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Mikel Buesa

La persistente espiral de radicalización en el ámbito vasco-navarro

Es lo que queda de una ETA idealizada que la que legitima ahora a los partidos y movimientos que recogieron el testigo de su programa político.

Es lo que queda de una ETA idealizada que la que legitima ahora a los partidos y movimientos que recogieron el testigo de su programa político.
Homenaje a un etarra en Hernani. | Twitter

Covite, la asociación de víctimas del terrorismo en el País Vasco, acaba de publicar los resultados de su Observatorio de la Radicalización, referidos a 2023. Se señala en ellos que, en ese año, tuvieron lugar 458 actos públicos de apoyo a ETA, más de uno por día, en Euskadi y Navarra, de los que los más abundantes fueron las manifestaciones en las que se exigió la excarcelación de los presos etarras —una cada dos días— y las pintadas y pancartas de ensalzamiento de la banda terrorista —con una frecuencia ligeramente más baja—. Hubo también unos cuantos homenajes a militantes de ETA muertos —uno por semana—, fiestas convocadas para enaltecer a ETA —una cada dos semanas— y otros eventos menos numerosos de similar naturaleza.

Aunque la presidenta de Covite considera que este tipo de actos constituyen una forma de "legitimación pública de ETA", creo que su valoración debiera ser justamente la inversa: es lo que queda de una ETA idealizada que, según dicen, luchó por el pueblo vasco, la que legitima ahora a los partidos y movimientos que, tras el cese de la violencia terrorista, recogieron el testigo de su programa político. A quien no lo tenga claro, le bastaría con volver a leer el comunicado que emitieron los siete exetarras que retiraron sus candidaturas en las listas de Bildu presentadas a las últimas elecciones municipales. "No está en nuestro ánimo ocultar el pasado —decían— y creemos necesarios los ejercicios de memoria sinceros, constructivos y completos. No queremos un futuro sin pasado, pero tampoco podemos dar por buena la actuación de aquellos sectores reaccionarios que quieren condenar a nuestro país a un pasado sin futuro" (las cursivas son mías). Claro y en botella: no es Bildu la que legitima a ETA, sino a la inversa.

Por cierto, es necesario matizar que Bildu —y Sortu, su principal partido de soporte— no es el único receptor de esa legitimación que llega desde ETA o desde su memoria, sino que hay otras organizaciones que compiten en el mercado abertzale, entre las que destacan las ahora agrupadas en Gazte Koordinadora Sozialista (GSK), que han tenido un notable éxito en la movilización de la juventud nacionalista más radical, especialmente en las universidades, y que se oponen a lo que consideran como entreguismo de Otegi, a la vez que reivindican el retorno al terrorismo.

Cabe preguntarse de dónde viene esta conexión entre el pasado terrorista y la pugna política actual. Creo que la respuesta la podemos encontrar en una reciente investigación que hemos realizado Thomas Baumert y yo indagando sobre la relación entre los resultados de la campaña de ETA y los movimientos de la opinión pública favorables a ella (véase aquí). Teniendo en cuenta una serie temporal que cubre las tres últimas décadas de aquella campaña, encontramos que se había configurado una espiral de radicalización a partir de la interacción entre las muertes ocasionadas en atentados terroristas y el nivel de la adhesión política a la organización armada, de tal manera que un aumento (o disminución) del uno por ciento en los asesinatos de ETA suscitaba un incremento (o decremento) contemporáneo de 0,25 puntos en dicha adhesión, y de un 1,2 por ciento en el año siguiente. Y a su vez, por cada punto porcentual de variación en el apoyo a ETA se generaba un cambio de entre el 1,5 y el 2 por ciento, en igual sentido, del número de víctimas mortales durante los dos años siguientes, respectivamente.

Dicho de otra manera, el ejercicio de la violencia en el ámbito vasco-navarro constituyó un motor de radicalización de la opinión pública que alimentó el proyecto político de la organización terrorista. Esto mismo es lo que observamos ahora: la realización de acciones de violencia simbólica —no otra cosa son los actos de apoyo y exaltación de ETA— tienen un premio en forma de consentimiento hacia el proyecto independentista que heredaron de la organización terrorista la izquierda bildutarra y sus competidores en el mundo abertzale. En el caso de Sortu-Bildu, además, a ese prestigio que se sustenta sobre una opinión pública favorable, se le añade una ampliación de la adhesión política hacia los estratos más moderados del abertzalismo, propiciada por la aceptación de sus posiciones —incluso en el terreno de la gobernación de las instituciones— por parte del partido socialista y la amalgama de formaciones comunistas asociadas con él, principalmente a través de Sumar.

En resumen, existe una espiral persistente de radicalización en el País Vasco y Navarra, alimentada por la evocación del discurso de ETA y la exaltación de los recursos humanos residuales de esta organización que aún se encuentran encarcelados. El culto al gudari-etarra es un elemento esencial del ascenso hacia el poder del partido heredero de ella. Por eso mismo, incluso si los presos de ETA que aún cumplen condena fueran excarcelados, no cabe esperar un retroceso significativo de los actos de exaltación de su fabulada epopeya, de los que Covite lleva un valioso inventario.

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