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Pablo Planas

Los jueces de Sánchez y Puigdemont

Gracias a Sánchez la judicialización de la política, que consiste en frenar a corruptos y golpistas, va a dar paso a la politización de la justicia.

Gracias a Sánchez la judicialización de la política, que consiste en frenar a corruptos y golpistas, va a dar paso a la politización de la justicia.
Pedro Sánchez, a su llegada al Consejo Europeo en Bruselas, Bélgica. | EFE/OLIVIER MATTHYS

El PSOE defiende la inaudita teoría de que ha logrado que Junts, el partido del prófugo Puigdemont, vuelva a la política, a "hacer política". Es cierto si por política se entiende tener impunidad, meter mano en la caja y pisotear a los contrarios o a quienes les ha tocado juzgar sus delitos de corrupción, rebelión, traición y contra los derechos y libertades de los demás. De modo que sí, que Junts ha vuelto a la política aunque en Junts no sepan en qué momento exactamente dejaron de hacer política al pegar un golpe de Estado en toda regla.

La singular teoría independentista de que no se debe judicializar la política es ahora el santo y seña del sanchismo, que se revela en toda su dimensión cuando insta a la Fiscalía a que sea ella quien actúe de oficio contra Santiago Abascal por sus declaraciones sobre el futuro de Pedro Sánchez. Los socialistas, tan pulcros ellos, no denuncian a Abascal en un juzgado. No se manchan las manos, sino que utilizan al Ministerio Público. Es una contradicción, pero en eso consiste el "arte de la política" de los socialistas y sus amigos independentistas.

He ahí, sin ir más lejos, a Míriam Nogueras, la nueva artista de la política en la escena nacional que se propone juzgar a los jueces Marchena, Llarena, Lamela, Lesmes y Espejel, entre muchos otros, todos los que hayan visto causas del "procés" o contra políticos catalanes por la razón que sea. Uno de los más preclaros compañeros de Nogueras, Josep Rius, abundaba este lunes en que si los jueces citados en las comisiones de investigación del Congreso se niegan a comparecer, deberán asumir las consecuencias penales de su acto de desobediencia. O sea que los separatistas que hicieron de la desobediencia divisa están dispuestos a inhabilitar a los magistrados que actúen siquiera remotamente como ellos. ¿Una contradicción? Como una catedral, pero es que en la política de Sánchez y sus colegas cuanto más grande sea la contradicción, mejor para ellos. No hay más que ver cómo surfea Sánchez sobre sus contradicciones y paradojas ahora en Pamplona.

Lo mismo ocurre con esa comisión del Parlamento Europeo que indaga sobre el terreno eso de la inmersión lingüística que impide a los niños cuya lengua materna es el español ser educados aunque sea unas pocas horas en su idioma. Ese separatismo que hizo de Europa la meca de la libertad y la razón en contra de la tiranía española dice ahora que Europa no tiene derecho a meter sus narices en cómo se adoctrina a los niños en Cataluña a pesar de los rigores de la antedicha tiranía carpetovetónica. Otra simpática contradicción de los peligrosos iluminados que pretenden enchironar a los jueces refractarios a la alta política de saltarse las leyes democráticas y robar a manos llenas en nombre de Cataluña.

De modo y efecto que gracias a Sánchez y sus socios la judicialización de la política, que consiste en frenar a corruptos y golpistas, va a dar paso a la politización de la justicia, que es convertir en jueces a los golpistas y a los corruptos.

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