayoría de edad. No será una declaración descafeinada, cutre o que implique un falso testimonio o una payasada. Su Alteza jurará, un término que a algunos les viene gigante, un compromiso con todos los españoles, asumirá la obligación de servir, otro término bastante denostado, a España, otro concepto en disputa.
Lamentablemente el gobierno ha decidido pactar con los que quieren acabar con la principal costura de este país, que se llama monarquía. Es el único escollo que tienen en su camino, pues una república de naciones sería el fin de España. Por eso, erosionar a la Corona forma parte inequívoca de su plan. Decía Eisenhower que la principal cualidad de un líder es la integridad, y tengo la segura impresión de que la Princesa ha heredado de su padre una virtud que a menudo echamos en falta.
La Monarquía como la Nación trascienden a la Constitución. Hemos tenido muchas en la historia. España no nace en 1978, es una realidad histórica que ancla sus raíces en lo más profundo de la historia. Los españoles no somos sus dueños, solo sus ocupantes temporales, el solar no nos pertenece y por tanto no podemos disponer de él. Nosotros nos iremos y España continuará. Ni un 90% de los españoles o catalanes pueden alterar esta realidad histórica. Esto no va de reivindicación nacional, España es mucho más que eso. Pero si se manipula la historia para satisfacer intereses políticos, por muy loables que sean, estaremos violando el sagrado principio de que la Ley nació para proteger a los ciudadanos del gobierno, y que la soberanía nacional es la principal garantía de que todos estamos amparados por los valores constitucionales.
Existen dos tipos de personas que debemos mantener muy lejos de los centros de poder: los fanáticos, que creen que sus ideas son las únicas válidas, que visualizan en el diferente a un enemigo y que convierten su orden en su fin político; y los resentidos, que hay en todas las sociedades y que culpabilizan a los demás de sus desgracias, que ven en el caos una oportunidad, en la revolución la forma de ocupar los designios que la sociedad les negó y que ven en los enemigos de nuestros valores un referente. En España, el antibiótico contra estas infecciones se llama monarquía como poder moderador y que se extiende desde la historia hacia el futuro. Hoy no existe una alternativa mejor.
La Princesa de Asturias asumirá un sacrificio enorme, asistir al intento de resentidos y violentos de devolvernos otra vez al infierno. Si dejamos a la monarquía desamparada no podrá ejercitar esta labor que a la inmensa mayoría nos interesa. Como el Atlas se echará sobre sus hombros una tarea de dioses, devolver la cordura a los que la perdieron para reencontrarnos todos en los valores de unidad y permanencia en la Constitución. Al presidente del gobierno de todos los españoles le toca inequívocamente liderar este proceso de amparo a la Corona, por encima de sus intereses personales, lo contrario será reprobado por la nación en su conjunto.
Mantener estos principios está por encima de la disciplina de voto y de los intereses de un grupo social. Cuando están en juego tan altos principios no se pueden buscar excusas de procedimiento o de obediencia debida, que como bien señala la Constitución no puede amparar actos ilegítimos. Todos los que creen en estos valores constitucionales deben arropar a la Princesa de Asturias en tan solemne día, especialmente aquellos que puedan pensar que la monarquía no es el sistema más moderno, que podrían aspirar a un modelo republicano, pero es que hoy la continuidad del modelo occidental, europeo, democrático y de bienestar de una España unida se encarna en la Corona. Todo lo demás es accesorio.
