Es de suponer que a partir de ahora los profesionales de EFE no van a hacer más preguntas, eso supondrá un serio impedimento a su labor informativa, pero no cabe esperar otra cosa de la agencia que ahora preside el que en su día dijo que los periodistas tienen la "tendencia enfermiza" de hacer preguntas.
Y es que pocos nombres tan poco adecuados para ser el máximo responsable de la agencia pública de noticas que el de Miguel Ángel Oliver, que dejó sobrados ejemplos de su rechazo al periodismo y a los periodistas durante su polémico paso por la Secretaría de Estado de Comunicación.
Como tantos otros, Oliver llegó a un puesto tan importante por un único mérito: su cercanía con Pedro Sánchez. Y como tantos otros, desempeñó sus funciones con un único propósito: servir al que le había nombrado, que no al Estado, y hacerlo al coste que fuese, incluyendo censurar a periodistas cuando la ocasión lo requirió.
Ese servilismo y esa capacidad censora son los dos grandes valores que le han llevado a su nuevo trabajo, en el que de entrada acaba con el escaso crédito periodístico que pudiese quedarle a EFE, y al que desde luego no aporta ni un gramo de capacidad de gestión empresarial, que es lo que de verdad necesita una agencia pública de noticias completamente arruinada desde hace años.
Pero es que ni la gestión ni las deudas le importan lo más mínimo a Pedro Sánchez, que lo único que quiere es tener en puestos clave de la estructura estatal a un ejército de serviles esbirros que sirvan a sus intereses personales, al coste que sea, sin disimular lo más mínimo y sin reparar en deudas, que al fin y al cabo las pagaremos los ciudadanos.
José Félix Tezanos es un buen ejemplo de este tipo de alto cargo, que salta del PSOE al puesto público para seguir sirviendo al partido sin ningún pudor, pero con nuestro dinero. Otro reseñable es Juan Manuel Serrano Quintana, que pasó de ser jefe de Gabinete de la Comisión Ejecutiva Federal de los socialistas a la presidencia de Correos, que desde entonces ha convertido en un inmenso sumidero de dinero público. La ministra fiscal general, los otros ministros en los tribunales o las embajadas más apetecibles, los cargos enchufados como letrados del Parlamento… la lista sigue y sigue: allí donde hay una empresa pública, una bicoca, o un puesto estratégico se puede encontrar a un socialista encaramado a una poltrona para la que, sin duda, no está suficientemente capacitado.
Pedro Sánchez llegó al poder prometiendo acabar con los corruptos y desde entonces ha institucionalizado una ocupación de las instituciones que puede que no sea ilegal, pero que es una forma de corrupción particularmente vil: poner lo que se supone que es de todos al servicio de una persona, él. Ese descrédito de todo lo que toca, esa degradación institucional implacable, supone un daño a la democracia mucho más grave que muchos de los tipos penales que llevan a políticos a la cárcel. Pero, como ya es más que obvio, la democracia no le importa lo más mínimo al presidente del Gobierno.
Por último, hay un aspecto de la cuestión que merece ser destacado: es cierto que el principal culpable de esta corrupción es Pedro Sánchez, que es el que tiene la capacidad de nombrar, pero esto no sería posible sin la complicidad de los nombrados. Todos aquellos que como Miguel Ángel Oliver aceptan puestos públicos desde los que saben que se limitarán a servir a su señor son también responsables de esta degradación institucional y de este deterioro democrático y deben ser señalados, marcados y despreciados por ello. Si han decidido que vale la pena arrastrar las instituciones públicas por el fango que su nombre quede también a la altura que merece: la del lodo.