
A veces los domingos se hacen largos y espesos como un matorral o como una zarzamora llena además de uñas agresivas. Sobre todo, son las mañanas de domingo las que se hacen eternas y densas. Son esas horas, liberadas de los quehaceres forzosos, las que nos permiten decidir qué hacer con ellas, si malgastarlas, si invertirlas en sol y palomas, si blandirlas como banderas animosas o si llorarlas por todo el tiempo perdido.
Fui con miembros de mi familia a la manifestación del 21 de enero en Madrid –de hace casi once meses—, que convocaron, entre otro, Cayetana Álvarez de Toledo, María San Gil y Rosa Díez, al margen de todos los partidos, como botón de muestra de la existencia de una sociedad española que no quería transitar el camino de la falsificación, de la traición y de la rendición que ya empezaba a zurcir Pedro Sánchez delante de todos.
Aquella manifestación fue todo lo exitosa que podía ser ante la división irresponsable de la derecha y el centro liberal. No fue Feijóo, tampoco la cabeza de Ciudadanos. Abascal sí que fue, pero todos sabíamos que seguía la reyerta absurda entre unos partidos que tenían y tiene la obligación de defender a toda la nación española, la que compone ese resto de España que queda preterido frente a Cataluña y País Vasco, y también, nunca lo olvidemos, a esa España viva en esas dos regiones y que tienen que estar aterrorizados ante el exterminio moral, cultural y legal al que van a verse sometidos.
Aquella manifestación fue muchos meses antes de las elecciones del 23 de julio. Ya se veía venir todo lo que ha venido. Se sabía cuál era la finalidad que se perseguía. Se conocía perfectamente el dictamen del ¿ex? terrorista Otegui cuando le mostraba el método a su tonto útil, Pedro Sánchez: para que España sea roja alguna vez tendrá primero que ser una España rota. Este infame presidente del gobierno no se ha enterado de que una vez que España esté rota, a ese desalmado le importará un carajo si España es roja, verde o azul.
Pues pasaron los meses y todas las encuestas, salvo la de Tezanos, daban una mayoría absoluta muy cómoda al centro derecha, formado por Vox, PP, los pecios políticos derivados de intentos meritorios y contingentes perdidos de la izquierda moderada. Y la siguieron dando mientras Vox y PP, muy especialmente, se afanaban en desmoralizar una y otra vez a los votantes, en extender sensaciones de cansancio y hastío o en desanimar con irracionalidad a los votantes que podían impedir lo que no se ha podido impedir.
Y llegó, en ese clima suicida y negligente, el día de las elecciones arteramente convocadas a 40 grados a la sombra y con millones de españoles de vacaciones, y tras conocerse los resultados, los socialistas bailaban en los balcones, como bailaban en la oscuridad sus ahora chantajistas del gobierno, porque sabían que habían ganado. Mientras el PP predicaba su ¿victoria? y Vox se dejaba miles de votos y decenas de escaños en el camino, muerto ya Ciudadanos.
Que Feijóo creyera que Pedro Sánchez era del mismo partido que aquel Felipe González que respetó la lista más votada muestra y demuestra que no sabía quién era este tipo al que únicamente otros socialistas calaron, se empeñaron en su derribo y fracasaron. Seguía creyéndolo cuando apelaba a un fantasioso acuerdo con el sanchismo. Y mientras, Vox deshaciendo y deshaciéndose.
Por eso, esta mañana de domingo se me ha hecho larga y amarga. Tal vez debería haber ido a alguna de las manifestaciones, pero no, no lo hecho. Seguían sin ser manifestaciones conjuntas. Seguían sus dirigentes y convocantes sin hacer un examen de conciencia por haber sido causa necesaria de este desastre el pasado mes de julio. Siguen sin hacerlo. La situación es tan seria, tan grave, tan vital que ya no es el momento de los partidos. Al menos no sólo.
Necesitamos que se forje una Alianza Nacional por la Democracia y la Constitución. Yo quiero ver a su cabeza a personas como Rosa Díez, María San Gil, Cayetana Álvarez de Toledo, Fernando Savater, Joaquín Leguina, Nicolás Redondo, Iván Vélez, Francisco J. Contreras, Jaime Mayor, Javier Gómez de Liaño y –que me las decenas y decenas que no cito entre juristas, periodistas, políticos, profesionales, filósofos, ingenieros, funcionarios, religiosos…—, tantos otros que nos representan mucho más que las cúpulas de esos partidos.
Y necesitamos un plan, una estrategia, un memorial ordenado de intenciones, de acciones, de reacciones y de disposiciones. Lo que ha ocurrido ha ocurrido con la ley en la mano. Pues con la ley en la mano habrá que deshacerlo y corregir lo que haya fallado para que nunca más pueda ocurrir. Por eso, me he sentado y me he regalado Nabuco, la ópera que tiene 180 años aunque Nabucos, esclavizadores de sociedades, hay demasiados.
He tenido que contener las lágrimas cuando he escuchado:
¡Ay, mi patria, tan bella y abandonada!
¡Ay recuerdo tan grato y fatal!
Arpa de oro de los fatídicos vates,
¿por qué cuelgas silenciosa del sauce?
Mañana será otro día. Se me pasará si se hace lo que se debe.
