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EDITORIAL

El retorno triunfal de Trump

La denigrada figura de Trump es muy preferible y menos antiliberal que la que representan actualmente el Partido Demócrata y su candidata.

Se atribuye a Dennis Conner, el patrón norteamericano del barco Stars and Stripes, la frase de que "hay algo mejor que ganar la Copa América. Y es ganarla, perderla y luego recuperarla". Pues bien, salvando las distancias, algo parecido podría decirse a sí mismo Donald Trump después de haber perdido la presidencia de los Estados Unidos hace cuatro años para recuperarla ahora con una victoria que se pronostica aún más holgada que aquella con la que alcanzó la presidencia en 2016. Frente a unas encuestas que pronosticaban un empate técnico, cuando no una ajustada victoria de la candidata demócrata, Kamala Harris, los republicanos no sólo controlarán la Casa Blanca, tras lograr además el voto popular, sino que además han recuperado el control del Senado y acarician el de la Cámara de Representantes, lo que se une a una mayoría conservadora en el Tribunal Supremo.

Este claro triunfo del excéntrico y políticamente incorrecto candidato republicano le dará luz verde y manos libres para proseguir sus reformas tras la decadente y mediocre gestión de su antecesor, Joe Biden. Gestión que su sucesora al frente del Partido demócrata, Kamala Harris, lejos de pretender enmendar parecía venir a agravar. Y es que, aunque no faltarán motivos de crítica a Trump, como no faltaron durante su primer mandato, lo cierto es que el giro a la izquierda del partido demócrata, su desatado intervencionismo, su voracidad recaudatoria, su servilismo a la "cultura woke" y a un ecologismo arcaico y empobrecedor y, en general, la despreocupación de la candidata Harris y las elites del partido demócrata hacia los problemas que afectan al ciudadano común, han sido percibidos, con razón, como una amenaza o un obstáculo mucho mayor para que EE UU recupere su grandeza de antaño.

Naturalmente nos inquieta que este triunfo debilite a la OTAN y a la defensa en Europa, a la que tan poco contribuimos los propios europeos. Evidentemente, el aislacionismo de Trump debe preocuparnos en relación a Ucrania y el expansionismo de Putin. Otro tanto se podría decir de su nacionalismo económico y recelo al libre comercio. Con todo, la figura de Trump, que es denigrada al extremo de la caricatura por la inmensa mayoría de los medios de comunicación, es muy preferible y menos antiliberal que la que representan actualmente el Partido Demócrata y su candidata. A la postre, no parece que haya dudas de que Trump vaya dar la batalla cultural a una izquierda que pretende dividir y enfrentar a la sociedad sustituyendo la lucha de clases por una especie de lucha de razas o de sexos y que hace del alarmismo medioambiental una bandera en contra del crecimiento económico y de la prosperidad de los ciudadanos. Trump, además, no sólo está decidido a reducir drásticamente la presión fiscal sino a hacerlo además acompañado de un programa de drástica reducción del gasto público y de eliminación de trabas burocráticas para la creación de riqueza.

A la prensa progresista, tanto como a la acomplejada prensa que no lo es pero que le compra su relato en política internacional, le habrá sorprendido esta clara victoria de su denostado candidato republicano tanto como tiempo atrás les sorprendieron las claras y reiteradas victorias de unos no menos vilipendiados Ronald Reagan o Margaret Thatcher. Pero está visto que una cosa son sus prejuicios ideológicos y otra muy distinta lo que los ciudadanos de a pie votan en las democracias más sólidas y con mayor solera del planeta.

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