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José T. Raga

¿Verificador o mediador?

¿Se nos puede decir qué parte, de las actuales, es la guerrilla –sustituyendo a las FARC– y cual ocupa el lugar del gobierno salvadoreño?

¿Se nos puede decir qué parte, de las actuales, es la guerrilla –sustituyendo a las FARC– y cual ocupa el lugar del gobierno salvadoreño?
Captura de televisión del secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, en el aeropuerto de Ginebra. | EFE

Supongo que alguien sabrá lo que es, yo mantengo mi duda. Si fuera verdad lo que nos han dicho, aunque por historia parece poco probable, no tenemos un verificador, como se rumoreaba, sino un mediador; aunque, puesto al trabajo, vuelve a identificarse como verificador.

La diferencia es sustancial. Si la opción fuera la de verificador, éste debería acudir a las reuniones, para conocer los acuerdos a los que llegaran las partes y verificar, a posteriori, que las medidas instrumentadas, se adecuaban a lo acordado.

En este tipo de escena, porque de una obra teatral se trata, el acuerdo sería resultado de la negociación entre las partes, siendo el verificador, un convidado de piedra, que daría fe, ante el pueblo expectante, de que lo acordado se concretaba en las medidas tomadas. Sólo quedaría una cuestión: ¿Quién verifica al verificador? Porque el mundo de la política –de la Realpolitik– y el de la diplomacia, al servicio de intereses nacionales, no abunda en acreedores a la fe notarial.

Si la opción fuese la de mediador, ésta sólo tiene cabida en una negociación entre partes, incapaces de llegar, por si mismas, a un acuerdo. En este caso, el mediador no sería un convidado, sino un protagonista, con voluntad, inteligencia y empeño, para encontrar una solución aceptable por ambas partes.

Ausente está, en ambas opciones, el pueblo español que, sin autorización expresa, tiene que sentirse representado por una parte, y el separatismo catalán que, análogamente, se verá representado por la otra.

Estamos hablando de dos partes en conflicto; una porque, desde el principio lo estaba –de hecho, su agravio y pretensión resultante, se remonta al Decreto de Nueva Planta–, y la otra, el gobierno de España, porque ha comprado, sin regatear, que entre Cataluña y España existe un conflicto histórico.

La situación es aún más grave, porque raya en lo esperpéntico. Sabemos la afición del presidente del gobierno y de sus ministros a mentir, y nosotros a aguantar. Así se abrogó la voz de España y de los españoles, para asegurar que, gracias a su política, en España habían desaparecido los conflictos, siendo la convivencia, el denominador común de la sociedad española.

Contrariamente a esta proclamación, el presidente se siente incapaz de hablar y llegar a acuerdos con Junts; o sea lo que todos hemos llamado siempre conflicto entre partes; por ello, requiere un mediador o un verificador.

No tengo el gusto de conocer al diplomático salvadoreño, don Francisco Galindo Vélez, pero se nos ha informado que medió entre su gobierno y las FARC para buscar solución al conflicto. Buen curriculum para el caso. Pero, ¿se nos puede decir qué parte, de las actuales, es la guerrilla –sustituyendo a las FARC– y cual ocupa el lugar del gobierno salvadoreño, de entonces?

Como ambas partes intervienen en plano de igualdad, un criterio de distinción es imprescindible, para identificar a cada parte; ello sin otro fin y sin valoración alguna.

Creo que, frente al secretismo del tema, negado por el triministro Bolaños, el pueblo necesita conocer estos pormenores, porque algo se está jugando y quizá mucho.

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