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Las bravatas de Sánchez

El Gobierno está desesperado y ha lanzado una brutal batalla para acabar con la Oposición.

El Gobierno está desesperado y ha lanzado una brutal batalla para acabar con la Oposición.
Pedro Sánchez, María Jesús Montero y Félix Bolaños. | EFE

La sesión de ayer del Congreso de los Diputados fue más violenta y crispada que las anteriores. El Gobierno está desesperado y ha lanzado una brutal batalla para acabar con la Oposición. Imposible. El poder razonador de la Oposición, en el Congreso y en el Senado, es muy superior al del Gobierno. Detrás de la fachada y fachosa verborrea sanchista, hay poca cosa. Aguanta no tanto por exigencias de sus jefes separatistas sino para defenderse de lo que se le viene encima. La Justicia se lo hará pasar mal. Por lo tanto, no le que otra que embarrar la sede de la soberanía nacional. Se trata de una vulgar operación de distracción de masas. Fracasará. De hecho, ya ha fracasado. Las bravatas y chulerías de Sánchez en el Congreso de los Diputados sólo tratan de ocultar su extrema debilidad política. Democrática.

Pero ha conseguido todo lo contrario. Sus destrabados e injuriosos ataques a Díaz Ayuso y sus amenazas a Núñez Feijóo muestran sus principales costuras al mundo civilizado, a saber: Sánchez carece de legitimidad política, porque perdió las elecciones generales y no dejó gobernar a la lista más votada. Su presidencia del Gobierno es meramente ficticia. Es un vulgar polichinela de los separatistas y exterroristas. Puigdemont es, al fin, su tabla de salvación. Esto nadie lo duda. Sánchez no es nadie sin el apoyo de los separatistas. Carece, por lo tanto, de entidad moral para presidir un gobierno de España.

Sin legitimidad política ni moral, sólo le queda la fuerza de la bronca por la bronca. Convertir el Parlamento en una taberna llena de ruidos y falsos escándalos. Nihilismo. Fácil es combatirlo. Basta destacar las evidencias. Sánchez llega tarde al convite de los que verdaderamente mandan, los ciudadanos libres que quieren echarlo del gobierno, ellos ya se han percatado de su principal dolencia. Conocen su falta de cuajo democrático y su dependencia de un fugado de la justicia. La corrupción económica, en la que pudiera estar envueltos diferentes miembros de sus gobiernos, es sólo un pálido reflejo de la corrupción política que lleva aparejada su ley de amnistía. El informe de los letrados del Senado contra ese bodrio legislativo haría morir de vergüenza a cualquier gobernante con decencia, pero Sánchez tiene que aguantar porque los separatistas se lo exigen… Da vergüenza levantar acta de estas verdades evidentes, pero es necesario repetirlas, porque en el régimen político de Sánchez abundan y sobresalen las fábricas de opiniones públicas a su servicio. Esas fábricas ocultan, sí, lo obvio. Por eso, cuesta tanto demostrar lo que está delante de nosotros, incluso se corre el riesgo de ser perseguido por los "poderosos" que mantiene la ficción; pero es menester hacerlo porque nos va en ello la vida personal y la colectiva

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