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Pericles y Sánchez, vidas paralelas

A diferencia de Pericles, Pedro Sánchez ni sabe, ni es capaz de hablar con verdad, ni está consagrado al interés del Estado.

A diferencia de Pericles, Pedro Sánchez ni sabe, ni es capaz de hablar con verdad, ni está consagrado al interés del Estado.
Pedro Sánchez. | Europa Press

En el año 430 a. C. Atenas se ve asolada por la peste. No corren buenos tiempos para Pericles, al que dan la espalda los que antes le habían elevado al poder. Sin su conocimiento envían embajadores a los lacedemonios para firmar la paz aunque sea deshonrosa. Pero Pericles ni se amilana ni halaga a sus conciudadanos, al revés, les reprocha en nombre de la verdad. Esta es la diferencia entre un estadista y un demagogo, entre un político de verdad y un chiquilicuatre del poder. En un famoso discurso, que recoge Tucídides en el capítulo 60 del libro II de la Historia de la guerra del Peloponeso, Pericles reivindica su liderazgo en distinguir el interés público, respetar la verdad, estar consagrado a la ciudad y ser inmune a la corrupción. A partir de su muerte, en el 429 a. C., Atenas nunca volvería a encontrar el equilibrio entre democracia y decir veraz. Para Pericles tres eran las condiciones necesarias de la democracia: discernir el interés público, hacerlo ver con claridad a los ciudadanos y ser inmune a la corrupción.

De la Atenas del siglo V a. C. a la España del siglo XXI, de Pericles a Pedro Sánchez

El 6 de noviembre de 2019 el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, publicó un tuit que decía que "nadie está por encima de la ley. Puigdemont es un prófugo de la Justicia. La Fiscalía cuenta con el respaldo del Gobierno en la defensa de la Ley y del interés general". Hay una verdad indiscutible que sigue siéndolo del enunciado de Sánchez: Puigdemont es un prófugo de la Justicia. Sin embargo, en el resto de su alocución, Sánchez ha pasado de ser un defensor del Estado de Derecho a privatizar el interés general. Por un puñado de votos que le asegure el cargo, Sánchez ha puesto la Ley y la Nación a los pies del golpista de facto y acusado también de terrorismo, aunque será amnistiado por quien también afirmó "Trabajaremos para que el sistema judicial español, con todas sus garantías, pueda juzgarlo con imparcialidad". La casta extractiva y corrupta amnistiando a la banda golpista y malversadora. Pedro Sánchez, al revés que Pericles, ha firmado la claudicación precisamente porque, aunque deshonrosa, significa la privatización en su favor del interés general.

Por supuesto, Pedro Sánchez no pensaba de verdad lo que tuiteaba, de igual modo que ahora no cree de verdad en la amnistía con la que está protegiendo su sueldo de cien mil euros anuales, y las prebendas nepotistas de familiares y militantes, a cambio de soltar a unos delincuentes populistas, guerracivilistas y antiliberales. Pero es que Sánchez no cree de verdad en la verdad. Utilitarista, pragmático y cínico, diría a lo Lenin: "¿Verdad, para qué?". El líder socialista es incompatible con la veracidad, la honestidad, la vergüenza, la honradez, la decencia, el honor, el decoro, el coraje, la ética y, lo que es más grave en un político, el interés general. Ha encontrado en Puigdemont el más firme aliado. Este en su lucha contra todo lo español, del imperio de la ley al idioma común entre todos los españoles, y el presidente en su apología de sí mismo en toda circunstancia y caiga quien caiga. Aunque tenga que humillar del Rey al último ciudadano, reconvertido ahora en súbdito de la arbitrariedad del poder que se autoamnistía.

A diferencia de Pericles, Pedro Sánchez ni sabe, ni es capaz de hablar con verdad, ni está consagrado al interés del Estado. No solo no ha evitado la corrupción en su gobierno, sino que la ha alentado indultando delitos de malversación. Si a eso unimos que ha consagrado junto a los medios de izquierda un clima de amenaza contra la libertad de expresión, llegamos a un estado de democracia lamentable, donde aparentemente se cumplen los requisitos todavía de un Estado de derecho liberal, pero en los que se vulneran sistemáticamente los principios de la democracia que llevó a su máxima expresión Pericles. En su lugar tenemos un simulacro de gobierno del pueblo, una pálida y confusa realidad política en la que los criminales hacen las leyes, jueces prevaricadores llevan a cabo su venganza contra la Justicia y políticos mediocres hacen de la adulación al populacho y la demagogia respecto a los peores instintos el sello distintivo del gobierno de los peores.

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