
Cuánto más se vaya sabiendo del precio que pagan los socialistas por la investidura, mejor se calibrará la victoria política que le han dado al golpismo catalán. Pero por lo que ya se ha dado a conocer, poca duda hay de que estamos ante una victoria sin paliativos, un triunfo que se entrega sin que los golpistas cedan nada, salvo sus votos para hacer presidente a Sánchez. El propio desarrollo de la negociación ha conducido, de forma inevitable, a este resultado. Porque en estos meses de idas y venidas, los partidos separatistas siempre han tenido la sartén por el mango.
Si en una primera fase, el socialismo eludía pronunciar la palabra "amnistía" no era por falta de voluntad de concederla. Aún no tenía la seguridad de que Junts y Esquerra, en su carrera de chalados en sus locos cacharros, se dignaran al apaño conjuntamente. A la vez, la calculada ambigüedad hacía de freno de mano para un caso de emergencia. ¿Y si por una ventolera del pastelero loco había que repetir elecciones? Pero cuanto más tiempo pasaba y más cuerpo adquiría el espectro de la innombrable, menos podían los socialistas echar el freno. Nadie se pringa hasta la coronilla y se presenta luego a elecciones.
La incógnita de hasta qué punto daña esta victoria política a quienes la han servido en bandeja no es fácil de resolver. Por si las moscas, la camarilla de Sánchez se va a ahorrar no sólo el experimento de comprobarlo en una repetición electoral, sino también el de pulsar la opinión de sus afiliados preguntando de forma expresa. Las consultas a las bases se muestran, una vez más, instrumento para burlar a las bases, y muy posiblemente sin necesidad. ¿O acaso temen que entre susto o muerte los afiliados elijan que no gobiernen los suyos? Con una porción creciente del electorado ocurre algo similar: entre la derecha y los nuestros, siempre los nuestros, hagan lo que hagan. Uno de los efectos más impresionantes de la deriva identitaria de la política es que cuanto más decepciona el partido propio, más se le vota. Y en la izquierda, la identidad es casi todo lo que hay o todo lo que queda.
Aún así no ponen la mano en el fuego los socialistas. Aventurarse a una nueva cita electoral motu proprio no se les ha pasado en ningún momento por la cabeza. Los partidos separatistas han podido exprimirlos y enlodarlos a gusto. Y de ese modo se han metido en un camino sin retorno. Unos y otros eran conscientes de que los resultados del 23-J fijaban la última oportunidad de Sánchez y su partido, que no se iban a arriesgar por nada del mundo a perder un último tren que circula de milagro. El resultado es el regalo al separatismo catalán de una revancha victoriosa, un regalo que tendrá consecuencias. Pero lo único que importa es el aquí y ahora. Es el precio del poder: el poder a cualquier precio. Con las secuelas, ya se las verán otros.
