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Puigdemont, bajo palio

No hay ahora mismo hombre más poderoso en España que Puigdemont, aunque no esté técnicamente, todavía, en suelo español.

No hay ahora mismo hombre más poderoso en España que Puigdemont, aunque no esté técnicamente, todavía, en suelo español.
Carles Puigdemont. | EFE

El prófugo que el candidato Sánchez, en la campaña de 2019, se comprometía a traer a España para que rindiera cuentas ante la Justicia está pasando los mejores días de su vida de fugado y, en realidad, de toda su vida desde que aterrizó de modo inesperado, procedente de Gerona, en la primera fila de la política catalana. El tipo que se fugaba en el maletero de un coche para no tener que rendir las cuentas que hace unos años sí le importaban (es un decir) al candidato Sánchez, disfruta tensando la cuerda y llevando atado, como a un perrito, al que quiere revalidarse como presidente del Gobierno. Está disfrutando cada minuto, y especialmente cada minuto más, porque cuanto más corre el reloj, más hace sudar al candidato y a sus emisarios. Y con ellos sudan todos los que dependen de lo que al prófugo le salga de las narices para continuar en el poder o seguir parasitando al poder. No hay ahora mismo hombre más poderoso en España que Puigdemont, aunque no esté técnicamente, todavía, en suelo español.

Cuanto más tensa la cuerda el prófugo y más los lleva adonde quiere, más hacen los socialistas por dotar a esta situación disparatada y absolutamente inédita del lenguaje descriptivo de una negociación corriente y normal, en la que se resuelven "cuestiones técnicas" y se afina y se peina con la ayuda de "equipos jurídicos". No es casual la elección de términos neutros, inocuos y domésticos, que saben serán repetidos fielmente en las noticias para hacer llevadera la opacidad ("discreción"). Tampoco hablaba por azar el candidato de la amnistía para "los hechos acaecidos en la década pasada", o de "amnistía para Cataluña", como si Cataluña entera hubiera sido acusada de algún delito. Pero lejos de estos paliativos que suministran los socialistas para el confort moral de la ciudadanía, el prófugo quiere que apuren el cáliz. Lo ha llenado hasta arriba de "hechos acaecidos" que hay que amnistiar, y ante la hez, no queda otra que depurar la técnica.

La situación, según los socialistas, es perfectamente normal, una negociación entre partidos en democracia para la investidura. Se ha hecho mil veces. De donde se deduce qué lo único anómalo que está sucediendo, tal como claman a los cuatro vientos todos los implicados en el negocio, es la oposición: la movilización de la derecha, sus manifas, su tono "apocalíptico" (le dice un apocalíptico a otro), el estorbo de un juez que se pone a mover, ¡ahora!, lo del Tsunami Democratic y la insolencia del CGPJ. Cualquiera diría que estos y otros síntomas de rechazo a una ley de amnistía dictada por el separatismo demuestran que es una medida disruptiva, que divide y fractura tanto al propio Parlamento como a la sociedad, y que, en consecuencia, no debe aprobarse. Pero los que mandan en el PSOE creen algo muy distinto. Aparte de que necesiten dar la amnistía para investir a Sánchez, piensan que es bueno que divida y que fracture. Porque esa es su fórmula mágica. Cuanto más rechazo de los otros, más cohesión de los suyos. El prófugo los hace sudar, pero en el fondo les ayuda. Les hará un favor si pide que lo traigan a España bajo palio.

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