
¿Qué les pasa a unos partidos políticos de orígenes supuestamente empapados de los derechos del hombre y del ciudadano, horneados oficialmente por la filosofía alemana y cocidos en las berzas de la economía clásica reinterpretada por el rabínico Marx –oh, el reino; oh, el mesías; oh, el nuevo hombre-Yahvé– cuando la razón en la que han tratado de cimentar su edificio ideológico pasa a ser una pantomima o una burla macabra por lo ridícula y vulgar? Sí, sí, me refiero especialmente a los socialistas y a los comunistas pero también lo percibo en las organizaciones que se dicen liberales y/o conservadoras.
Uno se espera que entre la carne de cañón de estos partidos, esas personas que aceptan tales ideas por su educación religiosa cristiana (ah, los pobres) y su transposición a una Causa Superior (el social-comunismo no es otra cosa que cristianismo laico, diría Nietzsche), la razón apenas tenga presencia y trascendencia. Son los que algunos llamaban en la clandestinidad los "bultitos", una multitud que necesita ser dirigida, mandada y espoleada por unas cuantas ideas cuanto más simples y absurdas mejor.
El arte de la política en todos los partidos, incluso los seudo liberales contaminados por el tiránico proceder organizativo del leninismo –no hay muchas diferencia entre los modos de dirigir del PSOE, de Podemos, del PP y de Vox, pongamos por caso, respecto a afiliados y simpatizantes—, nunca ha consistido en escuchar, en tener en cuenta las visiones y emociones de la base ni en respetar la dignidad de cada uno de sus componentes.
Aunque es precisamente tal dignidad, no el saber ni el origen, de personas ciudadanas de una nación lo que justifica la democracia, en realidad este régimen inicialmente gestado para uso de libertades, derechos y deberes ha devenido en multitud de bultitos, sujetos desposeídos de todo poder de decisión maquiavélicamente conducidos por instrucciones, consignas, argumentarios y tácticas de la superioridad. Únicamente importa el número final de sus votos en unas elecciones tras las cuales tales votos dejan de tener relevancia alguna y se hunden en el anonimato y el desprecio. El retroceso de la democracia tiene sentido en esta usurpación.
Si hablo de esto es porque cuando se retoza durante algunos ratos en ese laberinto de verdades y mentiras en que están siendo convertidas las redes sociales, se encuentra uno con perlas deslumbrantes. A la salida de un mitin del PSOE en una ciudad española, un intrépido reportero de los que dicen ir por libre pregunta a una pareja de socialistas qué les parece la amnistía para los golpistas catalanes. Respondieron al unísono: "Muy bien, muy bien". Cuando el periodista les recuerda que hace sólo unos días se decía que no era constitucional, la mujer se anticipa a su pareja y suelta: "Sí, pero eso era antes". Ahora, ya no.
En otro evento, se preguntaba a otros afiliados socialistas por eso de beneficiar, acercar, dejar salir e incluso, ya veremos, amnistiar a asesinos de ETA. En este caso, otra señora de la base socialista decía que eso es lo que había que hacer porque, ¿qué hacen en las cárceles? Hala, fuera, que no cuesten nada al Estado y que trabajen. Tras respuestas como esa se ve el magisterio degradante del helador de sangre española que es Pachi López, banalizando todo lo que pudo el mal causado a centenares de miles de familias en el País Vasco, Cataluña y el resto de España.
Entonces es cuando puede comprenderse que si los viejos partidos de la izquierda, y la derecha amoldable (muchos "bultitos" asimismo de ella tienen más emociones y obediencias que razones), ya tienen sus bases en este punto es porque la verdad ha dejado de importar, la realidad ha dejado de interesar y la racionalidad ha dejado de iluminar. Ya no estamos en presencia de la razón, sino de una suerte de teología barata elaborada con disciplina e insistencia para que sus "masas" (en realidad no hay masas sino personas individuales) no justifiquen sus votos sino que se metamorfoseen en devotos.
La primera de las consecuencias de esta farsa democrática, que ya se vivió con una crueldad feroz en la España de la II República y la Guerra Civil, es que quien cree en otro catecismo es un enemigo al que, al no haber argumentos racionales o pruebas empíricas que oponerle, se le concede el honor del odio eterno, sea lo que sea, ocurra lo que ocurra, pase lo que pase y digan los hechos lo que digan.
La segunda es que la estupidez, entendida como arte de hacer daño a todos incluso a uno mismo se extiende por las minorías manipuladoras que, al haber apagado toda inteligencia, todo respeto por lo real y por lo racional a su alrededor, sólo pueden comprar las voluntades necesarias no mediante raciocinios sino mediante paguitas que no aseguran fidelidad alguna. ¿A qué va a ser fiel el que está educado en ser comprado antes que en ser convencido?
Mi conclusión provisional es que los partidos están degenerando en iglesias, mejor en parroquias, castas, capillas, tribus, donde la instrucción y la educación están ausentes por innecesarias y la capacidad crítica de contrastar lo que se piensa con lo que ocurre, es sencillamente despreciable o perseguible. No encuentro otra explicación a esta aborregada negación de los hechos que se observa en la izquierda, aunque no sólo en ella. Cuando gente como Pedro Sánchez o Yolanda Diaz mandan en un gobierno es que la autodestrucción de España, incluidos todos en ella, galopa atizada por tiranos, bandidos y golpistas y animada por millones de gentes buenas que ya no saben ni donde queda el Norte ni tienen quién se lo señale.
