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El anticapitalista Puigdemont

Su Cataluña soñada se parecería a la Suiza de Heidi y su abuelito, el de la casita en montaña, no a la de los grandes bancos globales. Lo de esa gentuza es la Edad Media.

Su Cataluña soñada se parecería a la Suiza de Heidi y su abuelito, el de la casita en montaña, no a la de los grandes bancos globales. Lo de esa gentuza es la Edad Media.
El expresidente de la Generalitat y eurodiputado de Junts, Carles Puigdemont. | Europa Press

Supongo que en el Consejo de Ministros de Corea del Norte se sentirán completamente desbordados por la izquierda cuando les llegue la noticia de que, dentro de las fronteras terrestres de la Unión Europea, existe un pequeño cotolengo bañado por el Mediterráneo que exige imponer severas multas dinerarias a las empresas locales que incurran en la insolente osadía de trasladar su sede social allí donde les dé la gana a sus legítimos propietarios. Aunque, cuidado, a lo mejor no queda ahí la cosa. Yo tengo previsto viajar la semana próxima a Barcelona. Y no descarto encontrarme en el buzón con una multa de esos cafres por haberme tomado la libertad en su día de partir a vivir a otro sitio sin antes pedir el preceptivo permiso a la Generalitat.

En cualquier caso, lo de Puigdemont, eso de exigir a Sánchez que les metan un buen puro a Caixabank y al Sabadell si no vuelven al redil del País Petit con el rabo entre las piernas, está muy bien. Porque va a servir para desmentir de una vez la leyenda de la derecha catalana y la burguesía ídem. Y es que Ubú, a fin de cuentas, era un banquero; todo lo místico, iluminado, chorro y mangante que se quiera, pero banquero al cabo. Y Artur Mas tampoco dejaba de encarnar al último mohicano de una compañía familiar en quiebra dedicada durante décadas a la fabricación de ascensores urbanos y montacargas industriales.

De ambos se podría decir, pues, que guardaban cierto vínculo personal con aquella mítica y mitificada burguesía catalana que murió junto con Franco, al pasar también a mejor vida el proteccionismo. Pero es que este, Puigdemont, viene de servir roscones los domingos por la mañana en el mostrador de la pastelería familiar de su pueblo. Puigdemont, como Junts per Catalunya, es carlismo asilvestrado, ruralizante, decimonónico y anticapitalista en estado químicamente puro. No entender su anticapitalismo intuitivo es no entenderlos. Porque su Cataluña soñada se parecería a la Suiza de Heidi y su abuelito, el de la casita en montaña, no a la de los grandes bancos globales. Desengáñense, lo de esa gentuza es la Edad Media.

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