
Han estado correctos, incluso brillantes, Feijóo y Abascal, en la sesión del día 20 de diciembre en el Congreso de los Diputados, contra el tirano de La Moncloa. Pero han dejando un reducido hueco entre ellos, un alevoso intersticio, que ocupara fácilmente el tirano contra esos dos partidos y, naturalmente, contra todos los ciudadanos, casi ya convertidos en esclavos de un Estado de Partidos que le da sustento retórico al dictador. Ese espacio es muy pequeño, casi mínimo, un encuentro entre él y Feijóo para el próximo viernes, pero lo aprovechará el dictador para seguir maltratando a la mayoría de los españoles, incluidos sus simpatizantes, militantes y toda esa escoria que se arrastra por un trozo de pan duro.
Los cientos de medios de comunicación, la mayoría de los periodistas y, en fin, toda esa gente que vive de repetir las mentiras del tirano saben bien que ese intersticio, casi un intervalo entre dos sonidos musicales, es una de las claves de explicación del mantenimiento de la tiranía. Es la misma distancia que alimenta el tirano con sus súbditos de Gobierno, o sea, con el personal que le entrega sus "votos" para formalizar o, dicho en castizo, vestir de democracia el muñeco de la tiranía. Sí, Sánchez cultiva con delectación y morosidad el intersticio entre Podemos y Sumar, la raquítica distancia entre el PNV y Bildu, la insignificante holgura entre Junts y ERC; y, naturalmente, es un consumado maestro en crear separaciones sutiles o groseras, discrepancias ridículas o acertadas, entre la derecha, el PP, y la ultraderecha, Vox. Ahí reside, sin duda alguna, el gran éxito de su tiranía. El cultivo de los mínimos disensos, que a veces se presenta como grandes, es el fundamento de la tiranía sanchista.
En otras palabras, él, el tirano, no es rehén de esos súbditos, porque maneja con eficacia, soltura y cinismo las desemejanzas mínimas entre ellos. Se diría que el tirano es el gran experto en intersticios. Cuando menos lo sospecha uno, ha introducido su daga en un intersticio entre dos vértebras de un consenso político. No se engañe nadie, pues, con simplezas del tipo: Puigdemont es el que mueve al polichinela Sánchez. No, hombre, eso ya no es real. No responde a la actual realidad política de la tiranía sanchista. Eso es confundir las causas con los efectos en el análisis de la "política" sanchista. Es menester, pues, repetir lo evidente: porque el tirano no tiene límites para su desmesura, todos dependen de él; Puigdemont, Otegi, el tío de ERC, los de Sumar y sus diecisiete partidillos, los de Podemos, en fin, toda esa faramalla antidemocrática que, supuestamente apoya a Sánchez, no son nada sin el tirano… Todos están pendientes de sus barbaras decisiones, de su salvaje voluntad, de su "banalidad del mal", sencillamente, porque entre ellos mismos jamás lograrían ponerse de acuerdo para arrebatarle el poder al tirano.
Sánchez ha logrado, y lo digo con pesar, algo inédito en la Europa de nuestro tiempo: que exista la misma distancia entre sus súbditos que entre ellos y él. Ha conseguido, sí, que los intersticios entre todos esos partidos, y naturalmente entre el PP y VOX, sean librados a la mutua sospecha cuando no al terror del tirano.
