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Pablo Planas

El año Puigdemont y la pertinaz sequía

La Generalidad puede ser la primera administración del mundo desarrollado incapaz de garantizar el normal funcionamiento de los grifos de agua.

La Generalidad puede ser la primera administración  del mundo desarrollado incapaz de garantizar el normal funcionamiento de los grifos de agua.
Pere Aragonès, en una imagen reciente. | EFE/Quique García

La Generalidad catalana que come aparte cuando se trata de negociar la financiación autonómica y exige una relación bilateral con el Estado, esa Generalidad cuyos presidentes y altos cargos no asisten a las cumbres autonómicas porque no quieren que les confundan con Murcia o La Rioja, esa misma Generalidad es la que ahora apela seriamente a la "solidaridad territorial" para abordar la pertinaz sequía. Fue el consejero de "Acción Climática", el republicano David Mascort, quien lanzó días atrás el grito de alarma acompañado de ese globo sonda sobre repartir entre todos el agua que les sobra a unos (españoles de segunda) y le falta a Cataluña, donde gobiernan los que son españoles sólo para lo que les conviene.

Si no se produce en pocas semanas un episodio significativo de lluvias, la administración autonómica deberá recurrir a medidas excepcionales, tanto en restricciones de uso doméstico (los industriales y agrícolas ya sufren desde hace meses recortes) como en abastecimiento externo de agua. Durante estos largos años de "procés" no se han acometido infraestructuras de ningún tipo en relación al agua. Ni desalinizadoras, ni embalses, ni mantenimiento. No se han ejecutado las obras de mejora previstas en un sistema de transporte y distribución que es un coladero por el que se pierden cada segundo millones de litros y a ningún gobierno catalán le ha importado un comino la gestión de ese bien escasísimo. Ni Mas, ni Puigdemont, ni Torra, ni Aragonès se ocuparon del caso más allá de proclamar que la república independiente permitiría luchar contra la emergencia climática, el calentamiento global y la eco-ansiedad juvenil sin palos españoles en las ruedas. Pero hacer, lo que se dice hacer, no hicieron absolutamente nada ocupados en planear jugadas maestras, montar referéndums, pegar golpes de Estado, asaltar aeropuertos, acosar a los jueces, ponerse lazos amarillos y amenazar a las familias del 25% de español en las escuelas que no cumplen ni cumplirán.

Ahora, con la amenaza de restricciones de agua para más de seis millones de ciudadanos de Cataluña, se activan todas las alarmas. Y es que la Generalidad puede ser la primera administración en España y en el resto del mundo desarrollado incapaz de garantizar el normal funcionamiento de los grifos de sus administrados. Todo un logro si se tiene en cuenta que los dirigentes independentistas se miraban en el espejo de Dinamarca, no en el de Burundi, el país más pobre del mundo.

En ese contexto, llama la atención la primera medida propuesta por Aragonès: una mesa de partidos. La versión moderna de sacar una Virgen a paseo para pedir a Dios que llueva. La diferencia, sin embargo, es que las rogativas a veces funcionan, pero una mesa de partidos, nunca. Y menos en Cataluña, donde las mesas de partidos son causa de todas las catástrofes posibles y especialmente de los momentos más deplorables del "procés".

En cuanto a 2024, se espera que sea el año del regreso triunfal de Puigdemont, aunque tratándose de Cataluña no se puede descartar ningún giro de guión que empequeñezca la vuelta del prófugo en loor de multitud. El presunto que se fugó en un maletero, el "molt honorable" que tal vez regrese en el Falcon de Sánchez. Pero, ojo, con escolta en el viaje de ida y en el de vuelta, siempre con escolta. Y mientras salga agua del grifo, se da por descontado que habrá elecciones en noviembre y toda clase de noticias sobre la amnistía, las naves en llamas más allá de Orión y los rayos-C en la Puerta de Tannhäuser. Lo típico.

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