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Luis Herrero Goldáraz

Irrompible

Si acaso España dejará de usarse, pero eso sólo significará que hemos encontrado otra palabra menos deshilachada con la que seguir interpretándonos.

Si acaso España dejará de usarse, pero eso sólo significará que hemos encontrado otra palabra menos deshilachada con la que seguir interpretándonos.
Manifestantes contra la amnistía en Ferraz. | EUROPA PRESS

Puede que tengan razón quienes, todavía hoy, ven más amenazados los derechos de las mujeres —a medio voto están de ser encerradas en las cocinas, se comenta— que la separación de poderes. Pero no por poseer una percepción de la actualidad tan pintoresca. Puede que la tengan desde una perspectiva más profunda y yo, sinceramente, ni siquiera sé hasta qué punto son conscientes de tenerla. Es difícil precisarlo bien. Sobre todo tienen razón cuando miran muy ufanos a las gentes que salen a la calle a protestar contra los pactos de Sánchez. Y la tienen todavía más cuando, sonriendo seriamente, se giran sobre sí mismos y se dicen unos a otros muy en alto, como para que el resto les escuche, que España no se va a romper.

En efecto, España no se va a romper. Como tampoco se va a romper su democracia. Determinar en qué momento lo hizo ya es una tarea más compleja. ¿Alguno sabría precisar el momento exacto en el que el hilo suelto de un pantalón comienza a ser una desgarradura? ¿Cuándo la desgarradura pasa a ser lo suficientemente amplia como para poder catalogar al pantalón de desgarrado? ¿Se atrevería uno a dejar de referirse al pantalón como pantalón, pese a encontrarse descosido a la mitad y ser a todas luces inservible? ¿Tiene alguien, en fin, el poder de discernir qué está roto y qué no lo está, qué es una imperfección y qué una moda, cuándo algo es y cuándo ha dejado de ser? Desde hace tiempo, quién sabe si desde siempre, el problema político español es más que nada un problema filosófico. Lo cual está muy bien, pues es lo mismo que decir que no hay problema alguno. Y también muy mal, pues nada impide que el problema siga estando.

Continuemos con el símil del pantalón y digamos que este que representa a nuestra democracia está raído, por ejemplo. Ahí observamos a Pedro Sánchez recogiéndolo del suelo, palpándolo y estudiándolo, mirándolo y remirándolo. Tiene tantos desgarrones que no sabe por qué agujero meter la pierna. Al fin desiste y se lo enrolla en la cabeza. "He aquí un pantalón", dice, desde la tribuna del Congreso. Y efectivamente, es un pantalón. Nadie puede, en puridad, llevarle la contraria. Vivimos ciertamente en un lugar llamado España y su sistema de gobierno se autodenomina democracia. Ya podemos terminar la discusión e irnos todos tranquilamente a tomarnos unas cañas.

Si existe una peculiaridad española radical, quizá esta sea la manera de manejarse por el mundo. Al español, más que nada, no le importa demasiado que la realidad pueda quitarle la razón, pues sabe que nunca es tarde para arrebatársela a la fuerza. Lo que todo español comparte con otro español es una sutileza intelectual difícilmente catalogable, pero que todos conocemos. Aquí no es necesario que los nombres se ajusten a las cosas, siempre que las cosas se ajusten a los nombres. Un trozo de tela que antaño fuese usado como pantalón puede reciclarse a modo de corbata y seguir siendo denominado pantalón, por la misma razón por la que una democracia puede tener al Tribunal Constitucional, a la Presidencia del Congreso o a la Fiscalía General del Estado obscenamente controlada por el Ejecutivo y seguir denominándose democracia. A un español no le preocupa tanto lo que las cosas sean o cómo las cosas funcionen, mientras esas cosas tengan nombre y ese nombre siga siendo utilizado por todos. Y esto no es estupidez ni bobería, sino una forma muy sutil y muy pragmática de realismo.

Comprenderán, por tanto, que haya españoles que sonrían seriamente cuando alguien se atreve a sugerir que España va a romperse algún día. En España pueden desaparecer la seguridad jurídica y las garantías democráticas, puede moverse una frontera e independizarse un territorio, puede cambiar un régimen y hasta estallar una guerra civil, que romperse, lo que es romperse, España no se romperá nunca. Si acaso España dejará de usarse, pero eso sólo significará que los españoles, sean estos lo que sean, han encontrado otra palabra menos deshilachada con la que seguir interpretándose.

¿Podemos decir entonces que tienen razón quienes sonríen? Me da en la nariz que sí. Lo que no comprendo todavía es por qué iba alguien a pensar que es importante que la tengan.

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