
Es de sobra conocido el concepto marxista de la lucha de clases como clave de lectura de la historia y paradigma fundamental del avance progresista en el materialismo histórico. Un poco menos divulgado – aunque sí lo es en Italia y en ambientes más políticos o académicos-, la adaptación que, de esta lucha, hizo el filósofo marxista Antonio Gramsci para las sociedades de la entonces llamada Europa occidental. Predominando en ellas una amplia clase media, éste se dio cuenta de que resultaría mucho más difícil encajar una oposición frontal entre proletarios y capitalistas, ricos y pobres, que justificara tales planteamientos revolucionarios. Por lo mismo, aplicó la lucha de clases a otros ámbitos ideológicos que terminó por denominar la hegemonía o batalla cultural, y derivó en la propuesta del eurocomunismo, sustituyendo al "patrón" del Capital por el así denominado "fascista". Hoy la podemos ver reflejada en diversos ámbitos y temas culturales. Como, por ejemplo, en le enfrentamiento dialéctico, y muchas veces exagerado, creado entre la mujer contra el hombre; entre las fuerzas centrípetas de los que buscan la unidad del país contra quienes alimentan los nacionalismos regionales; entre los promotores de la cultura de la muerte frente a quienes están a favor de la vida…
Después de un periodo convulso y prolongado de varios años de guerra y dictadura, los españoles logramos en el año 1978 llegar a un gran acuerdo y paz social, plasmado en la redacción y aprobación por referéndum de la vigente Constitución Española. Gracias a este ordenamiento jurídico, siempre mejorable, se alcanzó un periodo de reconciliación y de convivencia que nos ha permitido vivir en un régimen de estabilidad y de democracia más o menos aceptable. Sabemos que toda organización es perfectible y es muy legítimo buscar su mejoramiento en el juego político y el devenir de cada día. Pero algunos gobernantes actuales – empezando por quienes no se cansan de violar la división de poderes propia de toda democracia – nos recuerdan más a esos adolescentes que, a lo largo de una partida, van cambiando mañosamente las reglas del juego a su favor. Y cuando no logran colar sus trampas, entonces provocan una pelea. Y encima, echan la culpa a los demás por haber empezado la disputa.
Resulta muy penoso y arrogante ver cómo alguien con pretensiones de representar a todos los habitantes de una nación, o a un organismo internacional como la Comunidad Económica Europea, al mismo tiempo se dedica a hacer campaña política sucia y promueve el enfrentamiento entre los ciudadanos, toma partido arbitrariamente por un bando y descalifica a los demás, levantando muros entre ellos. A mí me parece otra forma bastante burda de continuar esa lucha de clases, que ha promovido el comunismo desde que nació, y ha provocado más de cien millones de muertos en su negra historia. Quien pretende dar lecciones de terrorismo a Israel, de nazismo a los alemanes, de engaño y manipulación política hasta lograr los propios intereses, nos recuerda más bien a un precursor de esa lucha de clases, el Príncipe de Maquiavelo, que campea a sus anchas en la vida política con su estandarte del fin justifica los medios.
Cada día me parece más evidente que nuestro panorama político actual ya no se rige por el desfasado esquema de derecha-izquierda, conservador-progresista, sino más bien de revolucionarios y contrarrevolucionarios. Es más, es una lucha que "pertenece -como decía Pascal- a otro orden que supera, en profundidad y altura a todos los demás". Ahora hablamos de los que buscan la paz y los que desean el enfrentamiento, de quienes propician vientos para esparcir las semillas del trigo o de la cizaña. Esto sólo puede ocultarse a quien no quiere ver el ataque y menoscabo de todas instituciones o símbolos que evocan la unidad de nuestra nación: la lengua, la bandera, la religión, las fuerzas del orden y hasta la justicia y la misma monarquía. Pero lo que raya con el cinismo es además echarle la culpa a los agraviados cuando esto se evidencia.
Así las gastan los mismo que nos trajeron vientos boreales del anarquismo bolchevique y ahora advierten que no pararán su guerra hasta que "obtengamos la paz por la fuerza".
