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Savater, antes de que todo sea olvido

Siempre supuso que el compromiso estaba al alcance de cualquier ciudadano. Aunque con los años y las decepciones sanchistas ha debido admitir en 'Carne gobernada' la escasa épica de la mayoría.

Siempre supuso que el compromiso estaba al alcance de cualquier ciudadano. Aunque con los años y las decepciones sanchistas ha debido admitir en 'Carne gobernada' la escasa épica de la mayoría.
Fernando Savater. | David Alonso Rincón

De tanto querer emular a los héroes de sus lecturas infantiles, el sabio ha llegado a viejo a fuerza de protagonizarlas todas como luchador cívico y agitador de conciencias. A su pesar. Siempre supuso que tal compromiso estaba al alcance de cualquier ciudadano. Aunque con los años y las decepciones sanchistas ha debido admitir en Carne gobernada la escasa épica de la mayoría. De hecho, alguna coz da en sus páginas a esas buenas gentes "progresistas", que ante la llamada a rebato de "que viene la derecha", votan al farsante con el entusiasmo bobo de las sectas. Nada nuevo, Ortega y Gasset ya les había dado identidad hace un siglo en La rebelión de las masas. La condición humana. Y sus circunstancias atolondradas.

No esperen del libro, que le ha costado el despido de El País, una teoría sistemática sobre lo que fuere. Sólo es un recreo que se permite el hombre abatido por el amor y la estupidez colectiva, que no quiere ni puede embridar al librepensador libertino que lleva dentro. Como todo lo que ha realizado en su vida. De hecho, los avatares de su vida íntima, de su perplejidad ante la muerte, de sus lecturas preferidas, viajes y placeres, de su amor vital con Sara y de algún que otro entretenimiento hípico o etílico parecen constituir para él lo más digno de ser mostrado de cuanto relata en el libro. A vuelapluma. O quizás de catarsis ante la muerte perezosa, que amenaza pero no da.

No son, sin embargo, esas intimidades las que han levantado la polvareda tras su despido de El País, sino sus andanadas políticas contra las nuevas formas de cancelación y su batalla cultural contra la prostitución del periodismo y su connivencia con el poder. La parte más dura y merecida se la lleva El País y el sanchismo. Por idéntica causa, sus alianzas con la izquierda reaccionaria y el separatismo étnico. A costa de la igualdad y la libertad. Dos navajadas con alevosía contra la nación cívica y su unidad, imprescindibles para garantizar una sociedad de libres e iguales.

Lo curioso es que tales andanadas parecen incursiones menores, aparentemente abandonadas entre recreos íntimos por un escritor despistado o un poeta cívico con ganas de molestar a los miserables que nos gobiernan o nos relatan lo gobernado. De todas ellas, sólo haré mención a las dos que han cuestionado de forma más tontuna su "progresismo". ¡Válgame Dios!, aún no se han percatado de lo que Félix de Azúa ya escribiera en 2001 en las propias páginas de El País, a propósito de un choque frontal entre el Savonarola Eduardo Haro Tecglen y el librepensador Fernando Savater, a cuenta del nacionalismo y el constitucionalismo en el País Vasco: "En la vida pública de Savater ha primado siempre el compromiso ético al compromiso político". La polémica deja clara la diferencia entre quien piensa en función de los contextos vitales y quien lo hace atrapado en los dogmas ideológicos. 23 años después, aquel certero Félix de Azúa ha renunciado a su columna de El País para solidarizarse con su amigo Savater. Honestidad intelectual e integridad política. Esa cosa tan corriente hoy día en el Congreso de los Diputados y la profesión periodística.

A lo que iba. Primera perla a propósito de ese anatema tan utilizado entre las gentes de izquierdas contra cualquier desviación del dogma, aunque el dogma niegue lo que afirma supuestamente "su progresismo": "Me curé de esa enfermedad teológica que nos obligaba a algunos a seguir diciendo que éramos de la izquierda ‘verdadera’ aunque estuviéramos en contra de todo lo que la izquierda existente afirmaba y defendía".

Hay todavía miles de españoles secuestrados por ese postureo de izquierdas que tan bien representan actores, actrices e intelectuales. Viven como seres de luz, pero predican como apóstoles zarrapastrosos. Parece como si la mera pertenencia a la izquierda purificase a sus miembros de toda culpa. La causa: "una mirada sesgada que ha establecido la norma de juzgar a la izquierda por sus intenciones y a la derecha por sus resultados". Y como un niño travieso exclama: "¡Ah, qué alivio comprender por fin que no tenemos obligación de ser cristianos para ir al cielo ni de ser de izquierdas para ser personas decentes, compasivas y solidarias!". El Savater de siempre ejerciendo de agitador de conciencias atormentadas por todo tipo de síndromes de Estocolmo. Y los de la fachosfera mirando al dedo.

La segunda andanada viene a propósito de la muerte de su amada Pelo Cohete con la que vivió el amor romántico del que nunca se restablecerá. Revés que no ha frenado su instinto detector de "bobas incurables" que consideran al amor romántico como una trampa heterosexual de la que hay que liberarse, cuando es él, precisamente, "la versión institucional de la liberación feminista…".

En estos lances, nuestro libertino, eternamente enamorado, es el Savater más comprometido contra los aquelarres de turno para agraviar aún más a la mojigatería laica de nuestras ministras y ministros del "solo sí es sí": "No hay nada más desolador para quienes no nos conformamos con que la mujer diga sí y queremos que antes haya dicho: ‘ven’". "Ahora lo que prevalece bajo apodo de feminismo es el erotismo más anticuado y reaccionario que pueda imaginarse, inventado por mujeres que consideran a todos los hombres que las desean como violadores a los que hay que domesticar. No solo tienen una imaginación lesbiana, sino morbosamente antimasculina. De hecho, para alguna ideología feminista todo coito encierra violencia sexual". Fernando Savater en estado puro, el que disfruta más con que lo deseen, que con la mojigatería: "Nada me repele más que las pudibundas o las vírgenes vocacionales". Bueno, Fernando, no hay nada que no lo alivie un whisky.

CODA: Para calibrar las andanadas del viejo hedonista racional sobre estos riscos, acérquense al libro, no fuere a serles útil, como estiliza mi querido amigo, el poeta Aarón García Peña.

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