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Cristina Losada

Sánchez tendrá que amnistiar la injerencia de Putin

Las pruebas se acumulan y, lo que es peor, hay lugares del mundo donde las injerencias rusas no se toman a broma.

Las pruebas se acumulan y, lo que es peor, hay lugares del mundo donde las injerencias rusas no se toman a broma.
El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez. | EFE

Los socialistas están furiosos con los jueces. Esos tipos no les dejan amnistiar en paz a los golpistas. Maldicen sobre todo a uno, el del caso Tsunami, que está dando mucha lata con su instrucción. Erre que erre, sigue con el asunto sin ninguna consideración hacia los propósitos del Ejecutivo, propósitos nobilísimos —la convivencia y todo eso—, como si se hubiera propuesto echarlos por tierra y provocar alguna desgracia. Pero ¿quién se ha creído que es? En Ferraz dicen que cuando el legislativo mueve ficha —se refieren a ellos mismos, a sus socios y a los dueños de siete decisivos votos, que casualmente son los beneficiarios de la amnistía—, el juez también mueve ficha. Después de estudiar el ir y venir de las fichas, los furiosos socialistas han concluido que los tiempos del juez están "empíricamente alineados" con los tiempos que ellos mismos marcan y ordenan. Qué bonito que ahora se pongan empíricos. Tras la cita (falsa) de Aristóteles del presidente del Gobierno, lo siguiente es citar (falsamente) a Locke o al obispo Berkeley.

La terrible desobediencia a los planes del Ejecutivo que practica, contumaz, el instructor del caso Tsunami no va a ser, sin embargo, la mayor de las preocupaciones de los Pepe Gotera y Otilio de la amnistía. Hay otro caso que está tomando cuerpo y que les resultará mucho más difícil de gestionar a los impacientes fontaneros monclovitas. Es un asunto sobre el que existe una instrucción judicial en España, pero que tiene recorrido más allá. Interesa especialmente en la Unión Europea —hay un comité dedicado a investigarlo— y en los Estados Unidos. La injerencia judicial que denuncian con rabia los socialistas es el menor de sus problemas al lado del que plantea la injerencia rusa en España para respaldar al separatismo. Por eso hablan demasiado de la primera injerencia y callan todo lo que pueden sobre la segunda.

Para su consternación, no dejan de aparecer investigaciones periodísticas sobre los contactos que tuvieron figuras del entorno más cercano de Puigdemont con enviados de Putin, en concordancia con la instrucción del caso Voloh. O aparecen noticias sobre simpáticas eurodiputadas letonas que se manifestaban contra España junto a los separatistas en Bruselas, porque se descubre que eran agentes rusas. Los irritables fontaneros pueden hacer ver que los tratos del "pastelero loco" de Gerona con emisarios del Kremlin son una fantasía de gente que lee demasiada novela de espías, pero las pruebas se acumulan y, lo que es peor para ellos, hay lugares del mundo donde las injerencias rusas no se toman a broma. Si un Gobierno opta por cerrar los ojos ante estos hechos, queda expuesto como un cómplice: sólo un cómplice consiente una injerencia para hurtarle parte de su territorio.

La complicidad del Gobierno con los separatistas lo deja alineado —empíricamente alineado— con los socios rusos de los separatistas. Y no, no hay aquí ninguna otra fantasía que la que impulsó al separatismo a buscar compinches por el mundo adelante. ¿Cómo no iba a aprovechar Putin esa ganga? Ahora llega el momento esperado, el momento de Sánchez: hay que amnistiar la injerencia.

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