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Juan Gutiérrez Alonso

Cuando los estúpidos entran en acción

El poder destructivo de los estúpidos, cuando aflora, se refuerza y conduce un país a la ruina.

El poder destructivo de los estúpidos, cuando aflora, se refuerza y conduce un país a la ruina.
Europa Press

Uno de los mayores historiadores del siglo pasado, el italiano Carlo M. Cipolla, nos regaló un análisis científico sobre la estupidez humana. Una preciosa herramienta de interpretación de nuestra cotidianidad que resulta muy útil para tomar incluso decisiones que afecten a nuestro futuro y el de nuestras familias.

El autor de Las leyes fundamentales de la estupidez humana y de Allegro ma non troppo le lleva a uno a plantearse el nivel e incluso la eventual superioridad de los actuales (y en cierto modo también pasados) escritores, historiadores, cineastas, actores, pintores y artistas italianos. Y por esto merecen en los tiempos que corren toda nuestra atención.

Para Cipolla, cuya lectura recuerda obras de Muñoz Seca y la mejor dramaturgia carnavalesca española, pero también a Le Bon, Ortega, a Mark Twain, John Keneddy Toole y a Honoré de Balzac, la primera ley fundamental de la estupidez humana consiste en que siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo. Esta afirmación es ya algo premonitorio de todo lo demás, pero especial importancia tiene lo que nuestro autor llama «el macroanálisis y la quinta ley fundamental», que se resume en que la persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe. Es decir, contrariamente a lo que suele pensarse, el estúpido es más peligroso que el malvado.

En efecto, solemos pensar que los estúpidos causan daños limitados o que sólo se los causan a sí mismo, pero lo cierto es que con frecuencia ocasionan daños terribles e incluso pueden llegar a lesionar comunidades o sociedades enteras. Entre burócratas, políticos y jefes de Estado se encuentra históricamente un exquisito porcentaje de individuos fundamentalmente estúpidos, cuya capacidad de hacer daño al prójimo ha sido, o es, peligrosamente potenciada por la posición de poder que ocupan. Doy por hecho que cualquiera puede visualizar mentalmente la lista, que es muy extensa, o simplemente pensar, no sé, en nuestro actual Parlamento o en la práctica totalidad de gobiernos regionales.

En el correcto análisis y diagnóstico no se debe olvidar que junto a los estúpidos conviven los incautos, que generalmente ignoran o no reconocen la peligrosidad de los primeros. Sea en política, enseñanza, prensa, ciencia, en el mundo empresarial, las finanzas o la diplomacia. Es ciertamente un misterio que las personas inteligentes no consigan muchas veces reconocer el poder devastador de la estupidez que les rodea. Pero como se ha apuntado, las personas no estúpidas subestiman siempre el poder destructor de los estúpidos y creen que antes o después, aquello que no gusta, resulta nocivo, flagrantemente erróneo o que indispone, cambiará sin que se sepa muy bien por qué.

Lo cierto es que cuando los estúpidos entran en acción, que viene a ser un poco aquello que Ayn Rand trató en El nuevo intelectual cuando aborda la relación entre «bárbaros y hechiceros», todo cambia radicalmente también según Cipolla.

Es un error creer que en una sociedad en decadencia es más elevado el número de estúpidos que en una sociedad en ascenso. El porcentaje suele ser el mismo. La única diferencia, se nos indica, reside en que en una sociedad en declive los estúpidos se vuelven más activos por la actuación permisiva o pasiva de los otros miembros. El progreso es un hecho cuando, por así decirlo, los miembros no estúpidos de una sociedad tienen medio controlados a los estúpidos. La situación se invierte y empieza el declive cuando comprobamos una alarmante proliferación de malvados y un elevado activismo o protagonismo de los estúpidos, creciendo al mismo tiempo, o manteniéndose, el número de incautos. Los alarmados siempre suelen ser los menos en estos procesos, y pronto se les estigmatiza porque suponen un riesgo de contención.

En estas circunstancias, el poder destructivo de los estúpidos, cuando aflora, se refuerza y conduce un país a la ruina. Por eso Cipolla consideraba que los estúpidos son un grupo más poderoso que la mafia, la industria militar o la Internacional Comunista. Y tenía razón, pues sólo hace falta levantar un poco la cabeza y echar un vistazo ahí afuera para tomar conciencia de ello. Plinio Apuleyo, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa creo que tomaron buena nota de ello cuando publicaron el Manual del perfecto idiota latinoamericano y después tuvieron que publicar El regreso del idiota.

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